LITURGIA Domingo 26-C, T.O.
La 1ª lectura, del profeta Amós (6,1.4-7) es
una diatriba contra los jefes de Israel, que
confían en el monte de Samaria y se acuestan en lechos de marfil, tumbados
sobre las camas, se comen los corderos del rebaño y canturrean bebiendo vinos
generosos, y no os doléis de los
desastres de José. He ahí el verdadero problema: viven para sí y
confiados en sí y en sus bienes y disfrutes, y prescinden de las penurias de
los pobres del pueblo. El lujo y regalo que despliegan es una bofetada para los
que están necesitados de lo más elemental.
El juicio que hace el profeta es muy claro: Esos ricos irán
al destierro. Se acabó la orgía de los
disolutos.
En el evangelio (Lc.16,19-31) Jesús dibuja una situación
semejante en una parábola que dramatiza todo lo dicho en la 1ª lectura: hay un hombre rico que se vestía de púrpura y de
lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Aparte del derroche inútil que
significaba todo aquello, es que hay una contraposición flagrante con un mendigo llamado Lázaro que estaba echado
en su portal, cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que tiraban de
la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Jesús ha trazado la terrible
injusticia y abuso del rico y el desprecio al pobre (que es lo que quiere hacer
resaltar la parábola).
Amós decía que irán los ricos al destierro y se acabará con
aquella situación de orgía en que habían vivido. Jesús explicita más la
situación, cuando habla de la muerte de los dos personajes: el rico muere y lo
entierran. Así de escueto. El pobre muere y los ángeles lo llevan al seno de
Abrahán. Y ahora el rico mira hacia Lázaro y suplica. Ahora cuando ya las cosas
se han decantado en una dirección y no tienen remedio. Pide que el pobre venga
hasta él y le refresque la lengua con una gota de agua, porque se abrasa en
aquellas llamas.
Abrahán responde que no es posible. Aquel abismo que había
establecido el rico en su vida, por el que no se dignó darle al pobre ni lo que
a él le sobraba, ha abierto otro abismo, y por cierto infranqueable. De modo
que no se puede pasar desde el seno de Abrahán al infierno, ni del infierno se
puede acceder al seno de Abrahán. En vida fueron las cosas de una manera, y
ahora se produce la contraria: ahora le toca a Lázaro gozar y tener consuelo, y
al rico padecer.
Pretende el rico que, al menos, pueda ir Lázaro a sus
hermanos para advertirles y que no vengan a este lugar de tormento. Pero
tampoco es posible. En realidad los hermanos tienen a Moisés y a los profetas
que les anuncien el camino a seguir. Que si no les hacen caso a Moisés y a los
profetas, no van a hacer caso ni aunque un muerto resucite.
No hay que recurrir a medios extraños. La verdad debe
acogerse por ser verdad y no por sucesos extraordinarios. Y no hace falta que
un muerto vuelva a la vida y se aparezca. Lo que vale es acoger la enseñanza
diaria.
El mundo tiende a los hechos extraordinarios. Se mueve por
situaciones llamativas, esotéricas. Dios gobierna el mundo desde lo normal,
desde la verdad, desde la justicia y el respeto mutuo con que debemos tratarnos
unos a otros.
Bien dice Pablo a Timoteo (1ª,6,11-16) que tiene que practicar la justicia, la religión, la fe,
el amor, la paciencia, la delicadeza. No tiene que venir ningún ángel del
cielo a enseñarle. Pablo le exhorta a combatir
el buen combate de la fe, y que así conquiste la vida eterna a la que fue
llamado y de la que hizo noble profesión ante muchos testigos. No tiene que
resucitar un muerto: tiene que vivir de acuerdo con las enseñanzas recibidas y
los compromisos adquiridos. Por eso, guarda
el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la venida de Nuestro Señor
Jesucristo.
Nosotros tenemos por delante la EUCARISTÍA como llamada
profunda a vivir conforme a la verdad y a
la fe. Lo que la Eucaristía no
nos haga vivir el respeto y ayuda al pobre…, al dominio de nuestras pasiones de
tener y gozar, no se va a conseguir por meros actos de voluntad ni causas
externas. Es Jesús sacramentado que hoy nos cuenta a nosotros la parábola con
la misma fuerza con que la contó en aquel momento y quiere que saquemos las
consecuencias. Entre la verdad y la mentira, hay un abismo infranqueable, y eso
hay que tenerlo resuelto en vida.
Roguemos al Señor para que nos haga dignos de él
-
Que no confiemos en nuestras fuerzas ni en nuestros valores humanos. Roguemos al Señor.
-
Que practiquemos la justicia, la religión, la fe, el amor y la
paciencia. Roguemos al Señor.
-
Que oigamos la palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia sin esperar
hechos extraordinarios. Roguemos al
Señor.
-
Que en la Eucaristía tengamos la fuente de la verdad y oigamos en ella
a Jesús que nos enseña. Roguemos al
Señor.
Danos, Señor, la fidelidad a tu evangelio en la acogida y
respeto del pobre.
Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos
Así sea.
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