LITURGIA
Lev.23, con los versículos muy salpicados
porque el liturgo ha querido juntar todas las fiestas en una sola lectura. No
voy a hacer un repaso de las mismas. Sólo insistir en que el día séptimo (para
ellos, el sábado), era día para santificar y no hacer trabajo alguno: dedicar
la fiesta al Señor, para la que se indican diversas formas rituales de culto.
No se presta el tema a otras consideraciones sobre el
mismo. Lo que podemos es hacer un repaso del sentido de las fiestas en el
tiempo actual, en la mentalidad del pueblo. Si es la Navidad (que ya de por sí
habla del nacimiento de Jesús), se convierte en “fiestas de invierno” y ha
desaparecido de un conjunto de personas considerable el sentido religioso de la
fiesta. Se toman para turismo, para esquiar, para reuniones de familia. Se
pierde el sentido de santificación de la fiesta con la participación en la
liturgia cristiana.
La Semana Santa, lo mismo. Fecha de tan profundo contenido
religioso, y que –sin embargo- constituye otra razón de viajar, y ausentarse de
los compromisos religiosos.
Y lo mismo el “puente de la Inmaculada” y cada oportunidad
que se presenta para romper lo diario.
No se trata de que no se aprovechen fechas de descanso
laboral para el asueto conveniente. Se trata de que se deja a un lado la
santificación de la fiesta, la participación en la Eucaristía. Se trata de que
Dios pasa a un segundo plano, y que el sentido religioso de la fiesta
desaparece o se difumina. He ahí la gran diferencia con las prescripciones de
Dios. Lo curioso, si no es dolorosamente chusco, es que luego muchas personas
vienen a acusarse de “no haber ido a Misa”. O sea: hay en muchos la conciencia
de que hay que dar a Dios una parte de ese día o de esas fechas…, pero sólo a
título externo, como quien pasa por debajo de un andamio y le cae un trozo de
ladrillo. Pero con carencia de conciencia de fallo moral y religioso, y de no
haber tomado en serio el amor a Dios sobre todas la cosas.
San Mateo (13,54-58) nos cuenta someramente la visita de
Jesús a Nazaret, “su ciudad”, en la única vez que estuvo allí en su vida
pública. Le dieron en la sinagoga la oportunidad de dirigirse a sus paisanos.
Jesús habló y explicó con la fuerza del Espíritu, lo que extrañó a la gente,
que estaba acostumbrada a tenerlo por sus calles y plazas como uno más del
pueblo: ¿De dónde saca éste esa sabiduría
y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? No se fijan en el contenido
de esa tal sabiduría. No se admiran de la fama de milagros que trae. No
atienden a sus enseñanzas. Se van por la crítica despectiva, la pregunta
inútil, la duda sin respuesta, la visión negativa de las cosas.
No fueron aquellos los únicos que ven siempre desde “el
revés” en vez de descubrir la parte buena o positiva de las cosas. Y los
resultados fueron que cerraron las puertas a lo que Jesús podía haber hecho
allí. Nos dice el texto que no hizo allí
muchos milagros, porque les faltaba fe. Se privaron de los frutos de la
presencia de Jesús por querer mirarlo desde los prejuicios.
Sabían que su madre era María, conocían a sus primos y
parientes. Y en vez de fijarse en los hechos actuales, acabaron desconfiando de
él, por no saber de dónde sacaba todas aquellas cosas.
Jesús tuvo que decir que sólo en la propia casa y pueblo desprecian a un profeta. Éste es un
fenómeno muy normal. Una persona puede tener ascendiente en otros lugares donde
no es conocido. No hay prejuicios y acaban aceptando la novedad que trae. En
cambio en la propia casa y en el sitio en que es conocido, se le juzga por lo
anterior, por lo conocido de él. Y se cierran las puertas a la novedad que
podría aportar.
Y se quedaron sin la obra de Jesús, sin sus enseñanzas y
sus milagros. Cerraron las puertas en aras de los prejuicios preconcebidos.
Todo esto nos lleva a la reflexión sobre la influencia
negativa de la crítica y de los prejuicios que se tienen sobre una determinada
persona. Y por tanto de la responsabilidad del daño que se puede inferir de tal
actitud.
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