LITURGIA
Saltamos hoy al libro del Deuteronomio, y hay
otra especie de vuelta atrás, en la que sale Moisés exhortando al pueblo.
(4,32-40). No nos cuenta ningún episodio acaecido en el desierto. Lo que nos
presenta es la palabra de Moisés al pueblo, haciéndole ver que tienen un Dios
que está por encima de todos los dioses, y al mismo tiempo es un Dios cercano
que acude a las necesidades de su pueblo; que habla a ese pueblo con una
palabra noble y grande, como no ha habido semejante en los pueblos vecinos.
¿Hay algún pueblo que haya tenido un dios que se manifestase por grandes
signos, como lo hizo Dios con su pueblo? No
hay otro Señor Dios que sea como el. Reconoce,
pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en
el cielo y acá abajo en la tierra; no hay otro. En consecuencia la actitud
del pueblo respecto a Dios debe ser de obediencia y de cumplimiento de sus
mandatos y preceptos que yo te prescribo
hoy para que seas feliz tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en
el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre.
Ayer nos encontramos con la enseñanza de Jesús sobre su
realidad mesiánica: Él iba a padecer y a morir, cosa que escandalizó
sobremanera Simón Pedro, que tenía una idea triunfalista del Mesías y del mesianismo
(lo que jugaba a favor de ellos que seguían al Mesías).
Jesús desmontó aquella idea “de hombres” que tuvo Simón y
que era tentación para Jesús porque pretendía apartarlo de su camino.
Hoy abre el objetivo de la verdadera realidad mesiánica y
de los que van a seguirlo a él, Mesías. Y les dice: El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con
su cruz y me siga. Simón Pedro y los otros once deben saber el camino para
estar con Jesús. No se trata de ventajas de falsos mesianismos. Se trata de
“negarse cada uno a sí mismo”, o lo que es igual: “controlarse”, ser dueño de
los propios actos y que esos actos vayan acordes con la voluntad de Dios. Y
para ello “hay que cargar con la propia cruz”, esa que todos tenemos en la vida
y que se presenta de muy diferentes maneras. Y así, con esa cruz real personal
(no las cruces ficticias que se sueñan con facilidad), ponerse a la zaga de
Jesús, que lleva su cruz, y nos da ejemplo para que nosotros tomemos la
nuestra.
Porque “si uno quiere
salvar su vida (vivirla a su manera,
sin obstáculos ni sacrificios), la
perderá. Pero el que la pierda por mí (el que la vive de acuerdo a mi
enseñanza y mi vida), la encontrará.
Una frase lapidaria que hizo santos: ¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?
El mundo ofrece muchas compensaciones humanas, muchas fútiles felicidades.
Puede uno pensar que el mundo le va a dar todo. La verdad es que engaña y más
quita que da: arruina la vida de cualquiera, con sus vicios, sus drogas, sus abusos
de todo tipo. ¿Qué acaba valiendo todo eso? Y una vez que pierda la misma
dignidad, ¿qué puede dar el hombre para
recuperarlo?
En la parábola del Padre bueno tenemos un caso concreto del
hombre que pretendió disfrutar de la vida, y acabó guardando cerdos y sin tener
ni las algarrobas. Lo único que pudo hacer para recuperar todo lo perdido, era
volver arrepentido y humillado a la casa del padre. No podía pedir nada. Sólo
le quedaba que suplicar ser tomado como el último de los obreros.
El Hijo del hombre
vendrá un día entre los ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a
cada uno según sus conducta. Es la lección que han de hacer suya los
discípulos de Jesús. Y nosotros como continuadores de la llamada evangélica.
Y el final de todo esto es el gozo profundo que van a tener
los discípulos, que no morirán sin haber visto la gloria de Jesús,
apareciéndose en plena majestad: su resurrección.
En la fe estamos también ahí nosotros: vivimos ya la
certeza de la resurrección de Jesucristo, y consiguientemente ya “hemos visto”
su gloria. Y eso nos conduce a la esperanza de nuestra resurrección. El camino
es ese que ha marcado él, en el dominio de nosotros mismos y la aceptación de
la cruz que nos toque cargar, que siempre será misteriosa y que no coincide
fácilmente con la que se imagina uno en momentos de fervor espiritual. La cruz
real nos deja pobres, inmensamente pobres, porque siempre nos coge
desprevenidos. Pero es, al final, la cruz verdadera nuestra, con la que hemos
de encontrarnos con Jesús.
De niños aprendimos en el Catecismo que la señal del cristiano es la santa cruz.Fijandonos sólo en el signo.Con el paso del tiempo nos dimos cuenta de la verdad de la cruz de cada uno( pobreza, enfermedades, muertes de familiares y amigos jóvenes,paro, injusticia etc)Algunos se alejaron de Jesús y otros le siguieron.Siempre con su ejemplo y libertad de hijos de Dios.
ResponderEliminarLa Cruz nuestra puede tener diferentes enfoques. Yo la entiendo como una asunción de todo aquello que me puede hacer sentir dolor, tristeza, pero siempre debe ir asociada a mi entrega libre a ella y aceptación humilde. Nuestra cruz implica renuncias por elección del Reino de Dios. Y finaliza al igual que Jesús, con nuestra muerte. Dios nos conforta durante la vida y en ciertos momentos nos manda la ayuda de un Cirineo.
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