LITURGIA Asunción de
Nuestra Señora.
La muerte no elige el futuro. Fija el presente.
La fiesta de la Asunción de María no supone un cambio en el estado de María. Lo
fija en una realidad permanente. Porque María vivió más en el Cielo que en la
tierra. Su vida fue la plasmación profunda de la vida en las manos de Dios. No
quiso saber otra cosa que la voluntad de Dios, que el abrazo permanente de
Dios. Y tal como vivió, así la fijó la muerte: María, toda ella, en cuerpo y
alma, así quedó prendida para la eternidad en las manos amorosas de Dios.
El destino de cada ser humano es el Cielo. Lo que será el
día de mañana es la vida que vive hoy. Cuando Pio XII proclamó el dogma de la
asunción de María, nos dijo que tenía que servirnos para despegar nuestros ojos
de la tierra y seguir el vuelo de María que es llevada por los ángeles al
Cielo. A nosotros nos corresponde también ese movimiento ascendente, atraídos
por la fuerza de la Gracia de Dios, y nuestro secreto es cómo vivimos ahora y
cómo nuestra mirada y obras nos van situando en esa tendencia a la altura. Como
vivimos el presente, así se inclinará la balanza de la eternidad.
También nosotros en nuestra muerte de fieles cristianos
somos llevados al Cielo. Seremos llevados tal cual somos, sin que ello pueda tomarse
en la materialidad de este nuestro cuerpo material. En la eternidad no hay
materia. En la eternidad, como dijo Jesús, seremos como ángeles del cielo.
María fue llevada gloriosa y nosotros seremos llevados gloriosos. También se
realizará en nuestra muerte una “asunción” semejante a la de María. Sólo que no
constará en los anales y quedará en la realidad de la fe. Pero cual hemos
vivido, así seremos arrebatados, y cada uno en su grado (como nos dice San
Pablo) gozaremos de la gloria del Cielo. Cristo ha ido el primero. Luego,
María. Luego, todos los demás que hayan vivido y muerto en Gracia de Dios.
La LITURGIA tiene que ser necesariamente por comparaciones.
No está dicho en ningún punto de la Sagrada Escritura que la Virgen fue llevada
al Cielo en cuerpo y alma. Pero se le aplica la descripción más cercana a esa
realidad, extraída del libro del Apocalipsis, en el capítulo 11,19 y 12,1-6.10.
Se abrieron las puertas el templo
celestial de Dios y dentro de él se vio el arca de la alianza. María es
invocada en la letanías como ARCA DE LA NUEVA ALIANZA, porque ella llevó en su
seno, no ya los símbolos de Dios, sino a Dios mismo, al Hijo de Dios. Y aparece en el cielo una figura portentosa, una mujer vestida de sol, la luna por
pedestal, coronada por doce estrellas.
Pretende destruirla el dragón rojo, pero Dios le da alas de
águila para llevarla al desierto donde no puede inficionarla el enemigo, ni
atacar a su criatura. El Niño es llevado junto al trono de Dios y la mujer
queda libre en el desierto. Se oyó una
voz en el cielo: Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios y el
mando de su Mesías.
La 2ª lectura de 1Cor.15,20-26 nos trae precisamente lo que
ya he citado antes: Cristo es el primero en resucitar y triunfar yendo al
Cielo. Los demás, según su orden. Y María está en el primer puesto de esa ida
al Cielo, en la que seguiremos nosotros: cuando
él vuelva, todos los cristianos
Concluye la liturgia con el evangelio de la visita de María
a Isabel (Lc.1,39-46) en la que María es ensalzada por Isabel por haber sido
fiel a Dios y haber creído en lo que le anunciaba. Y María, con plena humildad
y a la vez aceptación de lo que no puede negar, lanza su himno de
reconocimiento de la grandeza de Dios, que ha hecho maravillas en ella, que no
es más que una esclava de Dios. El himno del Magníficat, que es una pieza
sublime de oración: Proclama mi alma la
grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado
la pequeñez de su esclava.
Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes
en mí; su nombre es santo.
Y su misericordia llega
a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su
brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos
los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su
siervo, acordándose de su misericordia –como lo había prometido a nuestros
padres-, a favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Dejo transcrito el himno como verdadera oración que podemos
rezar en nuestra vida diaria.
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