LITURGIA
El libro de los Número (20,1-11) nos trae hoy
una nueva protesta del pueblo, que se desespera en el desierto porque no tienen
agua, y se amotina ante Moisés y Aarón, volviendo con su nostalgia hacia su
estancia en Egipto donde tenían de todo. Moisés y Aarón se separaron de la
comunidad y se fueron a la Tienda del Encuentro y se prosternaron. La gloria de
Dios se hizo visible. Y Moisés y Aarón le trasladaron a Dios las quejas de
aquel pueblo.
Dios le dijo a Moisés que retirara la vara del Santuario y
que ordenase a la roca y saldría agua en
abundancia, para que bebiera el pueblo y sus ganados.
Moisés retiro la vara de la presencia de Dios y convoco al
pueblo ante la roca y preguntó (al parecer sin mucha fe) si creían que podían sacar agua de la roca. Y con esa duda
golpeó la roca dos veces y brotó agua abundante para saciar a la comunidad y a
sus ganados.
Pero el Señor se disgustó con aquella duda de Moisés y le
dijo que no sería él quien condujera al pueblo a la Tierra Prometida. Otra vez
tenemos un hecho semejante a lo de ayer. Moisés era muy anciano. No era eterno.
Había realizado los planes de Dios. Pero por su edad, le llegaba la muerte. El
autor del libro une esa muerte al “disgusto de Dios” por aquella duda de
Moisés.
Quedará como símbolo aquella fuente de Meribá como la
expresión de Dios que incita al pueblo a escuchar
su voz y a no endurecer el corazón, como aquel pueblo extraviado que no
reconoce los caminos de Dios, aunque había visto tantas veces las obras de Dios.
Así lo explicita el Salmo 94.
En el evangelio (Mt.16,13-23) tenemos la narración más
completa de este suceso que ocurre en las cercanías de Cesarea de Filipo. Jesús
va a tantear a sus apóstoles sobre el conocimiento que tienen de él. Y empieza
por preguntar por lo que ellos hayan oído de lo que la gente dice. Y ellos van
enumerando las diversas percepciones que las gentes dicen de él.
Pero lo que de verdad a él le interesaba era la idea que
ellos, sus discípulos, tenían de él. Y les pregunta: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Era el meollo de la cuestión:
¿qué pensaban ellos de él? No pudimos saber lo que cada uno pensaba porque se
adelantó Simón a afirmar: Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo. No se podía decir mejor en menos palabras.
Pero la verdad es que eso no podía ser un conocimiento natural de Simón. Y
Jesús lo expresó: Dichoso tú, Simón, hijo
de Jonás, porque eso no te lo ha revelado la carne y la sangre sino mi Padre
que está en el Cielo. No has hablado por lo que ves y tocas y palpas. Lo
que has dicho ha sido una revelación de Dios. Por eso yo, a mi vez, te digo que
Tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificare mi Iglesia y las fuerzas del Infierno no la derrotará. Por lo
pronto ya le nombraba como PEDRO, que era un cambio de nombre que es acción
propia de Dios.
Y viene la gran promesa: Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra
quedara atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el
cielo. Era el poder mismo de Jesús. El poder total. Atar y desatar expresa
todo lo que hay entre esos dos extremos y por tanto el poder de Dios.
Pero todo no estaba dicho: ahora había que completar la
idea de lo que Pedro había dicho sin saber en realidad todo lo que decía. Y
Jesús anuncia precisamente que el Mesías ha de padecer mucho por parte de los
jefes del pueblo, y que iba a ser ejecutado, y resucitar al tercer día.
No entraba esa idea en el pensamiento de Pedro y de los
compañeros. Y Pedro se atreve a corregir a Jesús y a llevárselo aparte para
quitarle aquella idea de la cabeza: No lo
permita Dios. Eso no puede pasarte.
Y ahora ha hablado como Simón. Ahora no ha sido llevado por
Dios. Ahora ha hecho el papel de Satanás, de tentador, Y Jesús le corrige
severamente: Quítate de mi vista,
Satanás, que me haces tropezar: tú piensas como los hombres, no como Dios.
¡Lo que va de un momento a otro, de dejarse llevar por Dios
a actuar por personal iniciativa! ¡Lo que va de Simón a Pedro! Va toda la
distancia de la revelación de Dios al pensamiento humano. La distancia de ser
“dichoso” a ser “tentador”. La distancia de proceder en la voluntad de Dios o
de quedarse en los pensamientos humanos.
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