Liturgia:
Dos partes perfectamente
diferenciadas tiene la 1ª lectura de Jeremías en la liturgia de hoy: 30.1-2.12-15.18-22.
La primera es la queja de Dios contra el pueblo, al que envía al profeta para
que Jeremías lo trasmita al pueblo. Es una reconvención muy fuerte y amenazante
(al estilo de Dios que amenaza para no ejecutar; amenaza para que se produzca
una conversión). Y se justifica Dios diciéndole al pueblo que por el número de tus crímenes, por la
muchedumbre de tus pecados, te he tratado así.
Luego salta a la verdadera acción de Dios, la que él quiere
realizar: Yo cambiaré la suerte de tus
tiendas, me compadeceré de tus moradas. Y le anuncia que de las mismas ruinas en que
está la ciudad y sus habitantes, va a reconstruirla: Los multiplicaré y no disminuirán, los honraré y no serán despreciados.
Todo es una promesa de restauración, defendiéndola de sus
enemigos. Para concluir con esa frase expresiva y concreta, que lo resume todo:
Vosotros seréis mi pueblo y yo seré
vuestro Dios.
Volvemos atrás. Volvemos al lugar de la multiplicación de
los panes. Mt.14,22-36. Faltaba un detalle para hacer comprensible el evangelio
del domingo: Jesús apremió a sus
discípulos que subieran a la barca –la única barca que tenían- y se le adelantaran. Él se subió a la monte
a solas para orar. ¿Qué ha pasado para esa decisión de Jesús? La única
explicación que puede ocurrirse es que, cuando las gentes pretendieron
proclamar a Jesús como su rey, los Doce estuvieron muy de acuerdo con aquello,
pues coincidía con sus pensamientos de un Jesús al mando de una sociedad.
Jesús tuvo que enviarlos a solas, por delante de él. Aunque
sin perderlos de vista.
Y lo que podía suceder en el Lago, sucedió: se levanta una
tempestad y la barca entra en peligro. Y se encuentran los apóstoles solos, sin
Jesús, y el viento les era contrario.
Jesús no había prescindido de ellos. Y desde su retiro en
el monte, observó que estaban en apuros. Y se vino andando a ellos, como quiera
que fuera, y que el evangelista nos dice que se vino andando sobre el agua.
Ni que decir tiene lo que ellos pensaron en medio de la
oscuridad de la noche, y viendo dirigirse a ellos una figura humana. Sobre el
pánico que ya llevaban por el viento y las olas, se añadía ahora el de un
“fantasma”, porque no podía ser otra cosa una figura humana andando sobre las
olas. Y se pusieron a gritar desaforadamente.
Jesús les habla enseguida: ¡Ánimo, soy yo, no temáis! Cabía la reacción de la tranquilidad, de
la súplica. Lo que no podía imaginarse, ni los compañeros pudieron darlo por
lógico, fue la petición de Pedro, muy lógica en él, que reta a Jesús a que si eres tú, mándame ir a ti andando sobre el
agua.
Yo pienso cómo tuvo que sonreírse Jesús ante tamaña
petición, ante tamaño atrevimiento. Pero ya conocía bien a Simón y no le pudo
extrañar aquella salida tan original. Y le respondió, como la cosa más normal: ¡Ven!
Y lo curioso y llamativo es que Simón echó la pierna por la
borda y se echó al agua como lo más natural que puede hacerse todos los días.
Me imagino a los compañeros, con ojos como platos, viendo la osadía de Simón.
Y anduvo unos pasos mirando sólo a Jesús. Pero en eso viene
un golpe de viento y es cuando se da cuenta de lo que está haciendo. Se mira a
sí mismo, se da cuenta de que está andando sobre el agua, y le entra el pánico.
Y empieza hundirse. Un grito gutural salido de aquella garganta aterrorizada, y
como si no supiese ni nadar, no le queda otra cosa que decir: Señor, sálvame.
Jesús extendió la mano y lo asió con fuerza, y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? Y
subieron a la barca y amainó el viento. Los de la barca se postraron ante
Jesús, diciendo: Realmente eres Hijo de Dios.
En Genesaret lo reconocieron, y pregonaron la noticia por
toda aquella comarca, y le llevaron los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto, y cuantos lo tocaron,
quedaron curados.
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