Liturgia:
Me declaro incapaz de comentar toda
la larga lectura de Ezequiel (1,2-5.24 a 2,1) porque es toda una profecía
simbólica que bien me gustaría dominar, pero que considero poco serio que yo
intente ahora interpretar debidamente. Es una narración de una belleza extrema
con imágenes y presentaciones muy orientales para expresar lo inexpresable de
la venida de Dios sobre las nubes del Cielo, y que desemboca finalmente en una
profecía mesiánica cuando el que aparece es Una
figura como de hombre, nimbado de resplandor. También puede ser que como
Dios no tiene figura, el profeta reciba una especie de visión de apariencia
humana para expresar de alguna manera inteligible la presencia del mismo Dios. Para acabar en lo que sería la explicación y
la síntesis de toda la visión, que es la
apariencia visible de la gloria del Señor. Y como corresponde a la
presencia de lo divino, el profeta cae rostro en tierra al contemplarla. Es el
terror a lo divino y al mismo tiempo la adoración profunda.
El SALMO (148) vendrá a cantar esa maravilla: llenos están los cielos y la tierra de tu
gloria. Por tanto, alabad al Señor en
el Cielo, en lo alto, todos sus ángeles, todos sus ejércitos. [Se ve claramente
el estilo de frases paralelas: “en el cielo”-en lo alto; sus ángeles=sus
ejércitos].
Deben adorarlo todos
los reyes y pueblos del orbe=príncipes y jefes del mundo; los jóvenes, las
doncellas, los viejos y los niños. Adoren el nombre del Señor, único nombre
sublime, su Majestad sobre el cielo y la tierra.
Dios, por su parte, aumenta
el valor de su pueblo y hace digno de alabanza a Israel, su pueblo escogido.
Nuevo anuncio de la pasión en Mt.17,21-26, que hace Jesús a
sus apóstoles mientras recorrían el mar de Galilea: Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres y lo
matarán, pero resucitará al tercer día.
El anuncio no es nuevo. Los apóstoles se olvidarían de esos
anuncios en la medida en que veían a Jesús triunfando sobre la enfermedad, las
posesiones diabólicas, e incluso sobre las olas y los vientos. Por eso Jesús
recuerda de vez en cuando la realidad que se avecina. Y eso puso muy tristes a
los Doce, que se encontraban ante un pensamiento repetido del Maestro. Pero
nadie se atreve a intervenir, después de la experiencia con Simón Pedro, el
alabado primero y rechazado después porque se permitió intentar apartar al
Maestro de aquella idea.
Cuando llegaron a Cafarnaúm, se presentan los cobradores de
los impuestos de las dos dracmas. Era un impuesto del templo y se hacía en
honor de Dios. Venía de tiempos muy antiguos y luego se dejó. Pero se había
restaurado la costumbre, y comenzaba a cobrarse 15 días antes de la Pascua y
durante un tiempo después.
Los cobradores
se dirigieron a Pedro para preguntarle si el Maestro pagaba el impuesto o no.
Pedro contestó que sí, porque no era la primera vez y ya sabía que Jesús era
fiel en dar al templo lo que debía contribuir a la realización de los cultos en
honor de Dios.
Otra cosa es que no tenían para pagar. Y Jesús aprovecha
una situación “casual”, providencial, y en el fondo misteriosa, por la que dice
a Simón Pedro que se vaya a pescar y en el primer pez que pique encontrará en
su boca un estater o moneda de plata con el doble valor del impuesto. Lo tomas y pagas por ti y por mí.
No deja de ser un tema curioso y poco normal, que Jesús
realice un hecho casi milagroso a favor propio. Pero tiene su relación con la
pregunta que ha hecho Jesús anteriormente a Pedro, de si los reyes del mundo cobran impuestos a los hijos o a los extraños. Es
evidente que a los extraños. Por eso Jesús, que es Hijo del Padre, del Dios del
templo, no tiene que pagar. Pero para no crear discusión ni escandalizar a los
cobradores de las dos dracmas, prefiere recurrir al milagro y pagar así.
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