LITURGIA
Hoy es hermoso el texto de
Ezequiel (36,23-28) y la verdad es que es de los días que apetece copiar el
texto y dejar al lector el saboreo de la misma Palabra de Dios. Pero hoy no me
responde el Internet para hacer esa copia. Me quedo en el comentario del mismo.
Comienza el profeta trasmitiendo la Palabra de Dios: Mostraré la santidad de mi nombre grande, profanado entre los gentiles,
que vosotros habéis profanado en medio de ellos. Yo soy el Señor y haré ver mi
santidad al castigaros.
Lo curioso es que el
castigo no es penoso sino lleno de misericordia: Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os
llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os
purificará; de todas vuestras idolatrías os he de purificar y os daré un corazón nuevo y os infundiré
un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os
daré un corazón de carne.
Bien puede verse que
no hace falta comentar, y que se va siguiendo el texto con una satisfacción del
alma, que nos proyecta de lleno en el Nuevo Testamento, y en ese corazón nuevo
que ya no es el que se deriva de las tablas de piedra de la Ley, sino ese
corazón nuevo “de carne”, sensible, abierto a la acción salvadora de Dios en la
persona de Jesús, que ya no va en la línea de los simples mandatos, sino en la
fuerza del espíritu. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis
según mis preceptos, y que
cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo y yo será vuestro
Dios.
Pasamos al evangelio
(Mt.22,1-14), en la nueva serie de parábolas que nos trae el evangelista. Se
trata de la invitación de Dios a su pueblo de Israel, para que acuda a las
bodas del Hijo. Jesús lo plasma en el ejemplo de un rey, cuyo hijo va a celebrar
sus bodas, y el rey quiere que sean invitados sus súbditos al solemne banquete.
Pero he aquí que los súbditos invitados se excusan para no asistir al banquete,
y hasta llegan a maltratar a algunos, incluso a matarlos.
El rey no está por
suspender el banquete, pero los súbditos (Israel) no ha acudido. Entonces da la
orden a sus criados para que salgan del territorio, a los cruces de los caminos, e inviten a entrar al banquete a los
extraños, a los paganos y gentiles. Así lo hacen los criados y la sala del
banquete se llena de esos extranjeros. Pues así con ellos se celebrará la boda.
Hay, pues, una apertura del Reino a los pueblos gentiles, mientras que los que
debían haber ido “los hijos del reino” se han quedado fuera y no probarán el
banquete. Incluso con el estilo de narración judía, el evangelista presenta el
castigo al que son reducidos.
Entró el rey a saludar
a los comensales, que se habían preparado con sus mejores galas, para asistir
al banquete del hijo del Rey. Pero en medio de todos, advierte el rey que hay
uno que no se ha vestido de etiqueta para asistir a la boda. El hecho de
abrirse la invitación a los que no son por derecho “hijos del reino”, no
justifica entrar al banquete de cualquier manera. Y el rey se enfrenta al
sujeto y como no tiene justificación para la falta de consideración que ha
tenido, manda a sus criados que lo echen fuera, donde será el llanto y el
rechinar de dientes…, la desesperación de haber perdido la oportunidad, el
verdadero regalo que se le había ofrecido. Sólo le pedía la deferencia de
vestir el traje de bodas.
Son muchos los llamados y pocos los que responden debidamente.
A mí me trae al
pensamiento la forma descafeinada con que viven muchos su fe. Parece que hay
fieles que se han hecho “primos hermanos de Dios” y viven las cosas de Dios con
una falta de delicadeza y de exigencia, como si vivir en fidelidad aun en los
detalles fuera cosa de poca monta. Jesús nos deja una parábola en la que nos
deja constancia de que las cosas de Dios han de tratarse con sumo respeto. Al
“banquete de bodas” no se puede asistir de cualquier manera. Y esto tiene mucha
aplicación en la forma de vivir la vida de fe y la respuesta a la invitación
generosa con la que el Señor nos ha invitado a la fiesta de su Hijo. En
concreto y en minucia, ya habría que plantear más de un caso del modo de vestir
y presentarse en la Misa por parte de muchos devotos. No digamos si nos ponemos
a ahondar en la disposición más interior con que habría que participar de la
Eucaristía.
Atodos los que encontréis, llamadlos a la boda...La fiesta estaba preparada; pero Israel no fue. Preparar una fiesta supone un gasto importante y mucho trabajo para que todo resulte bien; y, cuando se ha preparado con tanto esmero, si no aparece nadie es muy doloroso. En los moemtos difíciles se conoce a los amigos; pero en los felices también.El invitado sin vestido de boda , demuestra un total desapego con el Rey. Se aprovecha de la ocasión y entra; pero entra sin el vestido que le entregaron al entrar para asistir a la ceremonia...¡ Cuántas veces actuamos de manera parecida..!
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