Liturgia:
Decíamos el domingo pasado que una de
las conclusiones a la que nos llevaba el evangelio era a la Eucaristía.
Aquellos panes multiplicados en tanta abundancia, que no se agotaron y que
sobró, llevaban hasta la realidad de la Eucaristía, que nos llega por manos de
Jesús, y que se reparte y comparte de manera que hay para todos y queda para
nueva ocasión.
Es el tema que prevalece hoy en las dos lecturas que llevan
la voz cantante: en la primera (Ex.16,2-4.12-15) el pueblo siente hambre y
protesta contra Moisés porque no tiene pan ni carne en aquel desierto, y añoran
su estancia en Egipto donde no les faltaba comida.
Moisés se
presenta ante el Señor y le muestra la situación por la que están pasando, y
Dios acude en ayuda de aquel pueblo y cae sobre el campamento hebreo una
bandada de codornices, con lo que tienen para comer carne. Y a la mañana
siguiente encuentran una capa alrededor del campamento que, cuando se evapora,
deja una semilla con la que pueden hacerse panes. Y el pueblo tuvo aquella semilla
mientras anduvo por el desierto, y nunca les faltó.
El maná es
figura de la Eucaristía porque pueden tenerlo cada día, cada uno lo que
necesitaba, de modo que no por coger más semillas tenían más pan, sino lo que
podían consumir.
En el evangelio la gente se ha admirado de que Jesús esté
ahora al otro lado del lugar de la multiplicación, siendo así que él no se
embarcó con sus discípulos y sólo había una barca.
Jesús les dice que lo buscan no por él y por sus enseñanzas
sino porque habían comido el pan. Y les exhorta a buscar el alimento que no
perece.
Preguntan ellos cuál es ese alimento, y Jesús les responde
que el alimento que perdura es ocuparse en los trabajos que Dios quiere.
Nueva pregunta: ¿Y cuáles son esos trabajos que Dios
quiere? Y Jesús se eleva en su respuesta y les dice que lo que Dios quiere es que crean en el que Dios ha enviado. Les
va centrando el tema.
Ahora la gente pide un
signo que tú hagas para que creamos en ti. Y le ponen por delante el signo
vivido por sus padres en el desierto, donde Dios les dio el maná llegado por
los aires.
Jesús responde que el verdadero PAN DEL CIELO no es el que
llegó por los aires, sino el que procede del mismo Dios, que es su Padre, que dio el verdadero pan del cielo, que da vida
al mundo.
Lo que entendieran no se sabe. Pero lo que sí encontraron
una respuesta que les atrajo la atención y acabaron pidiendo que les diera ese pan. Con lo que Jesús
concluye: Yo soy el Pan de Vida. El que viene a mí no pasará hambre y el que cree
en mí no pasará nunca sed.
La 2ª lectura (Ef.4,17.20-24) nos completa el cuadro con la
llamada a la comunidad de Éfeso a no
vivir como los gentiles en la vaciedad de sus criterios, pues no es así
como han aprendido a vivir al modo de Cristo, que nos ha enseñado a vivir en la
verdad.
Sería una muy importante advertencia a quienes nos
acercamos a la Eucaristía, que tenemos que vivir la vida diaria al modo de la
enseñanza de Cristo y no al modo de las apetencias que nos sugieren nuestros
gustos o nuestros temores, nuestros deseos o nuestras atracciones. La
Eucaristía nos tiene que servir de llamada muy fuerte porque es encontrarnos
cara a cara con Jesucristo, y eso tiene que tener una concreción muy clara.
Dice Pablo en esa carta: Cristo os ha enseñado a abandonar el anterior modo de vivir, el hombre
viejo, corrompido por los deseos del placer; a renovaros en la mente y en el
espíritu. Dejad que el Espíritu Santo renueve vuestra mentalidad y vestíos de
la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.
No hay que aclarar más. Lo que hay es que asumir y asimilar
esa exhortación de Pablo, concretando de ese modo el sentido auténtico de
nuestra participación en la Eucaristía.
Fundamentados en la Eucaristía, de la que participamos,
hacemos nuestra peticiones a Dios.
-
Para que seamos consecuentes en la vida diaria con el hecho de
acercarnos a la Eucaristía, Roguemos al
Señor,
-
Para que la enseñanza que nos hace Cristo nos conduzca a proceder en
verdad, Roguemos al Señor.
-
Para que abandonemos lo que nos separa de la llamada de Jesucristo, Roguemos al Señor.
-
Para que se renueve nuestra mentalidad, nuestros criterios y nuestros
hábitos, Roguemos al Señor.
Danos, Señor,
a vivir como corresponde a quienes reciben el Pan del Cielo y deben pensar y sentir
con los sentimientos de nuevas criaturas, al modo de Jesucristo.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
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