LITURGIA
Ezequiel 28,1-10 es una
perorata contra el príncipe de Tiro que se ha encumbrado y se ha hecho dios
aunque no es más que un hombre. Contra él arremete el profeta y le anuncia su
desastre: Por haberte creído Dios,
pueblos bárbaros feroces desenvainarán la espada contra tu belleza y tu
sabiduría, profanando tu esplendor.
La verdad es que hoy
desearíamos encontrar respuestas proféticas a este mundo que también se ha
endiosado, y al que desearíamos ver dominado por una fuerza de bien, humillada
la soberbia de este mundo y esa situación en la que los buenos viven en
inferioridad y como si no fueran a tener respuesta a su clamor.
El evangelio
(Mt.19,23-30) es continuación del de ayer y como el colofón de lo que ayer nos
dejó empinados con aquel muchacho que vino con los mejores deseos de seguir a
Jesús, pero se encontró con que ese ir con Jesús le pedía la renuncia a sus
bienes, siendo así que era una persona muy rica. Que seguramente por esa
circunstancia fue por la que Jesús le puso por delante la condición de hacerse
pobre para poder estar del lado de Jesús. No se lo había pedido a los apóstoles
que ya le seguían porque de hecho eran personas de pocos pudientes y, desde
luego, no eran ricos ninguno de ellos.
El muchacho se fue
triste. Pero se fue. No pudo aceptar las condiciones. Y Jesús se volvió a sus
discípulos y les dijo con una pena en el alma: Qué difícilmente entrará un rico en el Reino. Era una primera
reacción de su sentimiento ante aquella vocación frustrada. Y como los
apóstoles hicieran un gesto de admiración, Jesús se ratificó en lo dicho: Lo repito: es más difícil que un rico entre
en el Reino que pasar un camello por el ojo de una aguja. Habla Jesús de
una verdadera imposibilidad, como imposible es pasar un camello por el ojo de
una aguja.
Se ha pretendido
“suavizar” esa comparación tan exagerada con aplicaciones distintas: “camello”
sería de la misma raíz que “soga”, “maroma”, con lo que sigue siendo tan
imposible, pero menos extremoso y exagerado. También se ha querido interpretar que
“la aguja” era una puerta del templo muy baja, que dificultaba el paso de un
camello. Y aunque son aplicaciones que hacen más inteligible el dicho de Jesús,
se ha concluido que ninguna de esas aplicaciones corresponden al dicho e
intención de Jesús. Jesús quería decir lo que también expresa cuando establece
el dilema de “o Dios o el dinero”.
Sencillamente no hay relación de la riqueza con el evangelio.
Los apóstoles se
admiran y llegan a plantearse, espantados,
quién puede salvarse. Y Jesús,
que no cierra ninguna puerta, responde que lo
que es imposible a los hombres, es posible para Dios. O sea: el rico,
mientras es rico y apoyado en su riqueza, no tiene “salvación” (entrada en el
Reino). Pero Dios se encarga muchas veces de hacerlo pobre, desde mil géneros
de pobreza que hacen al rico no sentirse rico sino encontrarse con sus riquezas
minadas. Y Dios le da la gracia de irle haciendo pobre y sintiéndose pobre. Y
entonces ni el camello es camello ni el ojo de la aguja es tan imposible…
Empieza a poder vivir la experiencia de la pobreza que se necesita para el
Reino de los cielos vivido aquí en la tierra.
Los apóstoles
preguntaron entonces qué parte les tocaba a ellos, que lo habían dejado todo. Y
aunque podría Jesús haberles dicho que “todo” no lo habían dejado, optó por
aprovechar la ocasión para dar doctrina general: A quienes han dejado todo: padres y hermanos y campos, cuando llegue la
renovación y el Hijo del hombre venga en su gloria, se sentarán en doce tronos
para regir a las doce tribus de Israel. Y recibirá cien veces más y heredará la
vida eterna.
Yo quiero una vez más
insistir en un aspecto práctico: dejarlo TODO debe extenderse al YO personal.
Dejar “cosas” y bienes es en la realidad mucho más posible. Pero como las
serpientes, siempre queda que salvar la cabeza. Dejar el YO es lo
verdaderamente difícil y donde queda siempre un reducto de riqueza, del que es
más difícil salir. Y por tanto de donde más necesidad tiene uno de que lo imposible para los hombres, lo haga
posible Dios. Y sea así la propia realidad de la vida la que nos vaya
haciendo pobres que experimentamos los efectos de la pobreza. Unas veces es la
salud mermada, otras la dependencia, otras son problemas familiares, cierta
carencia económica…, y las mil maneras más en las que uno acaba sintiéndose
pobre criatura.
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