LITURGIA
Concluye el libro de la
profecía de Ezequiel con una visión de la gloria de Dios: 43,1-7. Ha sido
llevado el profeta al atrio del Templo, a la puerta oriental, donde ve la
gloria del Dios de Israel, que venía de oriente con estrépito de aguas caudalosas.
Siempre que se quiere describir algo de Dios, presenta una situación llamativa.
Es una visión semejante a la que tuvo cuando el anuncio de la destrucción, pero
con una forma que ahora es gozosa y sublime. Entra en el templo y allí tiene la
visón de uno que le dice: Hijo de Adán,
éste es el sitio de mi trono, el sitio de las plantas de mis pies, donde voy a
residir para siempre en medio de los hijos de Israel. Concluye, pues, con
el triunfo de Dios, después de todos los episodios o visiones que han mostrado
la historia del pueblo, con sus sombras y sus luces de esperanza, porque Dios
siempre ha estado presente en medio de las muy diversas vicisitudes por las que
ha pasado la visión del profeta.
El evangelio de hoy es
más conceptual que gráfico. Mt.23,1-12 encierra una serie de advertencias de
Jesús a la gente y a sus discípulos. Les advierte sobre las enseñanzas
farisaicas: En la cátedra de Moisés se
han sentado los doctores de la ley y los fariseos. Quiere decirse que ellos
enseñan, ellos se constituyen en los mentores del pueblo. El pueblo tendrá que
dejarse llevar por la doctrina, pero no por las obras de esos maestros: Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que
ellos hacen. Porque ellos dicen pero no hacen. Dicen palabra de Dios, dicen
lo que enseña la Escritura, pero luego no actúan conforme a lo que enseñan.
Y Jesús advierte del
problema: Ellos lían fardos insoportables
y pesados y se los cargan a la gente. Exigir a los demás es muy fácil,
exigir que los demás sean perfectos, y eso lo hacen a la perfección. Luego, ellos no están dispuestos a mover un dedo
para empujar. Ellos no viven lo que enseñan y lo que exigen a los demás. Todo lo que hacen es para que los vea la
gente. Viven de la apariencia, de lo exterior, aumentando los signos
exteriores de dignidad: alargan las
filacterias y ensanchan las franjas del manto, buscan los primeros puestos en
las sinagogas y que les hagan reverencias por la calle y que la gente los
llame: “maestro”. Jesús ha hecho una descripción muy concreta de la
realidad de aquellas formas que tanto practicaban. Los ha retratado ante las
gentes.
Y ahora, muy al estilo
de Jesús, se va al otro extremo para dejar patente que lo que él trae y enseña
es absolutamente contrario a lo de los doctores y fariseos: Vosotros no os hagáis llamar “maestro”,
porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y yendo
más al fondo, no llaméis “padre” a nadie
en la tierra porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. Y no os dejéis
llamar “jefes” porque uno solo es vuestro señor: Cristo.
Hay que considerar el
contexto en el que Jesús pronuncia esas palabras para comprender que lo que dice
no es un absurdo de no poder usar esas palabras. Lo que quiere decir es que los
fariseos las usaban para ventaja propia.
Hay personas
perspicuas que se lo toman muy a pecho y consideran que no deben llamar
“maestro”, “padre” o “jefe” a nadie. Lo cual redunda en el absurdo de no poder
utilizar unos términos que son del lenguaje común y –en el caso del padre de
familia- algo que es tan natural. Jesús no llegaba a esos absurdos, aunque le
gustaba llevar las exageraciones al extremo. Con ellas quería purificar esos
mismos conceptos, que tienen en sí una dignidad. Es hermoso el trato de
“maestro” al que lo es de verdad y enseña conforme a la verdad y al bien. Es
hermoso y gozoso el poder llamar “padre” al que es nuestro padre o hace las
veces de padre con una forma de paternidad. Es digno llamar “jefe” a quien es
verdadero jefe que ejerce un liderazgo que construye y orienta. Y Jesús no se opone
a ello. A lo que Jesús se opone es a los falsos maestros, “padres” o jefes que
buscan sacar ventaja de su posición, con abuso de su poder e influencia. Iba
todo dirigido a esas formas que vivían los fariseos y doctores de la ley para
ser honrados y servidos por las gentes. De ello quiere prevenir Jesús.
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