Aunque intentaré permanecer fiel a
la cita, no os extrañe que haya anomalías en los próximos días, porque me
ausento de mi base habitual de operaciones.
Liturgia:
Como ya he expresado, la profecía de
Ezequiel está llena de imágenes. No se queda en profetizar algo sino que son
imágenes vivientes las que vive el profeta por encargo de Dios, y a través de
esas imágenes Dios quiere enseñar a su pueblo, ese pueblo que tiene ojos pero
no ve, tiene oídos pero no oye, porque son casa rebelde. Por eso Dios les
muestra la realidad de otra manera más llamativa que si les hubiera explicado.
Ez.12,1-12 es una larga narración y muy repetitiva en la
que Dios quiere que el profeta salga de la ciudad pero a la vista de todos, haciendo una serie de movimientos y formas que
deben levantar la curiosidad del pueblo. De hecho, después de todas aquellas
maneras de huir “a la vista de todos”, la pregunta de Dios es si nadie le ha
preguntado qué es lo que hacía, pues eso era lo que Dios buscaba: que la gente
sintiera la curiosidad y quisiera saber qué eran todos aquellos gestos de sacar
el hatillo como quien va de paso, sacarlo abriendo un boquete en el muro,
sacarlo de noche…, y por otra parte sin esconderse sino -una vez más- hecho a
la vista de todos.
Y si le preguntan o si no le preguntan, lo que Dios ha
querido mostrar es la salida que van a hacer todos hacia el destierro, cautivos,
empezando por los príncipes.
El evangelio (Mt.18,21-19,1) es una de las páginas más
serias en las que Jesús muestra el enorme valor del perdón, que viene a ser
condición que hemos de vivir si queremos ser perdonador por él.
Y lo hace, como en las ocasiones importantes, con una
parábola. El deudor de una inmensa suma de dinero que ha defraudado en el día a
día a su amo. La primera providencia de éste es que vendan a la mujer y la
familia del deudor y al propio deudor para resarcirse de la cantidad que le
adeudaba. Representa al pecador, cuya deuda con Dios es siempre enorme por la
distancia inmensa que hay entre el deudor (pecador) y Dios, el Amo y Señor con
quien se tiene contraída la deuda.
Pero el hombre se echa a los pies del dueño y le suplica y
le promete, y le asegura que le pagará todo… Sabe el dueño que eso no podrá
hacerlo nunca por la gran cantidad que le debe [por la distancia que hay entre
el hombre y Dios]. Y en un arrebato de compasión con el subordinado, le perdona
la deuda. Y deja saldada la cuenta.
El hombre perdonado sale de allí con esa alegría y al mismo
tiempo con el mal rato que ha sufrido cuando le estaban exigiendo el pago. Y
con esa psicosis encima viene a toparse con otro más pobre que él, que le debía
una pequeña cantidad. [Las “deudas de los hombres entre sí]. Y lejos de
continuar la cadena de perdón, lo agarra por el cuello y casi lo estrangula,
exigiéndole que pagara lo que le debía. El otro se echa a sus pies y repite la
misma escena que el anterior, suplicándole paciencia para que pueda pagarle.
Pero el perdonado no tiene compasión y manda al otro a la cárcel hasta que
pague.
Los que vieron la escena quedaron consternados y se lo
comentaron al amo, que llamó al ingrato y le dijo: Yo te perdoné una deuda tan
superior y ¿tú no has podido perdonar la deuda a tu compañero? Pues ahora tú
tienes que pagar toda tu deuda, para que aprendas a ser generoso con los demás.
La lección está dada. Podemos pedir perdón pero necesitamos
al mismo tiempo perdonar. Lo que concluye es muy serio y no fácil de entender
completamente: Así hará con vosotros
vuestro Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.
¿Significaría que el perdón otorgado por Dios se vuelve
atrás? Es difícil de comprenderlo así. Pero sí es comprensible que sería mucha
desfachatez ir a pedirle perdón a Dios mientras uno no es capaz de perdonar.
Y no es un caso raro el que se presenta diciendo que “no
puede perdonar” a alguien, a quien incluso odia o le tiene rencor, y no está el
penitente dispuesto a solucionar el caso o a poner vías de solución. La verdad
es que aquí entra de lleno la parábola en cuestión, y que hay que plantearla al
que así siente que rezar el Padrenuestro está ya exigiendo perdonar y que ese
perdón que pedimos a Dios tiene que ser porque
nosotros ya hemos perdonado. De lo contrario se está cometiendo una
petición injusta porque malamente puede acercarse a Dios a pedirle perdón quien
no está dispuesto a perdonar o a poner los medios para irse acercando al
perdón.
El saberse perdonado y amado a pesar de todo lo que hayamos hecho es un don que no siempre sabemos apreciar. Cuando sabemos que Dios nos ama con nuestras virtudes y con nuestros defectos, somos capaces de comprender las debilidades de nuesttro prójimo.El servidos del Evangelio no vivió el perdón. Vivió el regalo del Rey como una humillación y no pudo sentir el eco del perdón en su vida... Que san Esteban nos ayude a hacer todo el Bien que podamos hacer en nuestras vidas.
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