Liturgia: La transfiguración del Señor
Hoy celebramos la transfiguración del
Señor en el Monte Tabor. Este evangelio de lee en el 2º domingo de Cuaresma con
una connotación expresamente dedicada al sentido de esas fechas litúrgicas,
mirando a la muerte de Jesucristo que, sin embargo, es el Señor triunfador de
la historia.
Hoy se lee el mismo evangelio pero con aires expresos de
fiesta. Es, como ya se ha expresado en otras ocasiones, una costumbre de la
Iglesia, que duplica las fiestas esenciales para insistir en su aspecto festivo
y triunfal, porque el catolicismo no es una religión de tragedia sino de
triunfo.
Se anuncia con la 1ª lectura, tomada de la profecía de
Daniel (7,9-10.13-14) en la que se describe primero el trono de Dios, para
luego presentar al “hombre” –especie de
hombre- que avanza hacia el trono de Dios, y a quien se le da el poder y el reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas
le sirvieron: su poder es eterno, su reino no acabará. Ha sido presentado
en adelanto profético el Hijo del hombre,
que aparecerá en el evangelio señalado por la voz del Cielo.
El evangelio de Marcos (9,1-9), al que pertenecen los
evangelios de este ciclo, nos narra el hecho de la transfiguración de Jesús.
Hay que saber el contexto en el que se produce este hecho.
Simón se ha escandalizado mucho del anuncio que Jesús les
ha hecho sobre su padecimiento y muerte, hasta el punto de tomar a Jesús pos su
cuenta y corregirle: No te suceda eso a
ti nunca. Jesús tuvo que reprenderle muy severamente diciéndole que se apartase
de él como un Satanás que tienta. Podemos imaginar cómo quedaron Simón y los
demás apóstoles.
Han pasado 8 días. Jesús quiere curar aquella llaga y toma
consigo a Simón, Santiago y Juan y se los lleva a una montaña alta, el monte
Tabor, y allí se manifiesta ante ellos con todo su esplendor: su rostro
resplandeciente, sus vestidos blancos como la nieve, de un blanco deslumbrador.
Tenían que ver por sus propios ojos la gloria de Jesucristo. Ese era Jesús.
Pero no es distinto del que Jesús mismo les ha mostrado cuando les ha anunciado
su pasión y muerte.
Simón se siente muy a gusto en aquella circunstancia; así
sí reconoce a Jesús. Y pretende cambiar la vida y que en adelante sea todo así.
Y propone hacer tres tiendas, una para Jesús, otra para Moisés y otra para
Elías (que se habían aparecido allí en la cima, y que representaban la Ley y
los Profetas, avalando con su presencia la obra y la palabra de Jesús).
En eso, se oyó la voz de Dios que decía: Éste es mi Hijo amado, escuchadle. Diga
lo que diga, haga lo que haga, en toda circunstancia, escuchadle…, hacedle caso a él, que sabe muy bien el camino que ha
de seguir.
Simón y Juan y Santiago cayeron por tierra, asustados y
admirados, y con ese sentimiento de haber escuchado a Dios, lo que provocaba un
terror en un hebreo. Pero cuando pasó el susto y miraron alrededor, se
encontraron con que todo había vuelto a la normalidad y que ya no estaban ni
Moisés ni Elías, y Jesús estaba en su figura diaria sin los fulgores de luz.
Estaba solo y como estaban acostumbrados a verle siempre.
Jesús ahora les dice a ellos que no cuenten a nadie lo que
han visto, hasta que el Hijo del hombre
resucite de entre los muertos. Volvía a meterles la idea primera: Él iba a
morir, pero ya habían visto que aquella muerte no dominaba la situación.
Los apóstoles testigos de tanta maravilla siguen sin
entender lo que pueda significar eso de resucitar
de entre los muertos. Pero a nosotros ya se nos abre la luz y nos hace
comprender que la muerte de Jesús no fue una muerte de fracaso y derrota sino
un paso hacia la resurrección, que suponía la transfiguración definitiva. En
ese triunfo de Jesús se fundamenta nuestra esperanza, porque como Jesús ha
triunfado, así seguiremos nosotros después. Y la transfiguración de Jesucristo
augura nuestra propia transfiguración, cuando de este cuerpo mortal que se
deshace, surja el ser espiritual que gozará de la presencia de Dios, junto al
Cristo Salvador.
Repito algo que he comentado no hace mucho: no preguntéis
cómo surge, cómo conocerá, como disfrutará, cómo resucitará. Ese es el gran
misterio del más allá, que sólo Dios conoce. Y que lo único cierto será el
disfrute de la persona de la permanente presencia de Dios, que nunca cansará y
nunca se agotará.
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