Liturgia:
La historia de David llena una parte
importante de la vida del pueblo israelita, Se han recogido en la liturgia
hechos de mayor trascendencia para comprender la personalidad de ese hombre,
que marca un hito en la historia mesiánica. A Jesús se le designará como el hijo de David por cuanto que la
promesa antigua hecha a Abrahán, viene a centrarse en David. Jesús nace en la ciudad de David (Belén), y será
aclamado el domingo previo a la Pasión con el “hosanna al Hijo de David”, el que viene en nombre del Señor. A
David se le ha prometido un reino eterno que, como en él no puede darse, porque
es mortal, se proyecta de inmediato en Jesús, cuyo reino no tendrá fin.
El final de la vida de David está narrada en la lectura
primera de hoy, que está tomada del primer libro de los Reyes (2,1-4.1-12). Estando ya próximo a morir, David hizo
recomendaciones a su hijo Salomón. Dos afirmaciones que parecen en dos
sentidos: Se un hombre y Guarda las consignas del Señor tu Dios.
Para David era la misma realidad. “Ser un hombre” es una plenitud de vida que
necesariamente abarca la respuesta humana y la espiritual (su relación con
Dios: “guardar sus consignas”).
Por eso será un hombre con todas sus dimensiones completas
cuando vaya caminando por sus sendas,
mandatos, decretos y normas, como están escritas en la Ley de Moisés. Un
hombre que sabe vivir su libertad dominada, porque su hombría está en saber
someterse a lo que Dios ha enseñado de una u otra manera. Y así tendrás éxito en todas tus empresas. En
verdad que aquella despedida del rey tiene una clara aplicación a los momentos
actuales y a que “ser persona integral” está pidiendo gentes que desarrollen
simultáneamente los valores humanos y espirituales.
Cuando David dio las instrucciones a su hijo (ésta y otras
más, que no están recogidas en la lectura), David muere. Pero con él no muere
la historia de Israel. Ahora continuará de momento en Salomón.
Jesús envía a sus Doce; ya los ha preparado para la misión
a la que los envía (Mc.6,7-13). Han de ir de dos en dos, con esa doble garantía
del mutuo apoyo y de que lo que predican no es la idea de una persona por su
cuenta. Y han de ir con desprendimiento de toda apoyatura humana: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, ni
una túnica de repuesto. Sí pueden llevar bastón para ayudarse en sus largas
caminatas, y sandalias. [En San Lucas, ni eso, aunque parece mucho más lógico
lo que dice San Marcos].
En la casa a la que llegaren, allí habrían de permanecer,
con tal de que los recibieren. Porque si no fueran recibidos ni quisieran
escucharlos, se han de marchar de allí. La acogida del reino es muy libre y a
nadie se impone. Pero al salir por no ser recibidos, sacudirán el polvo de los
pies como un gesto de prueba de la culpa de aquel lugar, que no los ha
recibido. No se quedan ni con el polvo de aquella casa o de aquel lugar. Puede
ser que no estuviera muy lejos del pensamiento de Jesús el reciente rechazo
sufrido en Gerasa donde no quisieron que se quedara con ellos. Jesús se marchó
entonces pero nunca más volvió por allí.
Los apóstoles salieron a la misión y realizaron las obras
de Jesús: echar demonios, predicar la conversión, y ungir con aceite a muchos
enfermos y con ese gesto, llevarlos a la curación.
Cabe preguntarse si en esas últimas palabras pudiera barruntarse
un anticipo de la unción de enfermos
que, luego con el tiempo recoge Santiago en su carta y apunta hacia el
Sacramento cristiano. Lo cual desdramatiza el denostado tema de la
“extremaunción” en que parecería que es un sacramento que se administra ya para
la muerte, y que provoca tanto rechazo en muchas familias, incluso
espirituales, por el temor de “asustar al enfermo”.
Jesucristo lo concibió como unción a los enfermos para
darles la salud. Y es el punto en que la Iglesia está actualmente, y por eso lo
recomienda en diversas situaciones: por la edad de la persona, por una
enfermedad, por una operación quirúrgica que se va a tener, ante determinados
peligros aunque no sean inminentes. De ahí la praxis que se usa en muchas
parroquias de señalar un día al año en que se administra el Sacramento de la
Unción, con toda solemnidad y en medio de un clima festivo.
Jesús deja con la boca abierta. Nos pide que salgamos con lo puesto, sin seguridad de ninguna clase...No es locura, es cuestión de Fe.La misión a la que nos envia no es difícil; Él va a estar ahi. No se trata de que valgamos o no.Nadie puede hacerse rico con una misión si es enviado. Pero con Jesús no pasará necesidad. Los santos nos lo demuestran.
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