El TERCER VIERNES, día 16,
ESCUELA DE ORACIÓN
a las 5’30 de la tarde, en Jesuitas de Málaga
Liturgia:
Muy interesante y práctico el texto
de Santiago (1,12-18): Dios no tienta a
nadie. Un principio a escribir en letras de molde y grandes: Dios no conoce la tentación al mal.
Existen muchas pruebas en la vida, y vienen dadas por la misma evolución de las
cosas, personas y acontecimientos. Pero no es Dios el que juega con las
personas, “tentándolas”, probándolas. La tentación
viene del propio deseo que arrastra y seduce; el deseo concibe y da a luz el
pecado, y el pecado –cuando se comete- engendra muerte.
Por el contrario, todo
beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el
cual no hay fases ni períodos de sombra. [Al hablar de Dios como el
sublime, “el Padre de los astros”, ha sacado la comparación de que mientras en
los astros hay fases y período de sombra, en el Padre no los hay; y con ello,
de Dios siempre viene la luz: todo
beneficio y todo don perfecto].
Yo voy también más allá. Muchas personas acuden a la
coartada del “demonio que les ha tentado”. Creo que hay que aplicar aquí
también el dicho de Santiago: la
tentación viene del propio deseo que arrastra y seduce… Si hubiera
verdadero aborrecimiento del pecado, ese deseo estaría más controlado, y no se
metería la persona en las fauces del león. Si la persona se mete allí donde
sabe perfectamente que no va a salir limpio, no hace falta mucho demonio para
saber que a salir manchado. Y yo no soy partidario de “lavarse las manos” con
“la tentación del demonio” cuando la persona se basta a sí misma para caer en
el pecado.
El que no controla su mal genio, y se deja llevar de sus
reacciones de perros, se basta a sí mismo para crear una situación penosa.
El que busca la materia de pecado, acaba cayendo en ella.
¿O es que no lo sabe? ¿Y necesita del demonio para eso? Vuelvo a Santiago: su propio deseo arrastra y seduce. Y
creo que honradamente es ahí donde hay que apuntar y donde tiene que tener una
decisión muy clara en su propósito de enmienda, en valorar el Sacramento de la
Penitencia como un acto sagrado en el que se está poniendo en medio a Dios. No
se puede jugar con el Sacramento, por la facilidad con que puede recibirse,
después que se ha jugado con la propia conciencia.
Llegamos al evangelio de Mc.8,14-21. Dejamos ayer a Jesús
embarcado, navegando hacia la otra orilla, después de haber dejado a los
fariseos sin responderles, cuando le pedían un signo…
Jesús va con su pensamiento dándole vueltas, y acaba
formulando en voz alta lo que piensa: Tened
cuidado con la levadura de los fariseos. Hay que tomar esa distancia con la
que no haya peligro de entablar conversación con ellos. La levadura se mete en
la masa y acaba influyéndola. Por eso, lo mejor es tomar distancia de ellos
para que no hagan daño.
Los discípulos que van en otra onda reaccionan pensando que
lo que Jesús les dice es que no han echado panes en la barca. Y Jesús tiene que
hacerles caer en la cuenta de que no habla de eso. Que el tema de que falte el
pan es lo de menos, tanto más cuanto que ya han comido pan donde no lo había.
No es, pues, problema de que no haya pan. ¿Tan torpes son que no llegan a
entender?
Es otro el problema. Lo que Jesús lleva encima de sí es
la cerrazón de los fariseos, en los que no es posible sacar partido, porque “su
levadura” es perniciosa: sus ideas son estrechas y esclerotizadas. No se les
puede llevar a un punto de diálogo en el que hubiera una comunicación. Están
aferrados a sus verdades, a sus prácticas, a sus costumbres y rituales, y de
ahí ni salen ni dejan salir.
Por eso la aversión de ellos a Jesús, que lleva a la
libertad del espíritu, a adorar a Dios en verdad desde el corazón, a vivir una
vida donde no se trata de puestos de mando sino de servicio y de ayuda al
prójimo, por encima de tantas dificultades que acechan. Y por eso también la
distancia de Jesús hacia los fariseos y “su levadura” (sus ideas).
Jesús nos habla de la levadura de los fariseos,¡ ojo con la levadura, si se hace un mal uso de ella puede ser dañina. Es muy beneficiosa para fermentar el pan o la cerveza; pero totalmente dañina si se asocia a otros alimentos. La mala levadura destruye: hay quen se cree superior a los demás y hay quien busca medrar o vivir bien con un disfraz de servidor; pero la comunidad cristiana no funciona si Jesús no es el Motor. Nosotros no siempre somos buenos transmisores del amor que Él nos tiene.
ResponderEliminar