Liturgia: La transfiguración
Circunstancias de salud no me
permitirán hoy exponer en la Misa el sentido litúrgico de este domingo. Y
después de todo me libera del encaje de bolillos que supone el entramado de las
lecturas de hoy, con su dificultad de compaginación para llegar al meollo de la
lección pedagógica que se ha pretendido con la elección de estos textos.
Hay una primera visión “sencilla”:
en el camino hacia el Viernes Santo y el Calvario, al que nos va dirigiendo la
liturgia de este tiempo, surge una luz decidida –Mc.9,1-9- que nos anuncia que
la Cruz y la muerte no van a tener la última palabra. Que la tragedia que se
avecina ya está prevista por Dios y que lo ha mostrado claramente en aquel
episodio del Tabor, en el que Jesús deja entrever por unos instantes la verdad
íntima que hay en él: esa luminosidad brillante que se muestra en su rostro y
en sus vestidos en aquel monte al que el Maestro ha querido llevar a tres de
sus apóstoles para revelarles toda la verdad que se encierra en su persona. Por
mucho que pudiera escandalizarles el anuncio de la pasión, la imagen de Jesús
transfigurado y la voz de Dios que se escucha –mi Hijo muy amado; escuchadle-,
ha de ser el contrapunto evidente de que los finales no van a estar en la
sangre del Calvario.
Iría acorde con la 2ª lectura –Rom.8,31-34- en la que se
muestra el amor inmenso del Padre a la humanidad, porque no perdonó a su Hijo sino que lo entregó a la muerte por nosotros:
¿cómo no nos dará todo con él?
Y enlaza con la fidelidad de Abrahán (Gn.22,1-2.9.15-18) en
la que el patriarca tampoco perdonaría la muerte de su hijo Isaac, si así
hubiera sido el deseo de Dios. Pero Dios tiene otros planes: Isaac debe vivir y
trasmitirá a su descendencia la promesa de salvación, recibida por Abrahán en
reconocimiento a su heroica decisión de matar a su hijo si así Dios lo decidía.
No quería Dios tal cosa y tras la prueba de la fe de Abrahán, lo que hay es una
promesa que trasciende los siglos: te
bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como
las arenas del mar; conquistarán las puertas de las ciudades enemigas; todos
los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has
obedecido. El Descendiente es Cristo, el Cristo de la Cruz luminosa.
Leo un breve resumen comentario que trata de unir las
lecturas para dar esa síntesis litúrgica que piensa que tienen los textos de
hoy y dice que entregando Abrahán a su hijo amado, se convierte en símbolo, tanto del amor de Dios que entrega a su hijo por nosotros (2ª
lectura), cuanto del hombre que antepone la esperanza del Dios al que no ve, a
las pequeñas esperanzas que palpa. Es el caso de Abrahán que pospone lo vivo de
su hijo al que tiene delante, ante una palabra misteriosa que le dice que lo
sacrifique. (1ª lectura).
Sólo creyendo en la esperanza contra toda esperanza
(creyendo en una promesa sobre ese hijo al que, por parte, se le manda matar),
abandonando todas las razones y todos los asideros que nos atan a lo palpable,
nos convertiremos, por la obediencia en instrumentos de bendición.
Por eso Jesús es declarado Hijo amado del Padre (Evangelio).La transfiguración dejó ver a sus
discípulos el fruto en Jesús de la obediencia al Padre.
Pienso que hoy la EUCARISTÍA nos es muy expresiva porque en
ella estamos celebrando al vivo todo el misterio que quieren revelarnos los
textos. Celebramos en fiesta el sacrificio de Jesús. Como Jesús, en medio de su
luminosidad del Tabor, que hablaba con
Moisés y Elías de las cosas que iban a suceder en Jerusalén (y esas cosas
eran la Pasión), nosotros en la Misa celebramos la resurrección de Jesucristo,
partiendo del gesto sacrificial del Cuerpo y La Sangre consagrados “por
separado” [en lo que son las palabras de la consagración], para indicar la
muerte de Jesús. Pero sobre el Altar tenemos a Cristo todo entero, triunfal y
luminoso, con toda su realidad de Cuerpo, Sangre alma y divinidad. ¡Estamos
asistiendo a la transfiguración del Señor!
Que el Padre Dios nos conceda escuchar la
Palabra del Hijo amado.
-
Para que afrontemos la Cuaresma con sentido de victoria sobre la
muerte, Roguemos al Señor.
-
Para que no nos escandalicen las contrariedades, seguros de que a la
otra parte siempre pone Dios la luz, Roguemos
al Señor.
-
Para que, en nuestro itinerario espiritual, nos quedemos con Jesús solamente,
Roguemos al Señor.
-
Para que vivamos la Eucaristía como síntesis de la enseñanza del Señor,
Roguemos al Señor.
Danos, Padre
la visión de la esperanza contra todas las posibles razones contrarias,
fiándonos de ti y de la palabra de Jesús.
Tú que vives y
reinas por los siglos de los siglos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!