Liturgia:
Hoy la alabanza le toca al propio
Salomón. 1Reg.10,1-10 nos cuenta la visita de la reina de Saba a Salomón, con
una intención muy concreta de comprobar la sabiduría de Salomón. Y la realidad
superaba a las noticias que a ella le habían llegado, no ya solo en lo que es
la solución de enigmas y problemas sino en detalles de la vida diaria, como
pudo ver en aquel banquete que le ofreció el rey, en el que cada detalle de las
viandas y de los servidores de la mesa dejaban ver todo tan perfecto y llamativo
que la reina concluye que de lo mucho bueno que le habían contado, la realidad
lo superaba con creces.
Se ha cumplido aquella concesión que Dios hizo a Salomón,
que sólo le había pedido discreción y sabiduría para gobernar a su pueblo, pero
Dios le concedió mucho más que aquello.
La reina de
Saba obsequió ampliamente al rey, admirada por la sabiduría de éste.
Llegamos a la
segunda parte del evangelio que tuvimos ayer. Mc.7,14-23 va más allá de la
enseñanza de Jesús sobre el mandato que viene de Dios, y que está muy por
encima de las costumbres y tradiciones de los pastores.
Hoy entra en
un tema que también estaba incluido en los banquetes judíos: el de los
alimentos puros y los impuros, los alimentos que “contaminaban” y los que se
podían comer. Jesús empieza por ahí porque es lo que tiene más delante en este
momento. Y explica que los alimentos ni son puros ni impuros, y que eso que entra de fuera no es lo que influye
en la pureza o impureza de la persona. Y con toda sencillez dice que los
alimentos que se comen (o entran “de fuera”), se acaban echando en la letrina.
Con ello Jesús
ha hecho ver que no hay alimentos puros y alimentos impuros. Por parte de los
alimentos, todos pueden ser comidos.
Pero Jesús se
eleva ahora a una perspectiva mucho más importante y de mayor trascendencia que
los alimentos. Se trata de lo que sale del corazón. Por lo pronto, lo que viene
de fuera no hay por qué temerle, porque de suyo cada persona debe tener un
filtro en su alma para no dejar que se cuelen pensamientos y afectos malos,
ejemplos malos. Hay que cuidarse de ello y saber rechazarlo. Para eso está la
conciencia, que es el filtro de la verdad. Así, lo que viene de fuera, no
mancha: no es impuro. Lo que sí puede estar podrido es lo que se alberga en el
corazón. Y para hacerse entender, baja a los ejemplos concretos a los que él
quiere referirse.
Del corazón del hombre brotan los malos propósitos,
las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las
injusticias, los fraudes, el desenfreno, la envidia, la difamación, el orgullo,
la frivolidad…
¡Vaya examen de conciencia que ha puesto por delante Jesús! Y lo que llama la
atención es que no ha puesto una gradación por la que se pueda distinguir lo
más fuerte de lo más débil. Para Jesús cualquiera de esas cosas ya indica un
corazón manchado.
Los moralistas
vienen luego a distinguir “grave” de “leve”, “venial” de “mortal”. Jesús no lo
ha hecho. Y sería digno de tomarse en cuenta, porque al final de todo se
produce –según la mente de Jesús- la mancha que define el corazón de la
persona.
Por eso,
cuando alguien pregunta así a bote pronto “si tal cosa es pecado”, suelo
decirle que “no lo sé”. Porque depende que sea algo que ha venido de fuera y
que no ha tocado la conciencia de la persona, o puede haber salido de la
intención del corazón. Más bien prefiero orientar la pregunta hacia otro
aspecto que la persona puede calibrar por sí misma: “tal cosa, ¿desagrada a
Dios?”. ¿Se hubiera hecho “aquello” en la presencia de Dios? ¿Hay conciencia de
que “lo hecho o pensado” ha sido tan sin querer que Dios no puede estar
desagradado por ello? ¿O, aunque parecería inocente, en realidad llevaba su
veneno en el fondo de la intención? Eso lo puede captar la persona que sabe lo
que ha hecho, por qué lo ha hecho. Y eso no se resuelve preguntando al
sacerdote si es o no pecado, porque el pecado no es algo que cae como si cayera
una teja y le cogiera a uno debajo sin haberlo querido. El pecado se comete a
conciencia y partiendo de la voluntad de la persona. El pecado que mancha, dice
Jesús, ha nacido en el corazón.
Siempre debemos mantenernos atentos a nuestros sentimientos y a las consecuencias de nuestros actos. Los alimentos pueden contaminarnos; pero tienen tratamiento médico; lo verdaderamente peligroso es la ceguera irreversible provocada por los medios de comunicación y el consumismo y acabamos aceptando como bueno o normal todo lo que hace o dice todo el mundo. Cuesta ir en contra de la moda. Cuesta ir en contra de la mayoría...
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