Liturgia
San Pablo les hace historia a los colosenses,
con el antes y el después de aquel pueblo (1,21-25): Antes estabais también vosotros al margen de Dios y erais enemigos
suyos por la mentalidad que engendraban vuestras malas acciones. Es la
historia de un pueblo que aún no había conocido la verdad del Evangelio y la
redención de Jesucristo. Ahora, en
cambio, gracias a la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, habéis
sido reconciliados con Dios. Hay, pues, una clara línea divisoria en la
vida de la comunidad de Colosas: antes de conocer a Cristo y después de haberlo
conocido. Lo que ahora necesitan es conservar esa novedad que han recibido y permanecer cimentados y estables en la fe, e
inamovibles en la esperanza que escuchasteis en el Evangelio. Y Pablo lleva
a gala que él fue el eslabón que les unió a Cristo, a cuyo servicio fue
asignado.
Ésta es la historia que ojalá se repitiese en todos los
pueblos. Se comprende que antes de conocer a Jesucristo dominen las obras de la
maldad, de los vicios, del desenfreno, de la indiferencia. Si no hay un punto
de luz en la vida y sólo se vive de lo que atrae la parte humana, el lastre
apega al suelo. “Las obras del cuerpo” –de lo material, placentero, cómodo…-,
es lo que priva. Está en contradicción con las “obras del espíritu”, que es lo
que eleva, lo que hace a la persona dueña de sí misma, la que eleva hasta otros
valores y la que pone en contacto con Dios. Es lo que Pablo les hace ver a los
fieles aquellos, una vez que han conocido la obra redentora de Jesucristo, que
se verifica por la muerte que Jesús padeció en su cuerpo de carne. Por ello han
sido reconciliados con Dios. Y sólo así el mundo de hoy podrá ser reconciliado
(y dejarse reconciliar), si llega a aceptar el camino de Dios, el camino que Dios
quiere hacer en las almas. Por Dios no quedará. Dios sigue saliendo al
encuentro de mil maneras, unas veces con mano de terciopelo que acaricia y
otras veces avisando con situaciones dolorosas que tienen que hacer reflexionar
al hombre.
La gente pide cuentas a Dios cada vez que sucede una
situación trágica. Querría a un Dios que sale al paso de todas las catástrofes
y las detiene con poder. Y el hombre es tan duro de mollera que no descubre que
detrás de tantos renglones torcidos
que provoca el mismo ser humano, o que provienen del desenvolvimiento de las
fuerzas de la naturaleza, hay una
escritura derecha de Dios, que trata de hacer a la criatura más consciente
de su pequeñez, de su contingencia, de que necesita elevarse a descubrir la
salvación de Dios, que habla su propio lenguaje misterioso. Pero lenguaje que para los que aman a Dios, todo les sirve
para el bien. Y es desde la fe, desde esa “lectura” de los signos de los
tiempos y de las realidades que rodean, como se va desbrozando la mirada de los
sucesos de la vida para encontrar detrás la mano de Dios que, en efecto,
conduce al bien.
El evangelio, más que conocido (Lc 6,1-5) nos presenta esa
solapada persecución que los fariseos hacían de Jesús y de sus discípulos, para
encontrarles “el defecto”. Aquí es porque los discípulos arrancan unas espigas
en sábado y se las comen. Pero se me antoja que de esto hay mucho a lo largo de
nuestras vidas, porque parece que hay personas que están al acecho del
“defecto” del otro (o de lo que juzgan defecto).
En realidad, puestos a buscar el fallo, los apóstoles lo
habían tenido en aquel gesto de frotar las espigas con las manos, pues el
sábado no dejaba lugar a nada que supusiera un trabajo. Pero la cosa era tan
nimia y el trabajo tan poco trabajoso, que no merecía la pena para aquella
protesta que levantaron los escandalizados fariseos. Y ahí es donde creo que
nos toca reflexionar porque muchos “defectos” que vemos, son más defecto en nuestra
visión sucia que en el tal defecto en sí mismo. Bien merecía la pena pasar por
encima de esos fallos ajenos y estar más dispuestos a mirar con ojos limpios
que con ojos críticos.
De hecho Jesús buscó la manera de salvar la situación
haciendo la reflexión a los fariseos de que hay situaciones en las que las
leyes humanas deben ceder ante razones superiores, como ocurrió con el propio
David, el venerado David, que se saltó una ley cuando tuvo por delante un caso
de necesidad y caridad.
He hablado de “ojos limpios” y “ojos sucios”. Creo que es
buena ocasión para observar cuál es nuestra visión de las cosas y de las
personas. Y a lo mejor para purificar algo de nuestra mirada y de nuestros
enjuiciamientos de las cosas.
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