Liturgia
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La lectura de Col 2,6-15 nos lleva a pensar que más valdría
releer despacio su contenido que a intentar explicarlo o sintetizarlo. Porque
al final acaba uno ciñéndose a lo que dice el texto sagrado.
Proceded como
cristianos. Una exhortación que nos debe llegar a todos al cabo de los
siglos. Y lo explicita Pablo diciendo que no se dejen influir por los criterios
del mundo que trasmiten los hombres, porque el que procede así no es de Cristo.
En Cristo está la plenitud de la divinidad, y por él obtenemos nosotros nuestra
plenitud. Se trata de recibir una “circuncisión” que no está hecha por hombres
sino que despoja de los bajos instintos. Eso lo da el Bautismo, por el que
participamos de la muerte de Cristo y de la resurrección de Cristo. Estábamos
muertos por el pecado, pero Dios nos dio vida en Cristo, perdonándonos todos
nuestros pecados. Cristo borró el pliego de multa que nos correspondía y nos
condenaba, dejándolo clavado en su cruz.
Lc 6,12-19 empieza con la elección de los doce, esos
hombres que Jesucristo designa con el nombre de apóstoles, y que va escogiendo
uno a uno con sus nombres propios y su realidad concreta personal.
Figura Pedro en primer lugar. Eso ocurre en las diversas
listas que nos aportan los sinópticos, considerándose así el valor propio de
aquel apóstol que será el primer representante de Jesús en la historia de la
humanidad: el primero entre los principales. Junto a él va su hermano Andrés.
Luego vienen, por el orden en que fueron llamados por el mismo Jesús: Santiago
y Juan, los otros pescadores del Lago que ya habían sido atraídos por la
llamada de Jesús.
Felipe y Bartolomé, que son de los primeros que se
encontraron con Jesús. Le sigue Mateo. Y hasta ahí lo que nos consta en
los evangelios como llamadas concretas.
Luego vienen otros nombre de los que posiblemente sea Tomás
el que más resuena por su episodio de fe tras la resurrección del Señor. Santiago
Alfeo, Simón Zelotes, Judas de Santiago (o Tadeo). Y Judas Iscariote. Y siempre
junto a ese nombre, la apostilla infame: que
fue el traidor. No tenía que haberlo sido, como alguien pretende decir.
Judas, como los demás, tuvieron su plena libertad para elegir un camino u otro.
Once eligieron el camino correcto. Uno se fue por otros derroteros. Once
aceptaron a Jesús y lo amaron a rabiar. Uno se puso enfrente y no lo aceptó.
Es la historia real de la vida, la que tenemos a la mano en
las personas que conocemos. ¿Por qué unos son de una manera y otros son al
revés? Nadie los ha forzado ni a lo uno ni a lo otro. Cada cual respondió a su
modo por puro ejercicio de su libre albedrío.
Concluye este trozo de evangelio con la bajada del monte al
llano, donde había un grupo grande de discípulos y de pueblo, venidos de otras
comarcas. Venían a oírlo y a que los
curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban
curados. No sólo eran aquellos que necesitaban un favor. Había muchos que
venían a escucharlo, a oírlo, a alimentarse de su palabra, a encontrar esa vida
que tenían sus enseñanzas, que sobrepasaban en mucho lo que les trasmitían los
doctores de la ley.
Y muchos también querían tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos. Fuerza en la
palabra, fuerza en su presencia, fuerza en su persona…: tocarlo era como
recibir una benéfica descarga de bondades y salud.
Hoy celebramos la onomástica de la Virgen, nuestra Madre, "Dulce Nombre de María". Es una fiesta aprobada en 1513 por el Papa Julio II para la diócesis de Cuenca y en 1683 el papa Inocencio XI la extendió a toda la Iglesia en acción de gracias por la victoria sobre los turcos en el sitio de Viena. Esta fiesta fue asignada para el domingo después del 8 de septiembre y con el paso del tiempo se concretó para el 12 de Septiembre.La celebramos hoy con fe y devoción agradecidos por haber traido al mundo a nuestro Mesías Salvador y por la protección que nos ofrece Ella como Madre nuestra. ¡Oh, María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos!
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