Liturgia
Esdras (9,5-9) hace una mirada retrospectiva,
pensando en lo que había sido aquel pueblo, que se había alejado del Señor y
una buena parte se había perdido en el destierro entre las naciones enemigas. Hemos sido gravemente culpables y por nuestros
pecados nos entregaste a nosotros, a nuestros reyes y a nuestros sacerdotes, en
manos de reyes extranjeros, y a la espada, al cautiverio, al saqueo, al oprobio…
Eso ha dejado a Esdras exhausto, deprimido. Pero la intervención de los reyes
de Persia que les han permitido el regreso a la patria y la construcción del
templo, le ha hecho reaccionar de pronto y salir de su abatimiento al llegar la
hora de la oblación de la tarde. Dios ha
iluminado nuestros ojos y nos ha reanimado y no nos abandonó en nuestra
esclavitud; nos granjeó el favor de los reyes de Persia y nos dio ánimos para
levantar el templo de nuestro Dios.
Es todo un canto de agradecimiento que le hace volver a la
vida, tras esa humillación –casi muerte- sufrida por el destierro. Nos lleva
por tanto a una oración de reconocimiento de la acción de Dios y de las
mediaciones que ha usado en aquellos reyes extranjeros, y con ello a agradecer
el momento actual en el que “un resto”
del pueblo –resto numeroso, pero solo una parte que no ha doblado la rodilla
ante los ídolos de los gentiles- vuelve a tener su patria y su templo
consagrado al Señor.
Lc 9,1-6 es la misión apostólica a la que Jesús envía a sus
apóstoles, para que –con poder y autoridad- lleven la avanzadilla de la acción
de Jesús en los pueblos y aldeas de la comarca. Actuarán contra los poderes
diabólicos y sobre las enfermedades. Es decir: la misma labor de Jesús. Y,
además, proclamar el Reino de Dios. Palabra y acción…, acción que rubrica la
palabra…, porque el Reino de Dios es activo y es la llegada de Dios a las
gentes. Y Dios se manifiesta actuando y salvando (curando enfermos).
Pero esa misión la han de llevar a cabo sin poder humano,
sin recursos humanos, sin apoyos humanos. No deben llevar nada para el camino; ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni
una túnica de repuesto. Diríamos que “con lo puesto”, como el Hijo del
hombre que no tiene donde reclinar su cabeza. Su fuerza ha de ser la Palabra de
Dios y las acciones de Dios. No las apoyaturas que dan seguridad y que podrían
tener el peligro de atribuírseles la eficacia de la misión. Van en el nombre de
Jesús, y Jesús iba por esos campos con la libertad absoluta del pobre, que
depende de la providencia y de la compasión de las gentes,
Por eso, quedaos en
la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Donde son
recibidos, ahí se quedan. Y donde no son recibidos, sacuden el polvo de los
pies para no quedarse ni con eso. No porfían, no discuten. Recibir la palabra
de Dios y recibir a los mensajeros de la palabra es un acto libre de las
gentes. Quien no quiera recibirlos, no pasa nada. Os vais a otro lugar.
Ellos se pusieron en
camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en
todas partes.
Siempre que leo este tema, recuerdo la anécdota que se
cuenta en la vida del Venerable Padre Tarín, un misionero de pro que recorrió
España con sus misiones populares. Iba a las ciudades y pueblos con un simple
bolso de mano en el que llevaba lo indispensable. Hubo un pueblo donde el fruto
de la misión fue exiguo y no hubo respuesta por parte de las gentes. Y el Padre
Tarín se culpaba a sí mismo de haber ido con demasiado bagaje y por eso no
había habido fruto. Aún necesitaba más pobreza, pensaba él.
La renovación de la Iglesia no la pueden llevar a cabo las
planificaciones de despacho, los proyectos estudiados por los técnicos. La
renovación de la Iglesia la llevaron siempre los santos, los que viven el
evangelio: Santo Domingo de Guzmán, San Francisco de Asís, Santa Teresa de
Jesús, San Ignacio de Loyola…, San Vicente de Paúl (cuya fiesta litúrgica hoy
celebramos). Viviendo ellos el evangelio y trasmitiendo esos valores que a
ellos les hicieron dar su respuesta personal a Dios. Fueron los verdaderos
renovadores de la Iglesia. El P. Tarín, con su exigencia de vida austera, con
su llaga permanente en la pierna sin que ello le impidiera sus correrías
apostólicas, y como él, tantos otros que murieron en olor de santidad, ellos
son los que removieron pueblos enteros y elevaron el nivel espiritual de muchas
almas.
Nosotros no vamos a renovarnos por “hacer” muchas cosas
sino por ese planteamiento sincero de vivir el evangelio.
Si miramos la situación religiosa en España hoy y la de hace cincuenta o sesenta años veo que estas lecturas nos vienen como anillo al dedo. Soberbia, confianza en nosotros y nuestros medios y poca fe en el Evangelio
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