Liturgia del domingo 23-A, T.O.
Confieso que me encuentro ante uno de los mensajes
evangélicos que me resultan más difíciles en los momentos actuales: ha hablado
Jesús de la corrección fraterna (Mt
18,15-20). Quiere Jesús que ante un hermano que yerra, haya una corrección
entre hermanos para sacarle de su error. Y eso –de acuerdo con la 2ª lectura de
hoy- con amor, porque todos los
mandamientos sin amor son vacíos. De ahí que “a nadie debáis nada, más que amor, porque el que ama tiene cumplido el
resto de la ley” (Rom 13,8-10).
Por tanto no se puede pensar en una corrección que no vaya
movida por el amor. No entiende Jesús una corrección más que desde el amor. Y
por eso se habla de corrección al
hermano: “si tu hermano peca”. Entonces, precisamente por el amor, hay que
corregirle. A solas entre los dos; si te
hace caso, has salvado a tu hermano. De eso se trata, de hacerle un bien,
de sacarlo de su yerro.
Pero digo que me resulta uno de los mensajes evangélicos
más difícil, porque la experiencia da en la vida actual que nadie quiere ser
corregido. Ni con amor ni sin amor. Aún cuando no reaccionara malamente, lo que
es casi seguro es que se justificará para mantener su postura. De ahí que la
corrección al hermano se hace muy cuesta arriba. Y sin embargo hay una
responsabilidad ante Dios, que la 1ª lectura nos la ha puesto muy clara: Ez
33,7-9 nos advierte que cuando bajo la mirada de Dios se debe corregir, el que
no corrige es culpable. El corregido responderá bien o mal. Pero
independientemente de ello, el que ha sido declarado “atalaya en la casa de
Israel” tiene que escuchar la palabra de la boca de Dios y no puede callar en
su misión de advertir del error al que se ha equivocado.
Examinémonos sinceramente. En la vida diaria pueden darse
diversos momentos en que alguien cercano nos hace alguna reconvención: nos
advierte de algún defecto. ¿Cuál es nuestra reacción? ¿Cómo acepta el esposo o
la esposa que uno le haga ver al otro que se equivoca? ¿Cómo lo aceptan los
hermanos entre sí, o los hijos o los mismos padres? Y sin embargo, partiendo
del amor de la familia, debería haber un reconocimiento de la situación y un
cambio de postura que enderece lo que estuviera torcido. ¿Nos gustaría ser
corregidos cuando –aun sin darnos cuenta, quizás- nos hemos equivocado? No se
trata de echar en cara, no se trata de actitudes agresivas. Se trata de poder
mejorar y recibir con amor lo que con amor nos advierten que andamos
equivocados.
Jesús no se queda solamente ahí: se pone en el caso del que
tozudamente no admite la corrección. Y dice Jesús: llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado
por boca de dos o tres testigos. La cosa ha pasado a mayores, por decirlo
así. Ya no se queda en la intimidad de uno con otro. Ya se ha de recurrir a dos
o tres testigos. Se trata de que el hermano que se equivoca tenga constancia de
que su error no pasa de largo. Pero que lo que se busca es su mejoría.
Que cuando no haga caso ni a eso, entonces díselo a la comunidad, y si no hace caso ni
a la comunidad, considéralo como un pagano. No ha aceptado al hermano que
amorosamente le pretendía ayudar. Es ya como un pagano; no un hermano.
Nos gustará escuchar esto o no, pero es la palabra misma de
Jesús y lo que Jesús nos muestra como modo de actuación en la corrección del
pecado del otro: ser “atalayas” que no se conforman con el error, y no piensan
que todo es igual… Tienen que dar la voz de alarma (según la 1ª lectura).
Por esto decía que es de los textos más difíciles del
evangelio, y mucho más en los momentos presentes en que cada cual se hace un
reyezuelo de sí mismo y no admite que le corrijan la plana. La Iglesia quiere
ayudar y corregir, pero entonces se revuelven contra la Iglesia y le cierran la
boca…, y la sacan peyorativamente en los medios de comunicación, y se acaba en
una crítica contra la Iglesia y hasta con el abandono de ella. Y la Iglesia ha
puesto la mayor prudencia, el mayor amor, pero no se le acepta que oriente y
–en ese sentido- que corrija.
La EUCARISTÍA es un testigo interior en nosotros para
ayudarnos a mirar nuestras actitudes, lo mismo cuando toca advertir que cuando
somos corregidos. El amor del hermano que pretende ayudar, refleja el amor del
mismo Cristo, que quiere que seamos muy sinceros a la hora de enjuiciarnos a
nosotros mismos. Y en consecuencia que estemos dispuestos a hacer o recibir la corrección fraterna.
Pidamos a Dios
la sinceridad necesaria para buscar la verdad de nuestra conducta.
-
Para que nunca corrijamos con genio y mal humor, Roguemos al Señor.
-
Para que las relaciones familiares se desenvuelvan con amor y prudencia
al advertir al otro de algún fallo. Roguemos
al Señor.
-
Para que tengamos disposición de acogida a las advertencias que nos
aporta la Iglesia, Roguemos al Señor.
-
Para que padres y esposos eviten todo lo que pueden ser malos modos en
las relaciones de familia, Roguemos al
Señor.
Señor: que lo
que pedimos juntos dos o más reunidos en tu nombre, nos sea concedido, conforme
a tu promesa.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Voy a aportar algo hoy. El tema me toca. Voy a ser "políticamente incorrecto". A mi juicio, la corrección fraterna no funciona como debiera por varias razones en nuestros días. Según mi experiencia, porque no HAY un VERDADERO SENTIDO de hermandad. Es decir, somos hermanos figurados que nos reunimos a veces a celebrar la Eucaristía, u otra cosa. Nada más.
ResponderEliminarNo hay profundización en el sentido de SER HERMANOS. No se da prioridad al SER HERMANOS, hasta el punto que sólo lo somos figuradamente en muchos casos.
Si se profundizara, entonces la corrección fraterna tomaría una nueva dimensión. "Yo desearía ser corregido", porque quiero estar en la verdad, en lo correcto.
Esa es la segunda cuestión. Amar LA VERDAD, porque JESÚS es la VERDAD. El que ama la verdad de verdad, está más cerca de Jesús, y por tanto más cerca del hermano.
Si lo que queremos es no ser molestados y que no nos cambien el paso, entonces no hay corrección posible.
Por supuesto las correcciones deben ser hechas con un cariño y un afecto tal, que no parezca ni corrección, y hay que discernir a la persona que tenemos enfrente, para no hacerle daño. Una corrección fraterna, nunca puede ser como las correcciones del mundo. "Yo estoy por encima y por eso te corrijo". Eso no debe ser así. "Yo se más que tu, y por eso te corrijo". Eso tampoco. "Yo soy muy pobre, pero la Palabra de Dios dice esto o aquello": eso si puede ser una buena forma de corregir.
Hay que pensar. Reflexionar. Es un tema delicado, pero básico y fundamental, y causa de mucho dolor y frustraciones, y cosas que no agradan a Dios.