Liturgia
Empiezo hoy por el evangelio (Mt
25,1-13) con esa parábola tan conocida y tratada de las 10 jóvenes que salen a
recibir el esposo. Pero no todas son iguales en su previsión y preparación.
Cinco son prudentes y han pensado que el esposo puede tardar más o tardar
menos. Pero por su se retrasa en su llegada, no sólo han encendido sus candiles
para alumbrarse en la noche, sino que han tomado aparte unas alcuzas con
aceite. Si el esposo se retrasa, ellas pueden alimentar su candil y no ha
pasado nada. Por el contrario, las otras son negligentes o faltas de previsión
y han tomado sus candiles con sus luces encendidas, pero sin repuesto por si la
espera fuera más larga. Son las que viven sólo el minuto presente pero no ven
más adelante.
Y el esposo se retarda, y las 10 jóvenes se quedan
adormecidas y mientras tanto sus lámparas titilan y se apagan. Cuando a la
medianoche se escucha el clamor de que está llegando el esposo, las primeras
aderezan sus lámparas, las alimentan con el aceite de sus alcuzas y ya están
ilusionadas a la espera de la llegada del esposo.
Las otras no tienen ahora mismo luz. El tiempo se echa
encima y vienen a pedirle a las primeras que les den de su aceite. Pero la respuesta,
en la línea de la previsión, es que no pueden darle, no sea que necesiten
seguir echando aceite en sus candiles. Y la única solución es que vayan a
comprar aceite. Y en efecto, tienen que irse y abandonar el sitio del
encuentro, en el intento precipitado de ir a buscarse el aceite para sus
lámparas.
Y en ese tiempo llega el esposo. Las 5 que están preparadas
lo reciben, él las invita al banquete, y entran. Y tras ellas se cierra la
puerta. Ellas han estado preparadas en el momento oportuno. Las otras, no. Y
cuando por fin llegan, ya con las puertas cerradas, claman desde fuera: Señor, ábrenos. Pero desde dentro les
responden: No os conozco.
La lección es magistral. El día a día hemos de vivirlo en
estado de expectativa. No sabemos cuándo es la hora de la muerte (expresada con
la bella imagen de salir al encuentro del
Esposo). Por eso no cabe improvisar la preparación, porque nunca se estará
dispuesto en el momento concreto. La única solución a esta realidad de nuestro
encuentro con el Señor, es vivir en cada momento totalmente dispuestos, como si
se tratara cada momento de la última hora. Y así, aparezca el Señor antes o
después, da igual: se está preparado y están abiertas las puertas del Banquete
(=el Reino de Dios). Se entra con él. Cuando las puertas se cierren, ya está
uno dentro.
Y no caben intentos absurdos de empezar a prepararse entonces,
porque en la realidad práctica esa preparación entonces es imposible
prácticamente, bien porque ya no hay posibilidad, porque la muerte ha llegado
sin avisar, bien porque lo que se dejó para el final, se queda anquilosado y
ese final ya no hace posible la preparación. Al llegar aquí recuerdo a aquel
alumno y amigo que era un joven suficientemente religioso. Un día decide abandonar
aquella actitud religiosa, y que cuando fuera ya mayor, entonces volvería a
retomar lo que ahora dejaba. Ese “ser mayor” –haberse hecho mayor- al margen de
aquella fe, lo ha situado en la lejanía de lo espiritual. No ha cabido, al
menos hasta ahora, aquella posibilidad de cambio que se pensó que podría darse.
Y nadie puede ayudarle ahora, porque está muy lejos de plantearse el cambio.
La vida práctica lo deja evidente: que lo que uno mismo no
se dispone a hacer por convicción, nadie le puede sustituir: no es posible
entonces “darle el aceite”. Primero porque cada uno se ha fraguado su propia
vida, y no cabe “prestarse” los méritos de unos para salvar a los otros.
Segundo, porque a la hora de la verdad, ni siquiera los últimos llegan a
pedirle a los primeros que les presten aceite, que les salven. Porque el tema
de la salvación es tema personal e intransferible. La ayuda se puede ofrecer en
vida; no puede ofrecerse en la hora de la muerte. No presentó Jesús a las 5 muchachas
prudentes como egoístas que no quieren prestar aceite. Sino como la realidad
misma de la vida, en la que no cabe esa “transfusión” de las propias obras para
bien de los que no se han preparado y tienen sus manos vacías.
La 1ª lectura (1ª Tes, 4, 1-8) va en la línea del respeto a
la unión de los esposos, que debe ser santa y respetuosa. Y que ha de ser muy
respetada por parte de terceros, gentiles, que no conocen a Dios. Porque quien
conoce a Dios, actúa rectamente. Y Dios ha llamado a una vida pura. Y quien desprecia ese mandato, no desprecia a
los hombres sino a Dios.
Las lámparas representan los dones que hemos recibido cada uno de nosotros. Las personas parece que somos iguales, pero nos distinguimos en nuestra forma de actuar.Cada una usa su libertad como le parece mejor para santificarse.No se trata de que vaya haciéndo comparaciones; se trata de que todos los días recargue las pilas de sus capacidades para ir saliendo adelante. La responsabilidad sólo es nuestra:oración y sacramentos. El Señor está en lo cotidiano y quiere ayudarnos.
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