Liturgia
Entra hoy el profeta Ageo en la liturgia del
día (1,1-8). Enlaza con el libro de Esdras que hemos tenido, con la
reconstrucción del templo como argumento principal. Darío, rey de Persia,
facilitó la reconstrucción.
Sin embargo hay israelitas contestatarios que consideraban
improcedente realizar aquella obra: Todavía
no es tiempo, decían. Y ahí llega la palabra de Dios al profeta Ageo, que
lleva la reflexión sobre el particular: ¿De manera que no es tiempo de
reconstruir el templo, y vosotros vivís en casas de lujo recubiertas de madera?
Y les hace caer en la cuenta de que así les van las cosas,
porque no les luce el trabajo que hacen y la paga que reciben. En la mentalidad
de aquella época se quiere hacer ver que sus posturas de rechazo a lo que Dios
quiere, acaban produciendo una ausencia de Dios y por tanto un fracaso en sus
cosas. Meditad, pues, en vuestra
situación y traed maderos y construid el
templo.
Dentro de que nuestra mentalidad no atribuye a Dios las
desgracias, no cabe duda que es para meditar la situación del mundo de hoy.
Acabo de ver una parte del telediario en una determinada cadena y en 20 minutos
seguidos no ha habido ni una sola noticia que no haya sido de violencia,
rebeldía, muertes, asesinatos, mafias, parricidios, abuso de menores (bien en
pederastia, bien en el uso de menores en odios políticos). Realmente estamos
echando los valores humanos en bolsa rota. Se ha logrado una sociedad sin Dios
y se ha encontrado una sociedad sin humanidad siquiera. ¿Todavía no es tiempo
de “reconstruir” esta situación? ¿Seguimos al margen de Dios, pretendiendo que
las leyes humanas sean las que pongan orden? Y si las leyes humanas han pasado
a ser papel mojado, y que los mismos representantes de la vida pública se
saltan las leyes, ¿qué orden va a establecerse? ¿El de la jungla? ¿El del más
atrevido y menos respetuoso? ¿El del que grita más fuerte y abusa más de su
poder o de su influencia?
La profecía que recibe Ageo es la de traer maderos, construid el templo, para que pueda complacerme y mostrar mi gloria. Y ya se sabe
que el primer templo, esencial, es el de la PERSONA.
Herodes estaba fuera de órbita. Había matado al Bautista y
sólo entendía de hacer su voluntad y de buscar la veneración (adulación) de sus
cortesanos. En esto que oye hablar de las cosas que hacía Jesús (Lc 9,7-9) y no sabía a qué atenerse porque el
gusanillo interior le ponía ante sus propias felonías.
Unos decían de Jesús que era Juan Bautista resucitado…, y
eso aterraba a Herodes. Otros decían que era Elías. Otros que algún profeta que
ha vuelto a la vida. Sea como sea, Herodes se encuentra ante un hecho que le
sobrepasa: A Juan lo mandé decapitar yo;
¿quién es este de quien oigo hablar semejantes cosas? Sus remordimientos no
le dejaban sosegar. Y tenía ganas de
verlo. No llegó a verlo en la acción diaria de Jesús. Incluso Jesús se
permitió “mandarle recado”: Id y decirle
a ese zorro… De hecho vino a encontrárselo inesperadamente en la Pasión y
no fue capaz de liberarlo. Tuvo que encontrase de frente con la figura más contraria
a sí mismo: Jesús era un hombre con personalidad; Jesús no se doblegaba ante
las adulaciones; Jesús no le hizo ni caso, aunque Herodes hubiera estado
dispuesto a cualquier cosa con tal de tener a Jesús a sus pies.
Ni pudo doblegar al Bautista, y sólo le venció a base de
degollarlo, cediendo a las peticiones de una mujer diabólica con la que
convivía, ni pudo rendir a Jesús. Herodes queda humillado y cuando ha llegado a
conocer a Jesús, reacciona vistiéndole un manto brillante de burlas queriendo mostrar
a sus cortesanos que era él quien quedaba por encima. Penosa, pírrica victoria,
por la que queda en la historia como un monigote sin personalidad.
Dios no envía males. Pero Dios aprovecha las realidades
como avisos que expresan cómo la misma naturaleza o la sociedad perdida están llamando
a reaccionar y a volver a Dios si queremos subsistir y no mordernos unos
a otros. Porque el hombre sin Dios es un caníbal que acaba alimentándose de la
carne ajena.
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