Liturgia
Pablo insiste a Timoteo (1ª, 6,13-16) con
solemnidad especial (en presencia de Dios
que da vida al universo, y de Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio
Pilato) a guardar el mandamiento sin
mancha ni reproche. [Intacto, irreprochable].
El texto en cuestión no es nada fácil y tiene diversas
interpretaciones según los comentaristas. Si estuviéramos en San Juan, “el
mandamiento” sería muy fácil de “traducir” por “el mandato del amor”. Pero
estamos en Pablo y no es eso lo que él dice. “Guardar el mandamiento” sería
vivir todo lo que le ha enseñado en la carta a su discípulo, o bien La Ley o
algún precepto particular de la Ley, o bien a todo lo que sale de vivir la fe
que Timoteo juró guardar de por vida. De ahí que “sin mancha ni reproche” puede
referirse al modo de guardar el mandamiento, o puede referirse a la actitud del
propio Timoteo: “intacto e irreprochable”.
Ya comprendéis que este modo de comentar no es propio mío.
Lo que significa que os trasmito un estudio de un comentarista. Es que yo no me
aclaraba ante tanta solemnidad de pronto, y a un término que no explicitaba
nada: guardar el mandamiento. Todo
ello hasta la venida de Nuestro Señor
Jesucristo, a quien Timoteo sirve y por el que ha empeñado su vida.
El evangelio (Lc 8,4-15) nos trae de nuevo la parábola del
sembrador, con la novedad de expresar de modo continuado la parábola y su
explicación a los apóstoles: A vosotros
se os ha dado conocer los secretos del Reino de Dios; a los demás, sólo en
parábolas porque viendo, no ven y oyendo no oyen. Aquí tenemos, como en
otros lugares, que leer con mentalidad realista y no “al pie de la letra”,
porque “al pie de la letra” dice un absurdo substancial. La expresión de Isaías
que se conserva en estas palabras de Cristo, dice: “para que viendo, no vean y
oyendo, no entiendan”. Y ahí está el absurdo: que Cristo predicase a las gentes
para no ser entendido. Por ello hay que “leerlo” en positivo, que es el
verdadero sentido de lo que Jesús hacía: enseñaba en parábolas como
cuentecillos inteligibles por la gente simple, precisamente para hacerse
entender.
El pueblo al que Jesús se dirige no es un pueblo
intelectual. Es más: su mentalidad no capta los conceptos teóricos. Es un
pueblo mucho más gráfico que necesita del “ejemplo”, de la “figura”, para poder
entender. Y Jesús les habla en su lenguaje, el de las parábolas, para hacerse
entender. De ahí que la frase de Isaías no tendría sentido en tiempo de Jesús,
y que hay que “leerla” en positivo: les
hablo en parábolas porque viendo la doctrina, no ven y oyendo mis enseñanzas no
entienden. Por eso tengo que utilizar su lenguaje para que vean y
entiendan.
Que de hecho era un lenguaje muy familiar a Jesús que
continuamente lo está empleando, también con la gente culta, y unas veces con
parábolas desarrolladas y otras con comparaciones muy cortas: los odres y el
vino nuevo. Cuando Jesús retomó otro texto de Isaías para hablar a los doctores
sobre la viña mal administrada, en la que los arrendatarios mataban a los
enviados del dueño, los doctores escucharon boquiabiertos aquella descripción
tan plástica que Jesús les estaba poniendo delante. Y no se dieron cuenta hasta
el final de que Jesús los estaba retratando a ellos. Tampoco ellos veían y no
escuchaban, y eso que era los hombres cultos. Y se tragaron toda la enseñanza
de Jesús como quien oye el cuento que Jesús sabía bordar con un gracejo
especial. Cuando quisieron acordar, ya
estaba dicho todo.
Lo que importa es que nosotros no nos quedemos en la
narración de la parábola y que hagamos una introspección para saberla leer en
su contenido profundo, el que nos abarca nuestra vida y donde se nos pide una
respuesta personal a la parábola.
De ahí que la del sembrador no es una división maniquea de
malos y buenos sino una reflexión muy a fondo de nuestra vida personal, ahí
donde hay “zonas” de respuesta y zonas que no responden a la finalidad de la
semilla esparcida. Y que seamos conscientes de que hay aspectos en los que no
nos hemos estrenado (semilla en el camino duro), otros aspectos de entusiasmos
que no duran, aunque “quisiéramos” (pero que no queremos con decisión), bien sea por falta de interés (no hay
tierra), bien porque estamos enfangados en múltiples cosas (entre zarzas y
matorrales), y no dejamos espacio libre al crecimiento de la semilla. Por supuesto
que hay otros aspectos que sí funcionan y que Lucas los da como frutos que
alcanzan el ciento por uno.
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