Liturgia del Domingo 24 A, T.O.
El comentario más inmediato del evangelio de hoy es el que
nos da la 1ª lectura (Ecclo 27,33 a 28,9), poniéndonos delante la necesidad
imperiosa de perdonar cuando uno quiere ser perdonado. Y cuando el perdón que
se desea alcanzar es el de Dios hay una razón de más para otorgar el perdón a
quienes ofendieron: Perdona las ofensas a
tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
Y se pregunta el autor del Eclesiástico: Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y
pedir la salud al Señor? ¿No tiene compasión de su semejante, y pide perdón de
sus pecados?
Por eso, cuando Pedro pregunta a Jesús si ha de perdonar
siete veces (lo que –en el lenguaje de la época- suponía un perdón absoluto y
total), Jesús riza el rizo y se lo multiplica ampliamente: No te digo “hasta siete veces” sino hasta setenta veces siete. (Mt
18,21-35(. Es una rotunda afirmación de Jesús que ahí está y que expresa
diáfanamente que hay que perdonar siempre, y que nunca el mal que nos han
infringido puede justificar un rencor, una negativa al perdón de la ofensa
recibida.
Jesús tiene su modo de explicar las cosas con sus
parábolas. Y nos pone el caso del que es perdonado de una deuda muy alta –diez
mil talentos-, y que cuando sale de ese trance, él no es capaz de perdonar a un
compañero una fruslería de cien denarios. Y Jesús explica que cuando el amo se
entera de aquello, lo vuelve a llamar y le exige ahora que él pague toda su
deuda grande porque no supo perdonar a
su semejante. Y que ahora tiene que afrontar toda su responsabilidad lo mismo
que él le ha exigido al compañero. Y concluye Jesús con la lección: Lo mismo hará con vosotros vuestro Padre del
cielo si no perdonáis de corazón a vuestro hermano.
No es tan extraño el que afirma que no puede perdonar la
ofensa recibida o “perdono pero no olvido”, aunque él viene al confesionario a
pedir la absolución de sus pecados. Y no cae en la cuenta de que puede no ser
sujeto de perdón porque él no sabe perdonar. Y que la absolución puede no valerle
porque él no es capaz de otorgar su compasión al que le debe algo. Por muchas
razones que crea tener, por muchas justificaciones que alegue, si no está
dispuesto a perdonar al otro, no puede solicitar el perdón de Dios. De hecho,
cuando reza el Padrenuestro pide que a él le perdonen como él perdona. Lo que
significa que pide no ser perdonado el que no es capaz de perdonar.
La 2ª lectura (Rom 14,7-9) viene a apoyar la actitud de
corazón grande que hay que tener, saliendo cada uno de sí mismo para abrirse al
prójimo y a las necesidades del prójimo: Ninguno
vive para sí mismo ni ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el
Señor y si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del
Señor. Para eso murió y resucitó Cristo.
Esto tiene su relectura muy actual en la forma en que se
viva con el alma abierta a los otros o que se encierre la persona sobre sí
misma y sólo se ocupe de sí misma. Tendemos al egoísmo de quedar encerrados en
el YO. La queja de tantas familias es el desamparo que padecen de los suyos.
Cada cual vive su vida y prescinde en la práctica de la vida de los otros. Y
sobre todo las personas mayores llegan a sentir la soledad de los hijos y aun
de los nietos, que viven solamente para ellos y sus cosas, y no tienen un gesto
habitual de interés por los mayores.
Llegar a la EUCARISTÍA es llegar a la piedra de toque de la
verdad. Hoy habrá, como todos los días, la fila de comulgantes que se acercan a
recibir al Señor. La pregunta que debemos hacernos cada uno es si ese mismo
caminar se hace en dirección de los padres, de los abuelos, de los tíos… Si el
domingo tiene esa doble dirección para no planificarlo solamente como día de
disfrute personal, o si juntamente se busca acompañar a quienes están más solos
o más necesitados de unas muestras de cercanía y cariño.
Y por supuesto, plantean esas filas de comulgantes si no
hay alguno que tenga que dejarla para ir primero a reconciliarse con el
hermano, para luego volver a la fila con toda la plenitud de participación que
requiere haber sabido perdonar.
Presentamos nuestras peticiones al Señor.
-
Que vivamos siempre con el corazón abierto al perdón. Roguemos al Señor.
-
Que pensemos en los demás y demos lo que para nosotros mismos deseamos.
Roguemos al Señor.
-
Que el domingo no sea sólo para disfrutar sino para ofrecer compañía y
calor afectivo. Roguemos al Señor.
-
Que vivir nuestra fe tenga la proyección en la vida. Roguemos al Señor.
Ya que estamos
participando de la Eucaristía, condúcenos a una respuesta que sea más conforme
a lo que tú deseas en los detalles de la vida.
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Dios concede su perdón a quien perdona.A veces son pequeñas cosas la que nos pueden herir:Un favor que no nos agradecen,una palabra que nos llega en un mal momento o de cansancio....Otras veces pueden ser cosas más graves: calumnias,malas interpretaciones de aquello que hemos procurado hacer con buena intención...Sea lo que fuere, perdonar con rapidez, sin que nada quede en el alma, necesita un desprendimiento y un corazón orientado hacia Dios. Esta grandeza de alma nos llevará a pedir por las personas que, de una u otra forma nos ocasionaron algún perjuicio.
ResponderEliminarPidamos a Jesús un corazón grande como el suyo, para no detenernos demasiado en lo que nos puede herir, y para aumentar nuestro espíritu de desagravio y de reparación por las ofensas al Corazón misericordioso de Jesús.