Liturgia
Comienza el libro de Esdras (1, 1-6) que es un
balón de oxígeno en medio de los sufrimientos del pueblo de Dios. Ciro, rey de
Persia reconoce al pueblo judío y pone por obra lo que Dios había anunciado por
medio del profeta Jeremías: la liberación del pueblo de su deportación. Se sabe
señor y dueño de aquellos reinos y encargado por el Dios del Cielo para
edificarle un templo en Jerusalén.
Los que pertenezcan a ese pueblo, que suban libremente a
Jerusalén para reedificar el templo a su Dios, el Dios de Israel. Y que los que
pertenecen a los otros pueblos les faciliten los materiales que necesiten para
esa construcción: plata, oro, hacienda y ganado para las ofrendas.
Y se pusieron a reconstruir el templo del Señor, y los
vecinos proporcionaron de todo para esa labor. Fueron tiempos de esplendor para
Israel. Providencialmente un buen estadista, Ciro, liberó al pueblo y le
permitió vivir su fe y construir el templo magno en el que se rindiera el culto
debido a Dios.
El evangelio es corto. Lc 8,16-18 nos trasmite la idea de
Jesús que nos considera luz que tiene que alumbrar. Por eso el candil se
enciende para que dé luz y no para taparlo con una vasija y meterlo debajo de
la cama. Para eso, no se hace nada. Pero el candil, colocado en un candelero,
alumbra a todos los que entran en la casa.
Y aprovechando esa comparación, Jesús exhorta a vivir la
verdad abiertamente. Porque aún lo que se dice en secreto, al final llega a
saberse y hacerse público. No hay nada que no llegue a saberse antes o después.
Y tocante a las actitudes de la fe, lo que se vive o se deja de vivir acaba
saliendo a flote. Aquí vendría a pelo lo del árbol malo que da frutos malos y
así es conocido por sus frutos, como que el árbol bueno da frutos buenos y
también se hace pública su bondad.
Y acaba el párrafo con una llamada a ser fértiles en
nuestras obras, porque al que tiene
frutos, se le dará más todavía, y al que no tiene, se le quitará hasta lo
que cree tener. También aquí se puede evocar la parábola de los talentos:
al que se le dio cinco y ganó otros cinco se le va a dar el talento que
desperdició en que recibió uno. Porque a ese indolente se le quita el “uno” que
tiene y que no ha hecho prosperar. Creía tener pero la realidad es que pierde
hasta aquello que creía poseer.
La aplicación que tiene esto para aquellos que van viviendo
una vida ordenada es que siempre se espera de ellos un punto más. Que nunca se
ha llegado al límite y que al que tiene,
se le dará…, siempre habrá un algo más que puede recibir, precisamente
porque tiene, porque está trabajando en esa línea de generosidad de su
respuesta. El que ya se ha sentado en la cuneta a verlas pasar, aunque haya
sido una persona activa y fiel, se le va a restar lo que ya ha renunciado
prácticamente a dar de sí. Y es que en la carrera de la vida nunca vale
sentarse al borde porque está uno cansado. En la respuesta a Jesús, a las
llamadas de Jesús en el Evangelio, siempre hay una nueva posibilidad, y no cabe
renunciar a ella. No cabe la “comodidad” del hombre espiritual ue se siente ya
satisfecho de su vida. Siempre queda una nueva etapa, por corta y breve y
pequeña que sea, a la que es llamado a correr para acercarse a la meta. Meta que
nunca está plenamente alcanzada en esta vida, pero a la que nos vamos acercando
para llegar a plenitud el día que nos llame el Señor.
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