EL AMOR SOBRE TODO
Coinciden las
lecturas de hoy en esa base fundamental del amor, expresado en muy diversos
contextos y particularidades. Y cómo los conocimientos
tienen que ceder ante el sentir profundo
del alma…, o tenemos que saber
conocer con el corazón, que es una diversa manera de “saber”. San Pablo (1 Co 8, 1-7; 11-13) hace unos
retruécanos interesantes: “el
conocimiento engríe; el amor edifica”.
Si alguno cree conocer algo, eso significa que aún no conoce como es
debido”. ¿Por qué todo esto? Por un tema aparentemente muy simple…, y sin
embargo que “trae cola”. El tema en cuestión es comer de la carne “consagrada a
los ídolos”. El puro conocer nos dice
que eso no es ni significa nada, porque los ídolos son nada y por tanto nada
varía esa carne de otra carne. Hasta ahí
el puro conocer. Ahora surge una cuestión, que Pablo plantea en primera
persona: Yo voy a una comida en la que la carne que ponen ha sido ofrecida a un
ídolo. Podría comérmela con toda tranquilidad porque eso no me dice nada. Pero tengo junto a mí unos hermanos que sí
creen en ello, y que si como de esa carne les dejo la apariencia de que estoy
en comunión con el ídolo (o con los seguidores del ídolo). Entonces el puro saber mío de que es una
tontería, no me justificaría en comerlo, porque esos hermanos sufrirían
escándalo. En conciencia, pues…, en conocimiento del corazón que valora al
hermano…, que valor AMAR, no comeré de
esa carne nunca más. ¡Y bien sé
yo, dice Pablo, que Dios sólo es Uno, Creador, Salvador y quien ha purificado
todo y está por encima de nimiedades humanas!
Pero también sé que Dios es amor y valora mucho más el amor que los
puros conocimientos, por muy sublimes y exactos que sean!
El Evangelio está también en esa órbita concreta en la perícopa de
hoy. Y va más allá: el amor a los enemigos,
el dar aun más allá de lo indispensable (porque se trata de amar y el amor no
puede admitir fronteras). Si sólo
supiéramos amar como cualquier persona sin fe y sin Cristo, no estaríamos
sobrepasando los límites humanos de la vulgaridad. Y el cristiano ha de sobrepasar esos límites,
porque el metro-patrón que tenemos
es el ser misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso. Y a
partir de ahí , y aunque no lo busquemos, vamos a recibir la correspondencia a
ese amor. Para quien ama aun por encima
de sí mismo y de sus intereses, la medida que recibirá en correspondencia es
una medida generosa, colmada, remecida,
rebosante. Y, dentro de las
excepciones, aun humanamente uno recoge según siembra, porque la medida que
usamos la usarán con nosotros. ¡Cuantas
veces nos quejamos de los “otros”. Mientras no tengamos la capacidad de
auto-reflexión e interiorización muy sincera de entrar dentro de nosotros, de
nuestro corazón, de los recovecos y repliegues de ese corazón, será muy difícil
que acertemos en el juicio equilibrado.
Por eso tantas veces tenemos que arrepentirnos de haber ido más lejos en
nuestras maneras de juzgar. Y es que, en
el mejor de los casos, el mejor juicio de los otros es el que no se hace.
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