El 6 es PRIMER VIERNES. Lo celebramos.
LITURGIA
Se van a distinguir los tiempos mesiánicos por el festín de manjares suculentos y vinos de solera (Is.25,6-10). Y arrancará en este monte el velo que cubre
a las naciones. Es llamativo con qué repetición anuncia Isaías la venida de
las naciones, que no son los del Pueblo de Dios. Es una de las señales de los
tiempos nuevos a los que nos llama el
Señor, porque nosotros no éramos el originario pueblo de Dios, que estaba
reservado a los judíos. Sin embargo la llegada del Mesías Salvador abarca
también a las naciones. Y en ellas estamos nosotros.
La obra de Dios entonces será enjugar las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo
alejará. Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara;
celebremos y gocemos con su salvación.
Y llegamos al evangelio. La promesa se hace realidad
(Mt.15,29-37) y Jesús, el Mesías ya en acción, ofrece manjares enjundiosos.
Jesús había subido al monte y se sentó en él. Como en otro momento en el monte
de las Bienaventuranzas, acude a él un gentío, y con esa gente, acuden los
tullidos, ciegos, cojos, lisiados, sordomudos y muchos otros, que se le echaban
a los pies y los curaba.
La gente se admiraba de oír hablar a los mudos y de que
escucharan los sordos, que los ciegos vieran y los tullidos anduviesen. Era el
cambio que traía Jesús, en ese actuar a favor de los más necesitados. Era la
realización de las promesas mesiánicas.
Pero Jesús iba más lejos todavía: sentía lástima de aquella gente, porque llevaban ya tres días con él y
no tienen que comer. Lo que hubieran preparado para estar un tiempo fuera
de casa, se les había acabado. Y Jesús es sensible a ello, y no quiere
despedirlos en ayunas, porque pueden desfallecer en el camino.
Los discípulos se hallan perplejos: ¿qué pueden hacer ellos
en despoblado, y con tanta gente?
Y Jesús les pregunta cuántos panes tienen. ¡Tenían 7 panes
y unos pocos peces! Total, no tenían nada porque con aquello no podían resolver
nada en medio de aquella multitud. ¡Esa experiencia de imposibilidad humana era
la que quería resaltar Jesucristo!
Y ahora es su hora de actuación: mandó que se sentaran en
el suelo. Y tomó los siete panes y los
peces, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos y
los discípulos a la gente. Se está cumpliendo el festín de manjares
suculentos que había prometido Isaías. Jesucristo es realmente el Mesías
anunciado y prometido, hecho ya realidad para aquellas gentes.
Comieron todos hasta
saciarse y recogieron las sobras: siete cestos llenos. Y había 4,000
varones, aparte de las mujeres y los niños. Comida generosa, de la que incluso
sobra en abundancia. Es el signo mesiánico que quería presentar hoy la
liturgia.
Adviento, pues, es un cambio de panorama, una puerta a la
esperanza. La mirada más corta es la que se detiene en la venida de Jesús a
Belén, aunque viene a ser la más significativa e inmediata. Al fin y al cabo,
Jesús no nace cada año, y a lo sumo celebramos su cumpleaños, que ciertamente
para nosotros es de un significado muy especial, porque es la realización del
plan de Dios al llegar la plenitud de los tiempos.
Pero la proyección auténtica del Adviento va mucho más allá
y mucho más real: el Señor tiene que venir. Tiene anunciada su venida al final
de los tiempos, con gran poder y Majestad, entre las nubes del cielo. Y esa
llegada está por venir. Y se hace realidad en cada persona en el momento final
de su vida: a esa llegada y a ese encuentro real con Jesús triunfante es a la
que el Adviento quiere prepararnos.
Y como período de preparación, el sacerdote se reviste de
ornamentos morados, que es el color litúrgico de la espera. Ahora, en el
adviento, luego en la Cuaresma. Y cada vez que se celebra Misa de difuntos,
precisamente porque se va en busca ya de ese adviento definitivo para el
finado, que se encuentra de cara con el Señor.
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