LITURGIA
Con expresiones de delicadeza maternal, Dios se
dirige a su pueblo (Is.41,13-20) para mostrarle su protección y ayuda. No temas, yo mismo te auxilio. Ante Dios
no cabe el temor. Dios está ahí para acoger a ese pueblo necesitado. Cierto que
el pueblo desconfía y piensa que mi
suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa. Sin embargo Dios se
hace presente: Yo, el Dios de Israel, no
les abandonaré. Y se anuncia con esas contradicciones aparentes tan típicas
del adviento: Alumbraré ríos en cumbres
peladas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en
estanque, y el yermo en fuentes de aguas. Pondré en el desierto cedros y
acacias, y mirtos y olivos…, para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan
que la mano del Señor lo ha hecho.
Isaías se goza en poner esas contradicciones como anuncio
de los tiempos mesiánicos, para expresar que la llegada del Mesías va a
transformar el mundo, y va a hacer de la historia un vergel.
Es cierto que la llegada al mundo de Jesús el Hijo de Dios,
y de su obra de evangelización, supuso un vuelco en la vida de la humanidad. La
fe en Cristo fue avanzando de forma misteriosa y se extendió por muchas
regiones del mundo, por la predicación de los apóstoles y la influencia de los
cristianos que, aun perseguidos, fueron extendiendo la fe por muchas partes.
Como es cierto que el avance del endiosamiento del hombre y
su pretensión de ser como Dios, en la cultura actual, va dejando a los pueblos
en una decadencia moral y humana. La falta de respeto por la vida, propia y
ajena, con tantos suicidios y homicidios, la carencia de valores morales y el
desenfreno de las costumbres, suponen un retroceso notorio en el buen hacer de
esta humanidad.
Dos certezas que nos reafirman en el anuncio de adviento,
por el que la expectativa de un mundo mejor viene a ser el grito angustioso de
una sociedad que, con el rumbo perdido, sin embargo anhela la realización de
las promesas de felicidad. El adviento viene a poner la nota de esperanza y a
la vez la exigencia de una preparación para hacer realidad la ansiedad de ese
mundo que busca sin saber dónde, y necesita sin saber aprovechar el tiempo
nuevo que anuncia la llegada del Salvador.
La Navidad que han robado convirtiéndola en francachelas y
diversiones, en vacaciones y evasión, es un signo de esa ansia de felicidad que
no se puede obtener por cambiar el sentido auténtico de la fiesta por comilonas
y borracheras, por cava y dulces, regalos y materialidad.
La NAVIDAD es la fiesta de Jesús; Jesús es el protagonista;
celebramos su venida al mundo nuestro, en el acto supremo del amor de Dios, que
se hace hombre. Y sólo cuando se mete uno en ese espíritu, la Navidad tiene
plenitud y sentido, reflexión y recogimiento, advertencia de un mundo diferente
y de un encuentro futuro real que habremos de tener con el Señor, en un abrazo
definitivo el día que vuelva Jesucristo a la tierra, viniendo triunfal entre
las nubes del cielo, a recogernos para llevarnos con él, en el gozo infinito
del Cielo.
En el evangelio de hoy (Mt.11,11-15) Jesús se dirige a la
gente para hablarles de Juan Bautista, el mensajero del adviento, que señaló ya
con el dedo la llegada de la salvación. El hombre más grande hasta la llegada
de Jesús, aunque en realidad cualquiera que vive ya la vida cristiana es más
importante que él.
El Reino llega, y el reino hace fuerza. Por eso son los
esforzados los que entran en él. Los
Profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan. Cuando llega Juan,
ya anuncia directamente a Cristo. Es el nuevo Elías, profeta de Israel, pero
con la cercanía de quien ya dice: “Viene detrás de mí”. El que tenga oídos, que escuche, esa palabra que usa Jesús en
varias ocasiones cuando quiere que se preste una especial atención.
Y es palabra que debe sernos revulsivo a nosotros en este
punto del adviento, ya casi dimidiado: ¿Estoy siendo consciente de que este
adviento viene a hablarme a mí? ¿Se nota en algún rasgo de mi vida que el
adviento dispone al alma a una preparación en profundidad al encuentro que ha
de realizarse con el Señor? Y mirando en la distancia corta de la Navidad,
¿preparo la Navidad para vivirla como fiesta del Señor, en el que el
protagonismo lo tiene él?
Se acerca nuevamente esa parte del año. Jesús no nacerá de nuevo en Belén, todo eso es una escenificación bonita de aquel portentoso hecho que ocurrió ya. El Advenimiento de Jesús para mi tiene dos visiones prácticas. Por un lado la espera de su venida definitiva, y por otro la esperanza de que "nazca" de nuevo en nuestro corazón con esa llama de Belén que iluminó todo.
ResponderEliminarTodo lo demás, las pantomimas, los ruidos, las estridencias, las comidas forzadas, las comidas de ocasión, los excesos de todo tipo, no tienen nada que ver con la fe, ni con el tiempo litúrgico que vivimos, a pesar de que en cierto modo todos más o menos lo tengamos "asumido" como parte si no de nuestra vida, si del entorno en el que vivimos.
A nosotros nos toca ahora la posiblemente difícil tarea de no caer en la mediocridad. Divertirse si, disfrutar si, regalarse obsequios, si, comer si, pero todo con un orden y sobre todo sin caer en la hipocresía de olvidar que Jesús es el protagonista, porque si no lo hacemos así, seremos unos hipócritas y aprovechados que usan a Dios para sus propios deleites pasando por encima, y paradójicamente no nos aprovechará nada.