LITURGIA
Hoy volvemos a una liturgia
más propia del tiempo de Navidad, en lo que se llaman Días dentro de la Octava de Navidad. Naturalmente no tenemos unas
lecturas que nos hablen ya del misterio de Belén, porque no hay relatos de ello
en el evangelio. Seguimos con lo que en San Lucas se narra después del
acontecimiento, que es la PRESENTACIÓN EL NIÑO EN EL TEMPLO, que se produce a
los 40 días de haber dado la madre a luz al primer hijo de un matrimonio, y
haberse cumplido la cuarentena de la mujer. De hecho este evangelio lo
volveremos a tener el 2 de febrero, que son los 40 días desde el 25 de
diciembre.
Es todo un ritual (Lc.2,22-35): los padres traían al Niño
(varón y primer nacido) para presentarlo y ofrecerlo a Dios, a la par que se le
rescataba, según la ley, y de acuerdo con las posibilidades económicas de la
familia. Para una familia pobre el rescate era un par de tórtolas o dos
pichones. El padre se acercaba hasta el atrio donde el sacerdote tomaba al
Niño, y donde era rescatado por la entrega de aquella ofrenda. La madre no
había pasado del atrio de las mujeres, y allí esperaba. Hay un empeño especial
en dejar patente que con Jesús se cumplen todas las prescripciones de la ley, y
por eso, repetitivamente, se va diciendo en el texto: como dice la ley del Señor.
Cuando entraban en el templo para cumplir lo prescrito por
la ley, y antes de que se haga la presentación, surge un anciano que les sale
al paso, y tomando al niño en sus brazos, bendijo a Dios, diciendo: Ahora puedes dejar a tu siervo ir en paz
(ya puedo morir), porque mis ojos han
visto al Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para
alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. Profecía que iba
mucho más lejos de lo que podría haber en el pensamiento de cualquier
israelita, que consideraba al Mesías como salvador de Israel, y no de las
naciones y pueblos no israelitas.
Simeón se dirigió a la madre y le anunció otra profecía: Mira: éste está puesto para que muchos en
Israel caigan y se levanten: será como bandera discutida; así quedará clara la
actitud de muchos corazones. Jesús en su vida deseó y procuró levantar a
toda criatura que llegara a el. Pero también es verdad que ante Jesús, a través
de la historia, se van a producir movimientos de acercamiento en unos y de
alejamiento en otros, y que ante esa bandera levantada y puesta en alto, va a
haber reacciones a favor y en contra; unos que le aceptan y otros que le
rechazan; unos que le siguen y otros que le crucifican.
De ahí que una espada
atravesará tu alma, dice el anciano a la madre. Y devolvió al Niño y se
retiró. Había dejado sembrada toda una historia que se irá con el tiempo
desenvolviendo en la vida de Jesús y de María.
La 1ª lectura es de la 1ª carta de San Juan, que estamos
siguiendo esta temporada. (2,3-11). Dice el evangelista: Os escribo, hijos, porque se os han
perdonado vuestros pecados por su nombre. Os escribo, padres, porque conocéis
al que es desde el principio. Os escribo, jóvenes, porque habéis vencido al
Maligno. Padres e hijos en la mira de San Juan y con
una visión positiva de la vida.
Os repito,
hijos, porque conocéis al Padre. Os repito, padres, porque ya conocéis al que
existía desde el principio. Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y la
palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno. Segunda tanda
en la misma línea de la primera.
Sigue una
exhortación, que ahora es doctrinal: No
améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él
el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo -la concupiscencia de la
carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero -, eso no
procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y su
concupiscencia. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Concupiscencia
de la carne, que es fácil de entender. Y para el mundo de hoy, el “dios” al que
se le enciende el incienso de la pasión, tan arraigada que llega a ser
epidémica.
Concupiscencia de los ojos, que es el
dinero. Otro falso “dios” al que rinde tributo tanta gente, unos porque lo
tienen y otros porque no lo tienen.
Y “la soberbia de la vida”, “la
arrogancia que da el dinero”, que es el afán de poder. No lo tenemos que
imaginar, cuando lo vemos con tanta claridad a nuestro alrededor.
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