LITURGIA
En aquel
día el vástago del Señor será joya y
gloria, fruto del país, honor y ornamento para los supervivientes de Israel.
(Is.4,2-6). Ese día, el de la presencia del Mesías, será la gran alegría de
Israel. Hay que tener en cuenta lo que esa profecía significaba para un pueblo
que estaba desterrado de su patria, y que anhelaba su libertad, su vuelta a la
ciudad santa. Todo eso era para ellos no sólo un paso en su historia sino un
encuentro con el Mesías salvador.
Y lo va expresando el profeta con diversas imágenes de
limpieza, por las que el Señor lavará la suciedad de las hijas de Israel. Y
todo ello será gloria del Señor, y para los habitantes, sombra en la canícula, refugio en el aguacero, cobijo en el chubasco.
Advierto que en la liturgia de hoy hay dos posibilidades de
1ª lectura; una, que repite la que tuvimos ayer. Otra, alternativa, que he
comentado.
El evangelio (Mt.8,5-11) va en la línea de liberación,
apoyando así el sentido de la 1ª lectura. Si en esa 1ª lectura se habla de un
Mesías que salvará, en el evangelio en cuestión lo vemos actuando en esa línea
de curación de un enfermo. Se trata de un siervo de un centurión. Ese siervo se
halla enfermo y se ve que los médicos no habían podido encontrarle remedio. El
centurión romano recurre a Jesús, el hombre de las curaciones y de la cercanía,
y se acerca a Jesús –así lo narra este evangelista- intercediendo por su
criado. Jesús le dice que va a ir a curarlo.
Aquí es donde se señala la especial confianza del centurión
que no necesita que Jesús vaya a su casa. Sabe él que con una palabra a
distancia, aquel hombre Jesús puede curarlo. Y pronuncia una de las oraciones
más hermosas, que se han perpetuado en la liturgia: Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi techo? Basta que lo digas
de palabra y mi criado quedará sano. Y lo arguye a su manera para expresar
la seguridad que tiene en la palabra de Jesús.
Cuando Jesús lo oyó quedó admirado y dijo a los que le
seguían: Os aseguro que en Israel no he
encontrado a nadie con tanta fe. Cierto: aquel centurión admiró a Jesús.
Era un romano, y por tanto no entendía de la fe de Israel. Sin embargo había
hecho un acto de fe mejor que la fe de los hijos de Israel. Y Jesús apostrofa: Os digo que vendrán muchos de Oriente y
Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos.
Yo quisiera que los fieles se acostumbrasen a REZAR…, a
verdaderamente REZAR esa oración antes de la Comunión, sin la rutina de decir
de memoria y con poca unción esas palabras que emocionaron a Jesús en boca del
soldado romano, y que igualmente gustaría escucharlas así de la boca de
nuestros fieles.
Tuve la suerte de estudiar detenidamente el GLORIA A DIOS
EN EL CIELO, que rezamos en algunas Misas, y que, por mala suerte, se ha enviciado
en el rezo de los sacerdotes y de las gentes.
Comienza con la oración de los ángeles en el nacimiento de
Jesús.
Y sigue con una letanía: te alabamos, te bendecimos, te
adoramos, te glorificamos, te damos gracias. Frases todas paralelas que
comienzan por “te”, incluido el “te damos gracias”, al que le sigue en el
original latino un punto y aparte. Y así lo publicó el primer Misas castellano.
Luego, el vicio adquirido en la praxis, cambió ese punto y aparte por una
errónea coma, que no corresponde al texto original.
Continúan unas advocaciones trinitarias, dirigidas al
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Las dos primeras comienzan igual: “Señor
Dios”…, “Señor Hijo”. Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso. Y
“Señor Hijo Jesucristo” al que dedica mayor espacio, como es lo habitual porque
de Jesucristo podemos decir más cosas por ser el Dios encarnado, “hijo del
Padre”.
A él, que quita el pecado del mundo, se le pide piedad y
que escuche nuestra súplica. No
dice: “súplicas”. No se trata de que pidamos que escuche cada petición que se
nos ocurra, sino que nuestra vida es toda ella una súplica: que escuche nuestra súplica, él que es Señor
Altísimo.
Concluye con la referencia al Espíritu Santo, que es el que
impulsa nuestra capacidad de orar, y en cuya fuerza nos dirigimos al Padre.
Ciertamente la Liturgia católica es tan rica que bien practicada haría mucho bien a los fieles. Todo tiene su porqué, los puntos y las comas son importantes, el encendido de velas del altar o de la Corona de Adviento, y como no, esa oración del Centurión. Puedo dar fe que es maravilloso cuando verdaderamente se dice esa oración con el corazón, y no sólo con los labios. Yo puedo dar mi testimonio de que cuando la digo en la Misa, normalmente me embarga un sentimiento de pequeñez delante de mi Dios que ha venido a Salvarnos en la persona de su Hijo. Mirar la Sagrada Hostia elevada por el sacerdote, sabiendo que a quien tienes en ese momento delante es al mismo Jesús es lo que realmente me ayuda en esos momentos. Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, es decir, en mi Templo, en mi ser, pero una Palabra tuya, bastará para sanarme. ¿De verdad nos lo creemos?
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