LITURGIA
¿A quién
podéis compararme, que me asemeje? Es la pregunta de entrada por parte de
Dios, en el texto de hoy del profeta Isaías (40,25-31). Dios es el dueño:
despliega su brazo y a cada uno lo llama por su nombre. Por eso no pueda decir
Jacob que su suerte está echada como de algo que no tiene ya remedio.
El Señor es un Dios
eterno…, no se cansa, no se fatiga, y al cansado le da fuerzas y al inválido le
acrecienta el vigor. Los muchachos se cansan, los jóvenes tropiezan y
vacilan, pero los que esperan en el Señor
renuevan sus fuerzas.
Este final atrae la elección del evangelio (Mt,11,28-30) en
el que Jesús se presenta como el que consolida al débil. Jesús es el Mesías
esperado, y él realiza la fortaleza de Dios: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré.
Las rodillas que se doblaban por el cansancio de un mundo sin Dios, se van a
consolidar con la venida del Mesías de Dios, Cristo, que se ofrece para aliviar
el peso de los que ya no pueden más.
Y les da la fórmula: Cargad
con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
encontraréis vuestro descanso. Porque mi yogo es llevadero y mi carga ligera.
Vivir cargando con su yugo y aprendiendo de él a seguir caminando adelante,
pese a las cargas de la vida, pero seguros de que esas cargas, llevadas junto a
Jesucristo, se hacen más llevaderas. No dice el Señor que estar con él vaya a
suponer que no hay cargas en la vida. Lo que dice es que esas cargas son mucho
más suaves cuando camina uno junto al Señor. Él se hace nuestro Cireneo.
La misión mesiánica no es quitar la cruz de los hombros de
las criaturas sino ayudar a llevarlas con la mirada puesta en él, que va
delante.
Myriam de Nazaret
Nazaret era una aldehuela sin fama ni renombre, allá en el
norte de Palestina. Había allí una niña –una muchachita de 12 años-, honesta,
fiel, obediente a Dios en todo. Prometida a un muchacho, y ambos vivían soñando
aquel hogar que un día tendrían lleno de hijos: la aljaba llena de flechas…
Ella era Myriam.
Y Dios miró en aquella dirección… Encajaba muy bien con sus
grandes infinitos proyectos…, en pequeñas vasijas de barro.
Y el cortejo divino se puso lentamente en marcha… Gabriel se
adelantó. Debía ver…, hablar a aquella joven… Hablarle sueños de Dios...
Myriam se encontró ante Dios… Y Dios la piropeó: Alégrate, llena de Gracia, el Señor está
contigo… Pero ¿realmente era a Ella? – Sí. Nadie más había allí. Ya
era para sentir rubor y turbación, emoción y lágrimas en los ojos. ¡Y no había
acabado aquello!
Concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás
por nombre Jesús.
María estaba atónita. No sabía qué pensar ni qué decir. Le
comunica Dios que ha hallado su Gracia, y que no tema. A partir de ese momento
María sólo necesita saber una cosa: ¿Debe casarse ya con José? ¿El Hijo que se
le anuncia, JESÚS, el Salvador, el HIJO DEL ALTÍSIMO, ha elegido entrar en el
mundo así…? Necesita hacer esa pregunta para ser fiel con exactitud a los
planes de Dios. No pide una prueba para “saber” (como hizo Zacarías). Pero
necesita saber lo que Dios propone, lo que Dios quiere. Y la humilde palabra de
María, que no tiene con José relación marital, es sencillamente: ¿Qué tengo que hacer?
La respuesta es tan inmensa, tan sencilla, tan divina…, que
una muchacha bien formada en las Escrituras divinas, no necesita mucho para
entender: El Espíritu Santo
vendrá sobre ti, y te cubrirá con su sombra. Ya sabía Ella de esas Presencias activas de Dios desde los
mismos comienzos de la
Historia de Israel. Y comprendió rápidamente: Allí llevaba
Dios toda la iniciativa. Lo que a Ella se le pedía…, lo que a Ella le tocaba,
era asentir, pero con tal respeto por parte de Dios, que Dios no le imponía.
Dependía exclusivamente de Ella y de su libre SÍ…
Y aunque Gabriel siguió hablando, explicando (y hasta dándole
una prueba que Ella no necesitaba para creer y entregarse), lo que sintió fue
la prisa por responder a Dios. Y sin fijarse en nada más, sin querer saber nada
más, lo que estalló en su alma fue aquel inmenso: YO SOY LA ESCLAVA DEL SEÑOR…, no me pidas permiso. HÁGASE EN MÍ TAL COMO TÚ QUIERES.
Con velocidad vertiginosa, atravesando espacios infinitos, el
cortejo divino se plantó ante la casa de María. El Espíritu CUBRIÓ el misterio… El Verbo de Dios Altísimo ENTRÓ allí donde le habían aceptado incondicionalmente. Murmullo
celestial de ángeles que susurraban… Y EL HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE en el seno de María. Gabriel y las miríadas de ángeles se
retiraron de puntillas, y dejaron a María con su silencio infinito. Ella,
ahora, ni halaba, ni pensaba, ni podía hablar.
Nosotros podemos adorar en enorme silencio.
Jesús el Señor, el que viene pronto, está a nuestro lado dispuesto a hacer más llevadera nuestra carga de la vida. Por eso sabemos que acudir a El, equivale a reducir nuestros pesos.
ResponderEliminarEso no exime nuestra responsabilidad de ser cirineos de los demás en la medida de nuestra posibilidad.