Hoy, 8, celebramos el “Primer” Viernes, que no tuvimos el día 1 por ser fiesta.
LITURGIA
San Pablo le expresa a los romanos unos
sentimientos personales: primero, el de la seguridad de que aquella comunidad
cristiana se sabía ya lo que él le ha escrito. Pero él tenía la obligación de
decírselo porque es ministro de Cristo y del evangelio para los gentiles: mi misión consiste en anunciar la buena
noticia de Dios, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el
Espíritu Santo, agrade a Dios. (15,14-21).
Pablo lleva a sano orgullo haber predicado a los gentiles
la verdad de Cristo, porque –por su medio- lo gentiles respondan a la fe. Y
dentro de ese sano orgullo, todavía es mayor la decisión de Pablo de no
predicar el evangelio donde ya otros lo hubieren predicado. No había querido
construir sobre cimiento ajeno. Su gusto es que los que no tenían noticia, lo verán; los que no habían oído,
comprenderán. Y su gozo es haber pasado por tantos lugares, y en todas
direcciones a partir de Jerusalén, para dejarlo todo lleno del evangelio de
Cristo.
La parábola del evangelio de hoy (Lc.16,1-8) es de las que
necesitan explicación para no confundir, al menos a nuestra mentalidad.
Habla Jesús de un administrador injusto que le ha hecho
trampas a su amo. Y cuando el amo lo descubre, lo llama y le anuncia que queda
despedido. Y le pide que le entregue el balance de su gestión.
El tal administrador, que al fin y al cabo es tramposo,
hace sus cambalaches para poder encontrar amigos cuando sea despedido, porque
él no sirve para otros trabajos. Y el cambalache es llamar a los deudores de su
amo y ofrecerles la oportunidad de aminorar sus recibos, de modo que tuvieran
menos que pagar. Donde debían cien barriles de aceite, que cambien el recibo
por sólo cincuenta; donde debían cien fanegas de trigo, que escriban ochenta. Y
así esperar que esos deudores, así favorecidos, le reciban a él cuando sea
despedido.
Evidentemente es trampa sobre trampa, y eso no es para ser
alabado. Pero Jesús se fija en un detalle concreto para decir que el amo lo
alabó: la astucia con que había
procedido. Y la conclusión última, y lo que sirve de lección, es que para
negocios humanos se tiene una capacidad de soluciones que no se tienen para los
temas espirituales. Y ahí es donde quiere apuntar Jesús, a ver si pica el amor
propio de los seguidores suyos, y tomaran en los negocios del espíritu la misma
diligencia que se había tomado el administrador tramposo para resolver su
problema.
Jesucristo es un observador muy fino de la vida humana, y
quiere sacar lección de todos los casos. Unas veces es una lección directa que
se sigue de la vida honrada de las gentes; otras veces se fija en lo negativo
para poner blanco sobre negro y sacar las consecuencias de lo que no debe
hacerse y de lo que se aprende de ello. Es el caso de este administrador
injusto. No se puede aprender de él la injusticia, la trampa. Pero sí puede
aprenderse la diligencia para resolver su problema. Y esa diligencia –astucia-
es un modelo en el que los seguidores de Jesús pueden aprender para lo bueno.
De ahí el final del relato, en boca de Jesús: Ciertamente los hijos de este mundo son más astutos con su gente que
los hijos de la luz.
Todo es, pues, una llamada a cómo debemos ser nosotros
administradores de los dones de Dios, que se nos han concedido, y de los que no
podemos ser negligentes. Y lo mismo que en lo humano ponemos la carne en el
asador cuando nos interesa algo, así tiene que ser también en lo que roca a las
cosas del espíritu.
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