LITURGIA
Hoy presenta el libro de la Sabiduría un verdadero canto
sobre la sabiduría, de tal modo que hay puntos en que parece que está hablando
del mismo Dios. Y es que la sabiduría, como dirá más adelante, es “efluvio del
poder divino y emanación genuina de la gloria del Omnipotente”. Regocijémonos
en la enumeración que pone de entrada en la lectura de hoy: La
sabiduría posee un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil,
penetrante, inmaculado, diáfano, invulnerable, amante del bien, agudo,
incoercible, benéfico, amigo de los hombres, firme, seguro, sin inquietudes,
que todo lo puede, todo lo observa y penetra todos los espíritus, los
inteligentes, los puros, los más sutiles. ¿No suena a una descripción del mismo Dios?
La sabiduría es más móvil que
cualquier movimiento, y, en virtud de su pureza lo atraviesa y lo penetra todo.
Es efluvio del poder de Dios, emanación
pura de la gloria del Omnipotente; por eso, nada manchado la alcanza.
Es irradiación de la luz eterna,
espejo límpido de la actividad de Dios e imagen de su bondad. Aun siendo una
sola, todo lo puede; sin salir de sí misma, todo lo renueva y, entrando en las
almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas.
Pues Dios solo ama a quien convive con
la sabiduría. Ella es más bella que el sol y supera todas las constelaciones. Comparada
con la luz del día, sale vencedora, porque la luz deja paso a la noche,
mientras que a la sabiduría no la domina el mal.
Se despliega con vigor de un confín a
otro y todo lo gobierna con acierto.
No
es fácil meter mano para explicar. Lo que queda es la lectura lenta y
reflexiva, y saborear esa especie de “espejo de Dios”. Es evidente que no ha
parado la atención en la sabiduría humana de la ciencia humana y del estudio
humano. Cualquier sabiduría humana es una
sombra de lo que aquí se describe. Más verdaderamente nos ha puesto por delante
la sabiduría sobrenatural, la de la fe, la de la acogida de la Palabra de Dios.
Una sabiduría que no es precisamente la de los científicos, por el hecho de
serlo, sino mucho más es la sabiduría de los sencillos, la que adquieren por su
contacto con la verdad de Dios.
Unos
fariseos le preguntan a Jesús sobre el tiempo de la llegada del Reino de Dios. (Lc.17,20-25).
La verdad es que no se habían percatado de que el Reino de Dios es toda la obra
de Jesús, toda la realización en plenitud del Reino anunciado ya en el Antiguo
Testamento, pero que no habían descubierto los fariseos, metidos dentro de sus
propios moldes empequeñecidos.
Por eso
Jesús les dice que el Reino no vendrá
espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí. Eso era lo que
los fariseos querrían. Ellos deseaban que hubiera un hecho milagroso llamativo
que hiciera palpable la llegada del Reino de Dios. Y Jesús les saca de ese
pensamiento: No será nada espectacular. Ni podrá decirse que ese Reino está
“aquí” o está “allí”, como situaciones tangibles de tal manifestación asombrosa
de Dios…
Por el
contrario, mirad: el Reino de Dios está dentro de vosotros. ¡Ésta es la
maravilla! El Reino vive en el corazón de cada persona que se ha hecho capaz de
recibir el mensaje de Jesús. También en el corazón de aquellos fariseos si
acogen la novedad del Reino como se acoge el grano de mostaza pequeñito que se
siembra y da por resultado un arbusto donde anidan toda clase de aves.
Y dice
a sus discípulos: Llegará el día en que deseéis vivir con el Hijo del hombre, y
no podréis. Porque tampoco el Reino necesita de la presencia física de Jesús.
Surgirán bulos, muy normales, de apariciones y presencias… No hagáis caso; no
os vayáis detrás. El Hijo del hombre será
como el relámpago que cruza de un horizonte a otro. Las presencias de Dios
no son materiales. La acción de Dios es fulgurante. La vida de oración es la
única que puede de alguna manera “aprehenderlo”, no como quien detiene el paso
de Dios sino como el que lo capta, lo posee, lo reflexiona, aprende y se aplica
las inspiraciones que deja Dios en el alma.
Pero
para que todo eso sea realidad, y el Reino pueda gozarse, el Hijo del hombre tiene antes que padecer mucho y ser reprobado por
esta generación. Será a partir de ese fracaso y la correspondiente victoria
posterior, como el Reino estará en nuestra tierra, dentro de nosotros, y
realizando la obra de Dios en la humanidad.
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