LITURGIA Domingo 33-C, T.O.
Estamos ya abocados a la terminación del año
litúrgico, que viene a ser como la llamada de atención que se nos hace sobre la
realidad de nuestra vida, que también se va acercando al final.
Por eso el evangelio pertenece ya a la literatura
apocalíptica dentro del texto de San Lucas (21,5-19) que es una advertencia
fuerte de Jesucristo sobre la disposición que cada uno ha de tener ante el
final de su vida.
Lo describe el texto de Lucas a propósito de la admiración
de los apóstoles sobre la belleza y riqueza del templo. Y mientras ellos se
admiran, Jesús les hace caer en la cuenta de la destrucción a la que se verá
sometido el templo, del que no quedará piedra sobre piedra.
Los apóstoles, más preocupados de la materialidad de los
hechos, preguntan cuándo va a suceder eso y qué señales previas habrá de tal
realidad.
Jesús les dice que no hagan caso de las señales que dirán
algunos, presentándose en el nombre de Jesús, o bien anunciando que la
destrucción está cerca. Les advierte que no caigan en el pánico ante esas
noticias, porque una cosa es que sea destruido el templo y otra distinta que
eso sea señal del fin del mundo. Porque para un judío el hecho de que su Templo
sea destruido, era como un signo de que el mundo se acaba.
Describe Jesús de forma muy gráfica las luchas que habrá en
los pueblos de la tierra. Cosa que los que vemos los telediarios podemos verlo
cumplido cada día: reino contra reino,
pueblo contra pueblo… Grandes terremotos, epidemias y hambre. Espantos y signos
en el cielo. Persecuciones de las que serán víctimas los propios
discípulos, que serán llevados a los tribunales, donde habrán de dar testimonio
de su fe.
Y les advierte que no tengan preparada la defensa, porque
yo os inspiraré en el momento lo que habéis de decir. Y serán los propios
familiares y amigos los que traicionarán.
Todo ello encaja perfectamente con la 1ª lectura
(Mal.4,1-2) que nos ha advertido que llega
el día ardiente como un horno; malvados y perversos arderán como paja. Pero a
los que honran mi nombre, los iluminará un sol de justicia que lleva la salud
en las alas.
Ha sido una descripción muy cruda la que ha hecho Jesús
sobre ese momento que ha de llegar. Pero al final concluye con una palabra de
confianza y optimismo: ni un cabello de vuestra cabeza perecerá;
con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Lo mismo que en la
1ª lectura hay un final consolador. Queda claro que la buena disposición de los
elegidos, superará los malos momentos que se anuncian.
Lo importante de todo esto es la disposición que hemos de
tener ante el momento en que hemos de dar cuenta a Dios; el momento en que el
final no es genérico (pensando en el fin del mundo), sino personal. Momento
difícil pero que hemos de abordar desde la confianza y la seguridad de que
Jesús sale en nuestra acogida.
La 2ª lectura vendría a ser como un ejemplo concreto de
bien hacer: 2Tes.3,7-12 nos pone delante el ejemplo de Pablo que no viví entre vosotros sin trabajar; nadie
me dio de balde el pan que comí.
Para concluir que nadie viva sin trabajar, sino que cada
cual gane su propio pan.
Que sería el paradigma de la vida honrada de cada persona
que ha de afrontar su propia historia en el día a día, para presentarse ante el
Señor en el momento final.
Sea la EUCARISTIA la llamada del Señor en el interior de
cada persona para prepararnos a una vida que dé sus frutos de bondad y
responsabilidad en el vivir diario. Habrá momentos difíciles en la vida, pero
la fuerza de cada persona ha de venir de su participación en la vida y enseñanza
del Señor, teniendo en cuenta que él padeció y que ese fue el camino para
entrar en su gloria.
Pidamos al Señor, de quien esperamos que nos salvará.
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Para que vivamos la esperanza en medio de las tribulaciones. Roguemos al Señor.
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Para que cada día construyamos el futuro que deseamos alcanzar. Roguemos al Señor.
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Para que pongamos paz donde el mundo se deshace en guerras y
revoluciones. Roguemos al Señor.
-
Para que le EUCARISTÍA nos disponga a una vida recta, agradable a Dios.
Roguemos al Señor.
OREMOS. Que el camino que hemos de recorrer en esta vida,
lo vivamos con alegría, fe y confianza, porque no perecerá ni un cabello de
nuestra cabeza.
Lo pedimos a Jesús, que vive y reina por los siglos de los
siglos. AMÉN.
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