LITURGIA
El libro de la Sabiduría expone en lenguaje
poético dos acontecimientos de la historia de la salvación: uno es la creación
y otro el paso del mar Rojo. La Creación se describe como un silencio sereno (la nada, la no existencia) que lo envolvía todo,
cuando al mediar la noche su carrera
(llegado al punto en que la noche se hace día), tu Palabra todopoderosa vino como paladín inexorable desde el trono
real de los cielos. Se pronuncia la palabra creadora de Dios y la noche se
convierte en día, la nada se cambia por el ser como espada afilada que lo llena
todo.
También se recurre a este texto precioso para describir el
nacimiento de Jesús: había un silencio de muerte…, hasta que la noche llegó a
su mitad (la medianoche) y entonces la Palabra omnipotente de Dios se
“pronuncia” y nace en medio de la humanidad, convirtiéndola en día.
El otro momento que se evoca desde el libro de la Sabiduría
es la liberación del pueblo de Dios en el paso del Mar Rojo: la nube dando sombra y protección al
campamento hebreo (columna de fuego y humo, que jugó un papel tan
importante en aquel suceso); la tierra
firme emergiendo donde antes había agua (para hacer posible el paso de las
huestes de Dios hacia la liberación); por
allí pasaron en formación compacta los que iban protegidos por tu mano. Y
cantaban y bailaban con gran alegría, alabándote
a ti, Señor, su libertador.
En el evangelio de Lucas (18,1-8) volvemos a un texto
tratado recientemente en uno de los pasados domingos, en que se hacía hincapié
en la fuerza de la oración, que tiene que ser constante e insistente.
Cuenta el Señor, en una nueva parábola (su estilo
favorito), el caso de aquel juez injusto que ni hacía caso de las leyes ni
tenía respeto a Dios, pero al que acude repetitivamente una viuda a pedirle que
le haga justicia frente a su adversario. El juez no le hacía caso. Pero tanto y
tan fuerte clamaba aquella mujer, que el juez acaba escuchándola y dando
sentencia, porque llega a pensar el juez que aquella mujer va a acabar
pegándole en la cara.
Nos tenemos que familiarizar con este estilo de Jesús, que
llega al extremo para acabar enseñando una doctrina básica: que a Dios también
hay que pedirle con confianza e insistencia. Que si el juez injusto acabó
escuchando a la viuda, Dios no va a ser menos con los que acuden a suplicarle a
él.
Pregunta Jesús: ¿Dará largas? Y se responde: Dios dará
respuesta sin tardar. Pero hemos de saber que en los relojes de Dios, las horas
no son de 60 minutos. Que el recurso a Dios no equivale a la moneda que se echa
en la máquina y sale el paquete de patatas. Que Dios no siempre responde con la
rapidez que uno desea. Y que Dios se encuentra muchas veces entre dos
peticiones que se contraponen, una la que hace uno, y otra la que hace o vive
otro. Y Dios buscará el momento y la forma de atender a quien le pide, aunque
no pueda ser siempre de modo tan nítido a como uno quisiera. Y no por eso es
que Dios no escucha o que no escucha con rapidez.
Se suele tener la idea de que la petición repetitiva a Dios
es como un “recordatorio” que le hacemos a Dios, para hacerle presente nuestra
necesidad. Y la realidad es que somos nosotros los que tenemos que hacernos
presente esa necesidad nuestra, que muchas veces tiene solución por la toma de
conciencia de que estamos pidiendo algo que debemos de resolver por nosotros
mismos.
Concluye el párrafo con una pregunta de Jesús ante nuestras
actitudes de oración: Cuando venga el
Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? La fe humilde del que
pide y confía. Que ya el Señor nos dice en otro momento que en nuestras
peticiones, necesitamos tener tal fe que al pedir sepamos que ya se nos ha
concedido. Y entonces tiene fuerza la oración.
Estamos ante un gran misterio: el de la eficacia de la
oración, y el orden que se ha de tener al pedir a Dios. Hay personas que
sienten dentro de sí que sus peticiones son siempre escuchadas. Por el
contrario, hay otras personas que tienen la sensación de “que Dios no me
escucha”. Y la oración es siempre oración, la de unos y la de otros. Algo hay,
pues, de misterio en ese hecho de orar y en la disposición de la persona que
ora. En definitiva en la carga de fe que se pone al pedir y en la espera a que
sea atendida o mejorada nuestra petición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!