LITURGIA Todos los Santos
Hoy
celebra la Iglesia la fiesta de TODOS LOS SANTOS en una solemnidad que se elevó
a la Iglesia universal en el S-IX.
La pregunta que surge ante esta celebración es la que
plantea al final la 1ª lectura: “Quiénes
son y de dónde han venido”, expresión del libro del Apocalipsis (7,2-4.9-14).
Y la respuesta es: Éstos son los que
vienen de la gran tribulación; han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre
del Cordero.
Por tanto, los santos son todos los que han vivido la vida
entre las luchas diarias y las tribulaciones diarias. Sencillamente los que han
vivido la vida decorosa y honradamente, entre las tribulaciones del día a día.
No son personas distintas del resto de los humanos, ni han
nacido superhéroes. Sencillamente han luchado las batallas de la vida en el día
a día. Los que frente al egoísmo reinante, han caminado con el corazón abierto
a cada momento. Los que frente al afán del dinero, se han mantenido en una vida
austera. Los que vivieron con templanza y castidad frente a los muchos llamados
de una sociedad ávida de sexo. Sencillamente, los que hicieron del sacrificio
de lo cotidiano su modo de proceder por la vida.
Eso les acarreó el caminar en pos del Cordero, con
vestiduras blancas y con sus palmas en las manos, como muchedumbre inmensa de
toda tribu, lengua, pueblo y nación.
Y su vida fue tan limpia en su conjunto fundamental, que
acabaron viendo el rostro de Dios (1Jn.3,1-3). Digo que “en su conjunto
fundamental” porque los santos que celebramos no fueron seres impecables, ni en
los que no se hallaran ningunas deficiencias. Fueron seres de carne y hueso, y
por tanto sometidos a tentaciones de muchos géneros, y a esos leves resbalones
de la vida, que son imprescindibles en la realidad humana. Pero que nunca se conformaron
con esas deficiencias sino que trabajaron para irlas purificando y corrigiendo.
Y para ser verdaderos hijos de Dios,
que el mundo vulgar no sabe estimar, pero ellos han estado ahí para ser
auténticos modelos de vida.
Hoy es muy fácil traerle flores al P. Arnaiz e incluso
pedirle que resuelva problemas que hacen sufrir. Pero quedaría vana esa mirada
al Beato si no se traduce en una imitación de las virtudes, un tomar en serio
que la devoción conlleva una parte de mejora y cambio de las propias actitudes.
Por eso la liturgia de hoy se corona con el evangelio de
las Bienaventuranzas (Mt.5,1-12), que son el documento constituyente del Reino
de Dios. Donde quedan expuestas las líneas maestras de lo que debe ser un
seguidor de Cristo: personas sufridas
que no se rebelan ante el dolor y ante las ofensas. Personas misericordiosas que están abiertas a necesidades ajenas,
frente a los muchos egoísmos que encierran sobre sí mismo. Personas deseosas de fidelidad, que están dispuestas incluso a
padecer la incomprensión y la crítica de otros, pero que permanecen en sus
puestos con toda grandeza de espíritu. Personas
que lloran por el propio sufrimiento y por el sufrimiento de los otros, que
muchas veces está provocado por las envidias y los ataques de terceras personas.
Pero que viven con el corazón limpio
sin dejarlo envenenar por las contrariedades de la vida, ni por la suciedad de
un mundo perdido en sus pasiones. Y personas
amantes de la paz y que trabajan por la paz, porque saben que es el
distintivo de quien se deja llevar por el estilo de Jesucristo.
A todos ellos les ha llamado Jesús: pobres de espíritu,
personas sencillas y humildes que están por encima de todos los avatares de la
vida, y centran su confianza en Dios. Su recompensa está en el Cielo. Y esa
recompensa es la santidad de esas criaturas, que hoy sabemos que han alcanzado
la vista de Dios, y le ven tal cual es,
sin los velos que ahora le dejan oculto bajo el celaje de la fe.
Todos estamos llamados a sentir hoy la llamada de Dios a
cada uno de nosotros para sembrar en nuestros corazones la semilla de la
EUCARISTIA, que ha de hacernos crecer y crecer y darnos fruto en el Cielo,
revestidos también nosotros de las blancas vestiduras de la Gracia, y llevando
en nuestra manos la palma de nuestra vida honrada, con la que damos gloria a
Dios y con la que caminados detrás del Cristo triunfador y liberador del
pecado, del demonio y de las pasiones.
Levantemos nuestras peticiones al Señor.
-
Por el Papa, y por la Iglesia Santa, para que sea sacramento de
santidad para todos los cristianos. Roguemos
al Señor.
-
Por todos y cada uno de nosotros, para que adoptemos las actitudes
cristianas que conducen a la santidad. Roguemos
al Señor.
-
Por lo que viven al margen de Dios y no se acercan a la Iglesia que
quiere acogerlos. Roguemos al Señor
-
Por los que participamos de la Eucaristía para que en ella tengamos la
semilla de la santidad. Roguemos al
Señor.
Que la intercesión de los santos de nuestras familias nos
atraigan hacia una vida más fiel a los principios de las bienaventuranzas.
Lo pedimos por Jesucristo N.S.
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