LITURGIA
Empieza la 1ª lectura con una referencia al
Cuerpo Místico, esa gran luz de Pablo sobre la realidad de la Iglesia, en la
que cada cual ejerce su función y esa función siempre acaba siendo para
servicio del conjunto. (12,5-16). Cada
uno posee unos dones diferentes, según la gracia que se le ha dado. Y se
han de ejercer con proyección hacia el resto de los fieles.
Lugo pasa a una enseñanza que hay que copiar íntegra porque
encierra un verdadero capítulo de actitudes esenciales: Que
vuestro amor no sea fingido; aborreciendo lo malo, apegaos a lo bueno.
Amaos cordialmente unos con otros; que cada cual estime a los otros más que a sí mismo; en la actividad, no seáis negligentes; en el espíritu, manteneos fervorosos, sirviendo constantemente al Señor.
Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración; compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad.
Amaos cordialmente unos con otros; que cada cual estime a los otros más que a sí mismo; en la actividad, no seáis negligentes; en el espíritu, manteneos fervorosos, sirviendo constantemente al Señor.
Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración; compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad.
Bendecid a los que os persiguen;
bendecid, sí, no maldigáis. Alegraos con los que están alegres; llorad con los
que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros: sin
pretensiones, de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde. No os
tengáis por sabios.
Creo
que es un párrafo para tomarlo poquito a poco e irlo analizando –e irnos
analizando nosotros a la luz de esa palabra-, y que sea esa palabra viva la que
nos vaya tomando el pulso. Toca el tema de la caridad sincera, de apegarse a lo
bueno, del amor a los demás más que a uno mismo. Habla de la actividad: no ser
negligentes. Hacer lo que hay que hacer. Tampoco dice que hay que hacer más de
lo que se puede. Pero en lo que es de nuestra incumbencia, hacerlo con
diligencia.
Habla
de la tribulación, esa que muchas veces tambalea a un creyente. Dice Pablo:
mantenerse firmes y orad con asiduidad, o lo que es lo mismo, cultivar la fe.
Porque la fe es como una planta delicada que necesita abono y riego, y no
podemos quedarnos en la fe de los 15 años o de los 30. Tiene que madurar, echar
raíces en medio de la tribulación.
Practicar
la acogida, bendecir a los que hacen daño, alegrarse con los que están alegres
y llorar con los que lloran. Y tener con todos la misma ecuanimidad de trato,
tendiendo siempre a actuar humildemente, poniéndose al nivel de la gente
sencilla.
¿Verdad
que hay materia para analizar?
En
el evangelio (Lc.14,15-24) surge un individuo que exclama emocionado: Dichoso el que coma el banquete del Reino de
Dios. Y Jesús cuenta la realidad del caso: a ese banquete se han invitado a
los judíos: Venid, que ya está preparado.
Sin embargo cada cual se excusa con una razón propia, considerando más
importante lo suyo: ver un campo, probar una yunta de bueyes, o disfrutar del
reciente matrimonio contraído. O sea: no han considerado la dicha que es estar
invitados al banquete del Reino.
El
amo se indigna, pero resuelve de otra manera: invitando a otros distintos;
incluso invitando a los de “las
encrucijadas de los caminos” –los gentiles-, hasta que se llene la sala del
banquete. Y serán esos y no los primeros invitados los que gocen de ese
banquete del Reino.
Era
muy duro para los judíos lo que Jesús acababa de contar en parábola. Y es muy
consolador para nosotros, que estamos en el grupo de los “gentiles” (los no
judíos, los de “los cruces de los caminos).
Y os digo que ninguno de aquellos convidados
primeros probará el banquete.
La
misma parábola podría contarse hoy desde las plazas de nuestras ciudades. Todos
han sido invitados. A todos se les convoca a ese banquete del Reino. ¿Cuántos
responden? ¿Cuántos se excusan? ¿Cuántos ni responden? Y el Señor tendrá que
“salirse fuera” a los caminos para llamar a los desahuciados de la sociedad,
para que esos, los sencillos, los humildes, los pobres…, sean los llamados a la
Iglesia. Y los otros se van a quedar fuera porque aquellos convidados primeros, no probarán el banquete.
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