LITURGIA
Seguimos en los evangelios de esta semana con
los días que precedieron al Jueves Santo en la vida de Jesús. Y el evangelio
que nos toca hoy, ha salido hace un domingo en la lectura. Lc.21,5-11 es la
advertencia de Jesús sobra la destrucción del Templo de Jerusalén, el símbolo
de una nación.
Algunos ponderaban la
belleza del templo por la calidad de la piedra y los adornos, y se ve que
se lo hicieron ver con más detenimiento a Jesús. Jesús tiene una visión más
amplia sobre todo aquello, y no sólo está viendo lo que hoy hay sino que se
proyecta hacia un futuro, que Jesús ve catastrófico: Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre
piedra; todo será destruido. Era una visión que destrozaba los pensamientos
triunfalistas de las gentes.
Y preguntaron a Jesús Cuándo
sucederá eso, y cuál es la señal de que todo eso está para suceder. No sólo
“cuándo”, sino si va a haber unas señales previas de ese desastre.
Respecto de las señales, Jesús quiere dejar claro que no
las va a haber. Que van a aparecer falsos anuncios diciendo que “soy yo el
mesías”, o bien que “el momento está cerca”. ¡No hagáis caso de ello! Cuando oigáis noticias de guerras y
revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que suceder primero, pero no
significa que está próximo el final, es decir, no son señales de esa
destrucción del templo.
Y anuncia el Señor terremotos, epidemias, hambre y pueblos
que se levantan contra otros pueblos… Tampoco significa que eso es el final.
Fíjense que aquí hay un montaje de planos en que Jesús no se está refiriendo
directamente a la destrucción de Jerusalén sino que está alargando su mirada
hacia ese otro final más general que puede ser el final de la historia.
Aplicando los signos que Jesús indica al momento actual, podría uno decir: se
están cumpliendo muchas de aquellas advertencias. Pero, todavía no es el final.
Acaba diciendo que habrá
también espantos y grandes signos en el cielo. Sería la parte que está aún
sin suceder, pero que está anunciado por Jesús.
Con todo esto se está apuntando en la liturgia al final del
año litúrgico, que –a su vez- nos es un recordatorio del final de nuestros
días. Y por tanto un aviso importante para todos y cada uno de nosotros, a los
que –en definitiva- el final de nuestros días está más cerca, y apuntan señales
en ese sentido, por cuanto que los achaques, las limitaciones, el cansancio de
los músculos y muy especialmente del corazón, nos están diciendo que nos vamos
acercando a “la destrucción de nuestro templo”, este pobre cuerpo que se
encarga de dar sus señales.
En la 1ª lectura –Dan.2,31-45- tenemos la amplia relación
de la visión de Nabucodonosor, que él mismo no sabía definir y que Daniel se la
descifra y se la explica. Aquella gran imagen humana que ha visto el rey, tan
distinta en sus diversas zonas, representan las etapas del reinado aquel y de
los reyes siguientes, que irán cada vez siendo menos consistentes.
Pero Dios suscitará
un reino que nunca será destruido, ni su dominio pasará a otro, sino que
acabará con los demás reinos y él durará por siempre. Es un anuncio
mesiánico que expresa que, mientras los reinados humanos se destruyen, el
reinado de Dios prevalece. Es “la piedra que se desprende del monte sin
intervención humana”, y que representa el dominio y poder universal del Mesías,
que queda ahí anunciado y que sale por encima de los reinos humanos, tan
poderosos como aquellos imperios asirios, babilónicos, y los de Grecia Y Roma,
y el mismo gran imperio español del siglo XV. Todos esos reinos caen, desaparecen,
se esfuman. Jesucristo permanece y prevalece.
Lo que no nos queda más que orar por este mundo en el que
nos desenvolvemos, y que necesita del amparo de Dios porque el mundo se empeña
en destruirse a sí mismo, con sus guerras intestinas, sus políticas destructoras,
y todo eso que contribuye a hacer imperios de papel que se vienen abajo a la
primera de cambio. Pidamos por este mundo, nuestro mundo, y pidamos porque esa
destrucción a la que va abocado, no destruya la fe y la esperanza de los
hombres y mujeres que viven en el hoy actual.
El final de nuestros días viene con señales. El fin de una época viene con señales. El fin de este mundo vendrá con señales. Propongo un ejercicio: buscar un periódico antiguo, por ejemplo de hace 30-35 años y leer las noticias que se decían. ¿Cómo será el final? ¿Debe interesarnos? Pues según Jesús, explícitamente dice: "Como en los días de Noe". Hay dos elementos en los días de Noé: la maldad, y la destrucción final de la maldad que arrastra también a inocentes. Y por último el triunfo de Dios y la vida preservada para su Gloria en la figura de Noe y su familia junto a todo lo demás que entró en el Arca. Para el Apóstol, la misión es llevar almas a Cristo, tratar de hacer cercano el Reino de Dios a este mundo, pero mientras antes se de cuenta que la misión de salvar a todos es imposible, y que el mundo va a su final anunciado, le irá mejor, porque dejará de sentirse frustrado, y pondrá toda su confianza en Dios.
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