LITURGIA
En la persecución religiosa que sufre Israel a
manos del rey Antíoco, tenemos un caso concreto, el de Eleazar (2Mac,18-31), un
anciano venerable y uno de los principales maestros de Israel, a quien quieren
obligar por la fuerza a comer carne de cerdo. Él la escupe y se niega a faltar
a su ley. Unos amigos le proponen una simulación: que le traigan una carne
preparada por él y la coma como si se tratara de la prohibida. Así no faltaba a
la ley y salvaba su vida.
Eleazar se niega rotundamente a aquel simulacro, porque
sería un mal ejemplo escandaloso para los jóvenes, que no sabían el engaño y
creerían que el anciano había apostatado de su ley en la última hora. Y no
consintió.
Se volvieron contra él los que antes se habían presentado
como amigos, y acabó padeciendo tormentos y golpes. Eleazar confiesa que podría
haberse librado de la muerte de su cuerpo…, pero ¿cómo iba a presentarse ante
Dios? Por eso sufro con gusto por amor de
Dios. Y concluye el texto haciendo un elogio del hombre fiel que prefirió
la muerte, dejando un ejemplo de heroísmo y virtud.
De nuevo caemos en el episodio de Zaqueo (Lc.19)
recientemente visto en uno de los pasados domingos. Muy poco nuevo puedo añadir
a una explicación dada entonces, y que para mí es algo ya muy estereotipado a
través de los encuentros tenidos con este texto.
Insisto en la “definición” que hace Lucas de este
personaje, que queda encajado en tres características peyorativas: jefe de
publicanos, rico y de pequeña estatura. Una característica de su trabajo u
ocupación: publicano y jefe de publicanos. Lo que en la mente del pueblo
equivale a “pecador”, usurero, el hombre que ejerce un cargo odiado por el
pueblo.
Otra característica es de su realidad social: era rico.
Casi que no había que decirlo, por su ocupación. Pero “rico” es una realidad
opuesta al evangelio de Lucas, que ha definido a los pobres como los
bienaventurados, y por tanto una realidad contraria a Jesucristo.
Finalmente, en su realidad física, era bajito. Pero
posiblemente Lucas está queriendo indicar algo más personal: sus miras eran
rastreras. Vivía a ras de tierra, mirando sólo lo que le venía bien a sus
intereses. Con esas tres características ha descrito casi fotográficamente al
hombre en cuestión del que va a hablar.
En medio de todo ello, Zaqueo era simple. Por decirlo así,
no tenía miedo al qué dirán. Iba a lo suyo. Y cuando se entera de que Jesús va
a pasar por donde él vive, no tiene empacho en subirse a una higuera para ver
pasar al personaje que tenía tanta fama y del que se comentaban tantos
milagros.
Llegó Jesús a aquel lugar, pero “no pasó de largo”. Se
detuvo bajo el árbol y se fijó en el hombre que se había encaramado. Y lo llamó
por su nombre: Zaqueo, baja en seguida,
porque quiero hospedarme en tu casa.
Zaqueo se conmovió. El Maestro aquel lo llamaba a él y se
invitaba a su casa. Por eso bajó en
seguida y lo recibió muy contento.
Surge el comentario de las gentes que siempre están
dispuestas a la crítica y al fácil escándalo, porque no les parece correcto que
el Maestro entre en casa de un pecador, porque eso equivalía a estar de acuerdo
con él. Jesús, por el contrario, juzga que hoy
ha llegado la salvación a esta casa. Para salvación ha llamado Jesús a
Zaqueo, y para salvación entra en aquella casa.
Y se demuestra inmediatamente en la actitud que toma
Zaqueo. Se hace menos rico prometiendo
dar la mitad de sus bienes a los pobres.
Pero él sabe que todo no se resuelve con ello. Su conciencia le dice que él se
ha enriquecido a base de engaños y usuras, y entonces da un paso de gigante prometiendo devolver multiplicado por cuatro
lo que defraudó. Realmente ha llegado la salvación a esa casa. Ahora Zaqueo
es pobre y por tanto entra en la bienaventuranza. Jesús lo declara hijo de Abrahán, y que el Hijo del hombre ha
venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
¿Dónde quedan los que criticaban? Criticar es muy fácil y
lo hace cualquiera (cualquiera de corazón chico y sucio). La actitud de Zaqueo,
la de un corazón que se ha dejado impactar por la mirada de Jesús bajo el
árbol… El Corazón de Jesús que busca a la oveja perdida y se alegra mucho
cuando la ha recuperado.
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