Este TERCER VIERNES NO HAY ESCUELA DE ORACIÓN. Pasa al cuarto viernes. día 22
LITURGIA
Comienza el libro de la Sabiduría (1,1-7). Como
libro de grandes pensamientos, no es fácil de resumir o desglosar. Por eso iré
haciendo comentarios al hilo del texto.
Amad la justicia, gobernantes de la
tierra, pensad correctamente del Señor y buscadlo con sencillez de corazón. Ese es el secreto de un buen gobierno:
la verdad, la sencillez. El ir a las cosas por derecho. Lo que pasa es que eso
no se conjuga con la política, que es un arte de medias verdades para alcanzar
solapadamente unos fines, que no nacen precisamente de la sencillez y del
juicio correcto.
La verdad no tiene doblez, Porque se manifiesta a los que no exigen pruebas y se revela a los que
no desconfían de él (de Dios).
Por el contrario, Los
pensamientos retorcidos alejan de Dios, y su poder (el de los retorcidos), puesto a prueba, confunde a los necios
(acaba volviéndose contra ellos).
La sabiduría no entra en alma de mala
ley ni habita en cuerpo sometido al pecado. Esta frase podría ponerse en el frontispicio de la vida
de cada persona. Pues el espíritu
educador y santo huye del engaño, se aleja de los pensamientos necios y es
ahuyentado cuando llega la injusticia. Ante la injusticia, el espíritu
recto huye
La sabiduría es un espíritu amigo de
los hombres que no deja impune al blasfemo (quiere decir que el blasfemo es un necio donde no ha
entrado el espíritu de la sabiduría); la sabiduría inspecciona las entrañas, vigila atentamente el corazón y cuanto dice,
la lengua.
Pues el espíritu del Señor llena la
tierra, todo lo abarca y conoce cada sonido.
En
el evangelio (Lc.17,1-6), Jesús habla de la gravedad del escándalo. Reconoce
que escándalos tiene que haber, pero ¡ay
del que los provoca! Hay un escándalo que es el de los pequeñuelos
pusilánimes, que difícilmente puede evitarse porque el problema no está tanto
en el que “provoca” cuanto en la estrechez de miras de ese pequeñuelo, que
apenas deja margen para acoger algo que no le venga bien a su concepción de la
vida. Como el que se escandaliza de que el sacerdote no realice en la Misa el
rito del lavabo, o que lea las lecturas una persona con la falda por encima de
la rodilla.
Ese
“escándalo” es imposible de evitar porque el problema no está en el hecho sino
en la captación que una persona hace del hecho.
El
otro escándalo es el del mal ejemplo en cosas de importancia mayor, que llevan
a la persona el peligro de pecar. Que un cristiano engañe en sus negocios o en
su declaración a hacienda, induce a otros más débiles a hacer igual. Y a esos
–dice Jesús- más les valdría que le encajasen
al cuello una rueda de molino y los echasen al mar. Es el principio básico
de que más vale morir que pecar. Y el escándalo que provoca la caída de “un
pequeñuelo” (una persona de buena fe), es algo muy grave que haría preferible
morir el que escandaliza.
Viene
a continuación el tema del perdón: al que me ofende, lo primero que puedo hacer
es llamarle la atención. Y si se arrepiente, perdonarlo. Y eso no sólo una vez
sino “siete veces”, es decir, siempre. El perdón tiene que presidir la actitud
de la persona, que se hace más grande cuanta mayor es su capacidad de perdonar.
No es más débil el que sabe perdonar, sino magnánimo, de corazón grande, y que
está tanto más por encima de su ofensor cuanto que no le alteran las ofensas
que recibe de él. Sobre todo cuando, como dice Jesús, el ofensor reconoce su
error y dice: “Lo siento”.
La
objeción que surge siempre es que una vez y dos y tres… está bien, pero cuando
son “siete veces”, ¿dónde está el sentimiento de esa persona? Pues dice Jesús
que también en las “siete veces”. El modelo es Dios. Cuando una persona se
acerca al confesionario “siete veces” con las mismas cosas (a veces
importantes), el confesor intentará hacerle reflexionar que es dudoso su
arrepentimiento cuando cae siempre en lo mismo y tiene que confesarse de lo
mismo. Pero la realidad es que de parte de Dios hay siete veces más una en la
que le dice: “yo te absuelvo”. Y será la compasión de Dios la que podrá ir
levantando en tal persona un sentimiento de dolor sincero y por tanto de propósito
verdadero y concreto para evitar aquello que le ha traído las “siete veces” al
pie del confesionario.
Lo
que el Señor pide en todo caso es una fe, siquiera como un grano de mostaza, que bastaría para decirle a la morera:
arráncate de ahí plántate en el mar, y aquello se haría. Lo que sirve para
examinar el grado de nuestra fe.
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