LITURGIA
Nabucodonosor había invitado a un banquete a
principales de su reino. En el banquete bebieron y en medio de la fiesta, el
rey quiso todavía hacer una celebración más fuerte (y humillante para Israel),
mandando traer los vasos y copas que había arrebatado del templo, vasos (por lo
mismo) sagrados, y en ellos bebieron los magnates y las concubinas, haciendo
una profanación en toda regla. El relato del libro de Daniel está muy troceado
en la lectura litúrgica, que ha querido así seguir el relato sin añadidos.
(5,1-6.13-14.16-17.23-28).
En medio de aquella orgía, el rey ve unos dedos misteriosos
que escriben solos en el revoque de la pared de palacio, que dejan unas
palabras escritas que ni el mismo rey sabe leer, y que le producen tal terror
que sus rodillas se entrechocaban. Prometió muchas cosas a quien pudiera leer
aquellas palabras, y ninguno de los adivinos y magos de su reino pudo hacerlo.
Le dijeron que Daniel podría, y lo mandó llamar. Daniel
rehusó los dones prometidos y leyó las palabras: CONTADO. PESADO DIVIDIDO. Y
también la interpretación de esas palabras: “Contado”: ya han sido contados los
días de tu reinado, y Dios le ha señalado límite. “Pesado”: te falta peso en la
balanza de Dios. “Dividido”: tu reino será dividido entre medos y persas.
Pienso que no está de más hacernos el examen de nuestra
vida a través de esas mismas palabras. Nuestra vida está contada…, tiene un
límite. Pero ¿qué peso tiene esa vida nuestra? No hago la pregunta para que nos
culpabilicemos, sino para que trabajemos en línea de adquirir peso especifico,
densidad de buenas obras, de pequeños detalles y de realidades de mayor
envergadura que pueden presentarse al cabo del tiempo. El hecho es que no quede
“dividido” nuestro futuro por la falta de peso, que puede darse al no mirar las
cosas pequeñas de nuestra vida diaria en las relaciones humanas, en la vida
espiritual, en los detalles de genio y carácter poco dominado.
Volvemos en el evangelio (Lc.21,12-19) a las “señales” que
Jesús ofrece como advertencia a nuestra preparación al momento final. No son
señales –dice él mismo- que indiquen que ya está llegando el final, pero sirven
de toques de atención muy fuertes.
Por lo pronto, la persecución religiosa. Abierta, como en
unos lugares, con muertes y daños de muy diverso estilo; incruenta pero eficaz
en otros sitios, en los que se va dificultando paulatinamente el ejercicio e la
religión. Será, dice Jesús, entre otras posibilidades, entregándoos a la cárcel, y en otros casos haciéndoos comparecer ante los tribunales (los gobernadores) por causa
de mi nombre.
¿Qué hacer? ¿Qué tenemos que alegar? –Dice Jesús que no preparemos la defensa, porque yo os daré
palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ningún adversario vuestro.
Y no va a ser siempre un enemigo exterior el que va a
intentar doblegar la fe del creyente, sino que va a surgir de los mismos padres, parientes y hermanos y amigos los
que os traicionarán. Esto es lo tremendo: cómo se va a producir la ruptura
de las mismas familias por razón de la acogida de Jesucristo o el rechazo.
Todo eso es una “prueba”, unas “señales”, que no dicen que
el final ya está encima, sino que nos vamos acercando. Que esa es la enseñanza
que Jesús nos deja en estos versículos del final de la vida pública.
Pero cundo ya ha dicho todo eso, un balón de oxígeno nos
deja entrever el Señor, comprometiendo su palabra: Pero ni un cabello de vuestra
cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. A
eso va dirigido todo. Porque en definitiva el “contado” y “pesado” no está en
nosotros para dividir sino para apiñarnos en torno a la fe-confianza en la
persona de Jesucristo. Nada que sea realmente malo nos va a ocurrir, aun en
medio de muchos males parciales que tienen que suceder. Dios se ocupa de los
mismos cabellos nuestros, que no perecerán sin el permiso de Dios. Y de nuestra
parte, habremos de mantenernos con firmeza en los principios de la fe y en la
Palabra de Dios: la perseverancia con la que salvaremos nuestras almas.
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