LITURGIA
Una persona muy bien formada pero de vida poco
ejemplar, arrastraba años y años su conciencia sucia y su doble vida, envuelto
en el pecado y consciente de su indignidad. Pero no había sentido el impulso para salir de aquel estado. No le
había arrancado del pecado ni la amenaza de un infierno, de la que era
perfectamente consciente.
Pero en unos ejercicios espirituales le presentaron la
parábola del Padre Bueno: su compasión, su ternura, su misericordia, su buscar
al hijo ingrato que se había perdido, y su perdón paternal que abraza al hijo
que vuelve, y le viste de nuevo, le da el anillo de hijo y le festeja su
regreso… Y aquel hombre en pecado de años, se sintió tocado en el fondo de su
alma, y sintió con fuerza su conversión. Se acercó humilde y humilladamente a
los pies del sacerdote y le confesó sus pecados.
Fue la meditación en el amor paternal de Dios la que
realmente tuvo la fuerza para el cambio. (Lc.15,1-3.11-32)
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Pero al mismo tiempo la gran parábola que hemos recordado
nos muestra que la Gracia de Dios no es igualmente aprovechada por todos. El
hijo mayor, el que parece el bueno de la película, en realidad es al que quiere
señalar Jesús como hombre duro de corazón, incapaz de perdonar a su hermano, y
encarándose con el padre porque ha festejado la vuelta del pródigo. Y una vez
más, Jesús dibuja con trazos magistrales el corazón de ese padre bueno, que
sale también a la búsqueda del hijo recalcitrante para hacerle partícipe de su
sentimiento, que quiere que comparte el hijo mayor: Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Deberías
alegrarte porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido
y lo hemos encontrado. Hay, pues, un matiz importante: la conversión no es
sólo la que debe experimentar dentro de su corazón, sino también la apertura de
ese corazón hacia el hermano. La conversión no se tiene sólo ante Dios. También
abarca el abrazo que debe tender al hermano que se había perdido y que ha sido
encontrado.
Lo sintetiza muy bien la 2ª lectura (2Cor.5,17-21) que
distingue al que es de Cristo, que es una
criatura nueva (renovada), en quien lo antiguo ha pasado y lo nuevo ha
comenzado.
Todo esto nos viene de
Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio
de reconciliar.
Y lo explica el propio Pablo: Es decir:
Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas
de sus pecados, y a nosotros nos ha encargado el mensaje de la reconciliación.
Por eso nosotros
actuamos como enviados de Cristo. En nombre de Cristo os pedimos que os
reconciliéis con Dios. Cristo ya ha pagado por nosotros.
Pero sería caer en el error si pensáramos que ya lo ha
hecho Cristo y que a nosotros nos llega el perdón sin poner nada de nuestra
parte. Fue Jesús mismo quien instituyó el perdón por medio de la Iglesia, cuando dijo a sus apóstoles: a quienes vosotros perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes vosotros no se los perdonéis, no se les perdonan;
instituyendo así el Sacramento de la Penitencia y el perdón que ha de impartir
la Iglesia por sus sacerdotes, y que los fieles deben frecuentar para mantener
su alma en sana tensión para lo que ha de hacerse nuevo en adelante (como ha
dicho Pablo).
Llegamos a plasmar todo esto en la EUCARISTÍA. Ella es el banquete del reino que queda
simbolizado en la parábola, y que indica la pertenencia de nuevo a la familia
de Dios. Es la Alianza, el anillo, que Dios nos devuelve cuando regresamos a
él. Es el vestido nuevo –el manto blanco- que nos cubre indicando que estamos
en la Iglesia, la casa paterna, en la que hemos de vivir todos unidos como
hermanos.
Acudimos a Dios, el Padre infinitamente bueno, y
reconociendo que hemos pecado, nos dejamos abrazar por él, y le pedimos.
-
Que nos dé siempre la gracia del arrepentimiento. Roguemos al Señor.
-
Que siempre vivamos la confianza en el perdón. Roguemos al Señor.
-
Que sepamos perdonar como Dios nos perdona, Roguemos al Señor.
-
Que hagamos del Sacramento de la Penitencia una celebración festiva del
perdón de Dios. Roguemos al Señor.
-
Que la Eucaristía nos haga vivir la fiesta de nuestro regreso y el de
los hermanos que lo necesitan. Roguemos
al Señor.
Danos, Señor, el espíritu de fiesta que debe suponer para nosotros
el acercarnos a ti por medio de los Sacramentos y del Sacrificio de la
Eucaristía.
Por Jesucristo N.S.
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