LITURGIA
Las lecturas de hoy muestran la dureza del
corazón humano, que es capaz de no escuchar la voz del Señor, y perderse así la
posibilidad de seguir los caminos que Dios marca para bien del hombre. En
Jer.7,23-28 tenemos la orden que da el Señor: ¡que escuchen mi voz!, y la
respuesta del pueblo que no hace caso de esa palabra que le dirige Dios: caminaban según sus ideas, según la maldad
de su corazón obstinado, y me daban la espalda, no la frente. Y ya puedes
repetirle este discurso, que no te escucharán. Por lo que concluye Dios
mostrando a un pueblo que no escuchó la
voz del Señor y no quiso escarmentar. La sinceridad se ha perdido. Es la
queja de Dios, perfectamente transportable al momento presente.
En el evangelio –Lc.11,14-23- tenemos los casos prácticos
de quienes no quieren escuchar a Jesús: son aquellos que ante la liberación que
Jesús ha hecho de un poseso, lo acaban atribuyendo al poder de Satanás. O los
otros que, teniendo delante ese poder de Jesús que expulsa al demonio, no les
basta, y piden un signo… ¿Qué más signo se podía dar? El signo que da Jesús es
que a Satanás no puede echarlo Satanás porque es una contradicción.
El que no está
conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.
[SINOPSIS, 309-310; 302; QUIÉN ES ESTE, pag118, 111]
Pilato se ha retirado un rato para dejar a las gentes
deliberar. La esposa de Pilato aprovecha este receso para enviarle un recado: no hagas nada a ese justo, porque he
padecido mucho hoy en sueños por su causa. (Mt.27,19). Pilato debía estar
tan convencido de su buena jugada, que no le preocupó demasiado el recado de su
mujer.
El propio Mateo nos dice que los sacerdotes y ancianos persuadieron a la turba que pidiesen a
Barrabás, y matasen a Jesús. Pilato se había equivocado totalmente con
aquella artimaña que había fraguado. No supo alcanzar que los ancianos de
Israel eran mucho más ladinos, y que le podían ganar la partida. Y ahora se
encontraba Pilato ante un revés que no esperaba. Y con una torpeza propia de
quien está gestionando tan mal aquella causa, pregunta qué ha de hacer entonces
con Jesús, a quien él considera inocente. Y se encuentra con la terrible
respuesta de una turba exaltada, que no se aviene a razones y que ya procede bajo
la convicción que le han metido los sacerdotes. Pilato escucha con estupor la
respuesta a coro de aquella turba: ¡Crucifícale! Pretende el gobernador
entrar en razones con la muchedumbre y les pregunta: Pero ¿qué mal ha hecho? Pero ya es imparable la situación y ellos
más gritan, y más fuerte: ¡¡Sea crucificado!!
He dejado atrás conscientemente un paso muy doloroso de la
Pasión. Como ya comenté, lo más seguro es que Judas nunca pensó en una condena a
muerte del Maestro. Él pretendía quitarlo de la vida pública, del planteamiento
mesiánico que Jesús presentaba, y en ese intento lo entregó a los sacerdotes,
que estaban contra Jesús. Ahora Judas se encuentra que su acción ha llegado tan
lejos que se ha convertido en una pena de muerte, y de la terrorífica muerte de
un crucificado.
Mt.27,3-10 nos dice que viendo
Judas que le habían condenado, arrepentido, devolvió a los príncipes de los
sacerdotes y a los ancianos los 30 siclos de plata¸ diciendo que ha entregado
sangre inocente. Los sacerdotes no quieren ya saber nada. Han conseguido lo
que pretendían, y su respuesta es fría: Allá
tú; ¿qué nos importa a nosotros? Tú verás. Judas arrojó el dinero en el
templo y se fue desesperado.
El pecado de desesperación de Judas era la culminación de
su maldad de corazón. Porque Judas podría haberse buscado el perdón, que si ya
no podía obtener de Jesús porque no podía llegar hasta él, podía buscarlo en
alguno de sus antiguos compañeros de quien pudiera tener más confianza de una
acogida. Judas tenía opciones que no fueran las de quitarse él la vida. Pero en
su desesperación no supo ya buscar otro remedio a aquel peso terrible de su
conciencia, y fue a ahorcarse. Hay dos relatos: el de Mateo y el de los Hechos
de los Apóstoles (1,18-18). Mateo lo expresa así de simple: fue a ahorcarse. En el libro de los
hechos nos lo presentan mucho más tétrico: Cayó
de cabeza, reventó, y se derramaron sus entrañas. En definitiva es el final
de un hombre que pasó a la historia como “el
traidor”, y traidor de un hombre justo y y un Maestro bueno que había
tenido con él tantas bondades.
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