LITURGIA
La 1ª lectura del Eclesiástico 35,
1-15 es de las que
se presta más a copiar que a comentar, porque sus afirmaciones son para
considerar y meditar más que otra cosa. Veamos la primera parte de la lectura: Quien observa la
ley multiplica las ofrendas, quien guarda los mandamientos ofrece
sacrificios de comunión. Quien da limosna ofrece sacrificio de alabanza.
Apartarse del mal es
complacer al Señor, un sacrificio de expiación es apartarse de la injusticia.
Sigue el tema por las ofrendas
hechas a Dios: No te presentes ante el
Señor con las manos vacías. La
ofrenda del justo enriquece el altar, y su perfume sube hasta el Altísimo. El
sacrificio del justo es aceptable. Glorifica al Señor con generosidad y
no escatimes las primicias de tus manos. Cuando hagas tus ofrendas, pon cara
alegre y paga los diezmos de buena gana. Da al Altísimo como él te ha dado a
ti, con generosidad, según tus posibilidades. Porque el Señor sabe recompensar
y te devolverá siete veces más.
Lo que sí pide es que la ofrenda a Dios no sea con una mano para estar
esperando el fruto en la otra, como si con Dios cupiera mercadear: No trates de sobornar al Señor, porque no lo
aceptará; no te apoyes en sacrificios injustos. Porque el Señor es juez, y para
él no cuenta el prestigio de las personas.
Prefiero dejar así el texto sin
apenas hacer otra cosa que leves retoques para hacerlo más fluido. Lo demás es
punto de reflexión y examen nuestro.
Mc.10,28-31 es la continuación del
texto de ayer, el joven rico que planteaba su petición como un “heredar la vida
eterna”, pensando así con mentalidad de rico, como si la vida eterna pudiera
responder a un derecho, que se alcanza haciendo algo. Precisamente un mercadeo,
del que hemos hecho alusión en la 1ª lectura.
Eso es lo que Jesús quiso corregir.
La vida eterna es una gracia de Dios, que se recibe como gracia, como don de
Dios. El que es honrado y cumple los mandamientos, ya ha puesto las condiciones
para recibir esa vida eterna que Dios tiene preparada para los que le aman.
Pero la mentalidad que hay que
adquirir es la mentalidad de un pobre, que suplica y pide, y espera un favor,
una donación gratuita de Dios. De ahí que Jesús le pida a aquel muchacho que se
haga pobre, dando su dinero a los pobres. A partir de ahí, seguir a Jesús
Pedro no perdió puntada y quiso
saber el destino que le correspondía a él y a los compañeros del apostolado por
haberlo dejado todo: barca, redes, familia, negocio, compañeros pescadores o
cobradores… Cada uno lo que tenía.
Jesús les pone por delante el panorama
de los frutos de esa donación: Cualquiera
que deja hermanos, padre o madre, casa, hijos o tierras por mí y por el
evangelio, recibirá cien veces más (de lo que han dado), y
después la vida eterna. La donación de aquellos hombres había sido a fondo
perdido. No habían pedido nada a cambio. No han mercadeado. Y el resultado es
doble: ya aquí en la tierra, donde tendrán compensaciones por su generosidad, y
luego la vida eterna, puro regalo de
Dios.
Ahora viene una reflexión a la que
yo no me sé sustraer: ¿verdaderamente aquellos Doce habían dejado TODO? Habían
dejado todo lo material: barca, redes, familia… Pero no se habían dejado a sí
mismos y a su amor propio. De ahí esa dificultad para aceptar los anuncios de
Jesús sobre su padecer, y de ahí las disputas entre ellos sobre quién es el
mayor o el primero. Y eso no estaba tan lejos, ni iba a ser la última vez…,
porque aquellos hombres disputaron sobre el particular en la misma última Cena
de Jesús.
Pero Jesús no se lo echó en cara.
Tomó la parte doctrinal que podía deducirse de la pregunta de Pedro para
decirnos a nosotros lo que hemos de desprendernos para tener esa donación
generosa de Dios. Y nos vendrá bien hacer así nuestro propio examen y ver si
nos vamos desprendiendo en nuestro caminar diario, o si –por el contrario- cada
vez nos vamos haciendo más nuestros y menos pobres en nuestras actitudes de
dentro.
De suyo, el avance de los años
presenta dos vertientes: en unos casos, cada vez más posesivos y refunfuñones.
Cuidemos el tema. Que nos vamos acercando al final. La otra vertiente es la
madurez de los años, que va haciendo perder importancia a las cosas que nos
ocurren, y eso mismo nos hace más comprensivos. Al final de la jornada…, no
merece la pena haberse enredado en cuestiones de amor propio.
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