LITURGIA
Ayer nos presentó la liturgia el efecto del
egoísmo de quien sólo piensa en sí y en pasarlo bien y prescinde de la
necesidad que tiene a su propia puerta. Hoy nos pone delante otro tipo de
pecado que es también capital: la
envidia, como la de los hermanos de José, que no soportan que el padre haya
tenido con él una deferencia especial. Están inicialmente dispuestos a quitarle
la vida, y es primero Ruben y luego Judá quien buscan soluciones intermedias, y
acaban por venderlo a unos mercaderes que pasan por allí.
(Gn.37,3-4.12-13.17-28).
En el evangelio Jesús cuenta también una parábola que
retrata la actitud de aquellos jefes religiosos, que se han adueñado de la
situación –de la viña del Señor-, y han ido acabando a lo largo de los tiempos
con los profetas enviados por el dueño, el Señor, que quiere que se viva de
acuerdo con la Ley. Y han ido maltratando y aun matando a los enviados. Y Jesús
lleva el tema al extremo de que matan incluso al hijo. Clara referencia a lo
que harán. Porque la piedra que
desecharon los arquitectos, ha venido a ser la piedra angular
(Mt.21,33-43.45-46). Ahora comprenden los sacerdotes que la parábola iba por
ellos, pero no prenden a Jesús porque está rodeado de gente y no se atreven,
porque la gente lo tiene por profeta.
[SINOPSIS 294; QUIÉN ES ESTE, pg. 109]
Cuando Jesús miró a Pedro podrían ser las 4 de la
madrugada, sobre el segundo canto del gallo. Permaneció en la mazmorra hasta la
hora del amanecer, las 6 ó 6’30 en que se reunió el Consejo de los judíos y
requirieron la presencia del preso. Mt.25,57-66 nos muestra a Caifás y a los
ancianos y escribas pretendiendo aportar testigos que declararan contra Jesús.
La verdad es que eran cosas tan dispares y sin contenido que no daban pie a un juicio formal. Consiguen, por
fin, uno que declara que Jesús ha dicho que él destruirá el templo y lo
reedificará en tres días. Que, como nos dice Marcos, ni en eso llegaban a
ponerse de acuerdo. Jesús no alzaba los ojos ni respondía. Y eso exacerbó al
pontífice que pretendió que Jesús hablara: ¿No
respondes? ¿Qué atestiguan éstos contra ti? La verdad es que no merecía
responder. Y más se enciende el pontífice que pasa de investigar a conjurar
para obligar a Jesús a hablar: te conjuro
por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, Hijo de Dios. A eso ya
no podía Jesús permanecer en silencio, aunque era evidente que le estaban
llevan a lo ilegal de ser él quien se acuse a sí mismo. Y Jesús respondió: Tú lo has dicho. Y veréis al Hijo del hombre
sentado a la derecha de Dios y venir sobre las nubes del Cielo.
Evidentemente había firmado su sentencia.
Caifás se abrió la túnica como quien no soporta el fuego
interior que le produce la escucha de una blasfemia, y se constituye en
acusador que incita al resto a dar el veredicto: Vosotros lo habéis oído. Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos de
testigos? ¿Qué os parece? La cosa estaba clara tal como la presentaba el
pontífice. La respuesta de casi todos fue: Reo
es de muerte. Estaba dada la sentencia. Ahora ya sabía Jesús su destino. Y
aunque tantas veces anunciado que iba a ser así, no cabe duda que ahora erizaba
el cabello oírlo de manera formal en boca del tribunal.
No todos. José de Arimatea, que formaba parte del Sanedrín
no dio su consentimiento. No estaba de acuerdo en la forma en que se estaba
desarrollando todo aquello.
La pena que le correspondía a Jesús “por blasfemo” era la
lapidación (como veremos que ocurre con Esteban, en la narración de los Hechos
de los Apóstoles).
Pero no era esa la idea del Sanedrín y en concreto la de
Caifás, que iba en su pensamiento mas allá. Había dado él aquella sentencia
anterior de que convenía que un solo
hombre muriera y no que pagara todo el pueblo. Se refería a la posible
reacción de Pilato ante el peligro de un mesías que pudiera levantarse contra
los romanos.
Había, pues, que resolver el caso por el brazo civil. Había
que llevar al reo ante el gobernador para que fuera él quien dictaminara la
sentencia de muerte.
Y se reunieron los principales para nombrar una comisión
que fuera la avanzadilla que avisara a Pilato que le llevaban a un preso
convicto de culpa. Y que le rogaban que él saliera fuera porque ellos no podían
entrar en terreno pagano, para poder
comer la pascua. No les estorbaba aquella sentencia de muerte, dada por
rencillas personales, pero sí les estorbaba pisar suelo de un pagano. Las
hipocresías propias de aquella gente.
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