LITURGIA
Dn.9,4-10 es un acto de confesión: Nosotros hemos pecado, hemos cometido
iniquidad, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus
mandamientos.
A esa confesión
corresponde un reconocimiento de la bondad de Dios, que es justo y
santo, que usa de la piedad y el perdón.
A él se confía el alma dolorida por sus propios pecados.
Da así el sentido de la confesión de nuestros pecados, que
no se queda solamente en el arrepentimiento, sino que sobre todo vive la
esperanza del perdón. Arrepentimiento sincero y volcarse en la confianza en el
Dios misericordioso.
Es la misma idea que recoge el evangelio de Lc. (6,36-38)
que reconoce al Dios compasivo. Y lo que ahora pide es que nosotros también
seamos compasivos, y que evitemos los juicios y las condenas con las que más de
una vez somos capaces de mirar hacia otros. Perdonad
y seréis perdonados, porque la medida que podéis esperar con vosotros es la
misma que vosotros empleéis para los demás.
[SINOPSIS 292; QUIÉN ES ESTE, pgs. 95-98]
Jesús estaba hablándoles a los tres discípulos, que apenas
se habían despertado de su sueño y aletargamiento, advirtiéndoles que el
traidor estaba cerca, cuando de entre las sombras de aquellos árboles surgió
Judas, que se adelantaba al grueso de los perseguidores, a los que había
advertido que actuaran con cuidado, es decir, con la máxima advertencia, porque
Jesús podía escapárseles de las manos. Él les había dado una señal para que
supieran quién era Jesús, pero en la precipitación con que se acercó en medio
de la noche, no lograron ver a quién se dirigía.
Judas se acercó a Jesús y lo saludó con un beso. Era la
señal. ¡Terrible! Un beso es señal de amistad y afecto. Y Judas disimulaba su
mala intención empleando el beso como señal de la traición que estaba
perpetrando. Los relatos de Mt 26,47-56, Mc.14,43-52 y Lc.22, 47-53 coinciden
en los datos. Jesús se quejó doloridamente ante tamaña felonía, y le dijo a
Judas: Amigo, ¿así con un beso entregas
al Hijo del hombre? ¡Para esto has venido!
Juan, en su estilo, con el que quiere mostrar la supremacía
de Jesús sobre cualquier fuerza humana, nos cuenta que Jesús se adelantó
entonces a preguntarles a los criados y guardias: ¿A quién buscáis? Quiere Juan dejar claro que a Jesús no lo prenden
por fuerza humana sino porque él sale al encuentro, dominando la situación, y
nada pueden hacer hasta que él no les dé la autorización.
Responden ellos: A
Jesús Nazareno. Y Jesús les dice: YO SOY. Juan nos presenta ahora a los
perseguidores caídos por los suelos, con sus linternas, espadas y palos, y por
tanto mostrando su inutilidad si Jesús no fuera quien se entrega. Mateo nos
dirá que Jesús les presentó su queja: Como
a un ladrón habéis salido con espadas y palos para prenderme; antes estaba yo
en el Templo todos los días, y no me prendisteis. Pero todo ha sucedido para
que se cumpla la Escritura de los profetas.
Y entonces le echaron mano y lo prendieron. Y he aquí que uno de los presentes (Pedro,
según San Juan), alargó la mano y sacó su
espada y golpeó al siervo del Sacerdote y le cortó la oreja derecha. No era
eso lo que Jesús quería que sucediera. No debía haber ninguna causa real por la
que culpar a Jesús o a los suyos. Y entonces Jesús, ya maniatado, tocó con su
mano la oreja del criado y la sanó. Y regañó al apóstol que había asestado el
golpe: Pon tu espada en su sitio, porque
el que hiere a espada, a espada será herido. ¿Crees tú que no puedo invocar a
mi Padre, y me enviaría legiones de ángeles?
Y ahora se dirige a sus perseguidores y les impone
condiciones (en el relato de Juan): Si me
buscáis a mí, dejad que éstos se marchen. Y ellos, pendientes de asegurar
el prendimiento de Jesús, prescinden de los discípulos, que en ese momento
salen huyendo para ponerse a salvo. Igualmente los ocho que habían quedado a la
entrada. Jesús se queda solo con los que lo prenden.
Marcos nos añade un detalle que sólo él narra, y que ha
hecho que se piense que el sujeto en cuestión era él mismo. Un hombre,–quizás
uno que dormía a aquellas horas y le ha despertado el tumulto del Huerto- sale
envuelto en una sábana para ver qué pasaba. Uno de los criados le echa mano y
aquel innominado se deja la sábana en manos del criado del sacerdote, y huye
desnudo. Alguien ha comentado en qué situación tan vergonzante se queda el que
huye del sacrificio por Jesús.
La confesión debe ser para vivir en la confianza en la misericordia de Dios. El pecado, la falta, queda atrás, y la alegría y la acción de gracias debe inundar el corazón al recibir el perdón de Dios.
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