Liturgia: La Anunciación del Señor
El 25 de marzo es la celebración de
la anunciación del Señor. Pero este año coincidió con el Domingo de Ramos y no
pudo conmemorarse. Luego, la Semana Santa y la semana de Pascua. La primera
fecha libre para trasladar aquella fiesta es precisamente hoy. La Iglesia
celebra aquel momento importantísimo de la Historia de la Salvación, con rango
de solemnidad, que es el máximo rango litúrgico.
Traemos al recuerdo aquel momento sublime en que Dios envió
al mundo a su Hijo –su Verbo, su Palabra, la 2ª Persona de la Trinidad y Dios
igual al Padre- envuelto en los ropajes humildes de hombre, con todas las
consecuencias de ser hombre, un hombre cualquiera, semejante a cualquier
hombre, menos en el pecado.
Nosotros tenemos ya tan asumida esa realidad que no le
damos la enorme fuerza que tiene. Y aunque me haga repetitivo, a mí me ayudó
aquella imagen del sol que se acercara a la tierra para vivir y morar en ella.
Pero con poco que se acercare, la tierra ardería en el horno inmenso de sus
llamas. Por eso el sol tendría que meter sus rayos hacia adentro, perder su
fuego y venirse hasta nosotros como una bolita que diera el calor necesario
pero que no hiciera daño. Era sol y no lo era, porque se había empequeñecido
para poder entrar en el mundo de los hombres.
Cuando se ven esos deliciosos programas de animales en la
televisión y se nos anuncia que alguna especie ínfima de insecto está en
peligro de extinción, me imagino que hubiera una llamada a que alguien se
hiciera ese insecto ínfimo para salvar a su especie. ¿Habría quien se despojara
de su ser de persona humana para encarnarse en esa ínfima especie?
Pues en ambos casos, y por muy fuertes que nos parezcan,
tendríamos una lejana comparación con el misterio de la encarnación del Hijo de
Dios en la especie humana.
Pero hay más: no se hace hombre el Hijo de Dios apareciendo
como un superhombre. Viene al mundo en el seno de una muchacha de una pobre
aldea de Palestina. Viene al mundo haciéndose una semilla en el vientre de una
mujer, y creciendo como cualquier criatura a través de los nueve meses de
gestación. Algo que nadie podría ni imaginar y que muchos no llegan ni a creer.
Ya le pasó a Acaz (1ª lectura, Is.7,10-14) al que se le ofreció pedir una señal
en el cielo o en el abismo, es decir, fuera de la posibilidad humana. Y como
Acaz no quiere pedirla por pensar que es poner en un compromiso a Dios, es Dios
mismo quien le da esa señal: una virgen
concebirá y dará luz un hijo, a quien pondrá por nombre: Dios-con-nosotros.
Es decir: el hijo de esa doncella SERÁ DIOS.
El evangelio de Lc 1,26-38 es la descripción preciosa de
ese hecho que se realiza en el tiempo. El ángel del Señor ANUNCIA a una
muchacha concreta, María de Nazaret, el proyecto de Dios. Ya, desde el saludo,
hay una predilección especial, porque María es saludada como mujer agraciada (=llena de Gracia), con quien ESTÁ
EL SEÑOR, y es definida como BENDITA ENTRE LAS MUJERES. Queda la respuesta
de María como el punto clave para que se realice al misterio. Y María, tras
aclararse el tema de que no interviene varón porque va a ser el propio Dios
quien la cubra con su sombra, asiente plenamente y deja todo en las manos de
Dios. Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra. Y en
ese instante quedan unidos la acción de Dios y la disposición incondicional de
la criatura, para que el Hijo de Dios se haga hombre y habite
entre nosotros. Se ha consumado el enorme misterio de la Encarnación
del Verbo de Dios; Dios ha replegado sus rayos divinos y se ha encarnado en la
especie humana.
Dependiendo de este instante de la anunciación está toda la
historia de la salvación. La vida de Jesús en la tierra, sus obras, su ejemplo,
sus palabras…, cuelgan precisamente de aquel SÍ de María al anunciarle el ángel el proyecto de Dios. Acabamos de
celebrar la Semana Santa con la intensidad del Jueves y Viernes Santos, con el
sacerdocio, la Eucaristía, la Cruz sangrante y redentora. Hemos saltado de gozo
ante el triunfo de Cristo sobre la muerte y el mal, Pues todo eso está
dependiendo de aquel día de la anunciación y de la consiguiente encarnación del
Hijo de Dios.
Celebremos, pues, con fruición espiritual este misterio y
demos gracias a Dios y a la Virgen María porque hicieron posible este nuevo
camino de la historia de la humanidad.
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