Liturgia: SAN MARCOS
Celebramos el día del evangelista San
Marcos. Las lecturas de la fiesta litúrgica son propias de esta fiesta. La
primera está tomada de la 1Pe.5,5-14. Es muy rica en contenido por lo que
prefiero copiarla e irla comentando.
Tened sentimientos
de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su
gracia a los humildes. Una primera advertencia que hay
que tener en cuenta. Dios está con los sencillos y se aparta de los engreídos.
Como dijo María en el Magníficat: “Dios da su gracia a los humildes y a los
soberbios los despide vacíos”. O bien, “Dios miró la humildad –pequeñez- de su
esclava”. El humilde está abierto a la gracia de Dios; el soberbio cree
bastarse a sí mismo y por tanto no espera nada de Dios.
Por eso nos dirá San Pedro: Inclinaos, pues, bajo la mano poderosa de Dios, para que, a su tiempo,
os ensalce. “El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será
ensalzado”, que Jesús repitió tantas veces. De ahí que la gran salida del que
es humilde y sencillo es fiarse menos de sí mismo y de sus fuerzas y
abandonarse en las manos de Dios:
Descargad en él todo vuestro agobio, que él se interesa por vosotros.
Luego baja Pedro a una exhortación que sabemos más que de
memoria y que es posible que no sepamos de dónde viene: Sed sobrios, estad alerta, que vuestro enemigo, el diablo, como león
rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe. El
peligro, la tentación ronda frecuentemente. El que se deja llevar de la
tentación, cae en ella, cae en las fauces de ese “león rugiente”. Sin embargo
el tal “león” está atado y no puede ir más allá de lo que se le permite. El que
cae es porque se ha metido en su terreno, y por tanto el que cae en la
tentación es culpable.
Nos advierte San Pedro que hay que resistir en la fe, sabiendo que vuestros hermanos en el mundo
entero pasan por los mismos sufrimientos. Tras un breve padecer, el mismo Dios
de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a su eterna gloria, os
restablecerá, os afianzará, os robustecerá. Suyo es el poder por los siglos.
Amén. Sabe el Señor que hay lucha, que hay “padecer”, pero ese padecer es
breve al lado de la fuerza que él pone en la criatura y las ayudas que él
ofrece.
El evangelio es el final del texto de San Marcos
(16,15-20) con el envío o MISIÓN que Jesús encarga a sus apóstoles, de ir al mundo entero y proclamar el evangelio
a toda la creación. La vocación al evangelio es para todo el mundo; la
salvación que Cristo trae es para todo el mundo, “toda la creación”: El que crea y se bautice se salvará; el que
se resista a creer será condenado. La condena es precisamente esa
resistencia a la fe y a encontrarse con la salvación que Cristo trae para
todos, pero que a la hora de la verdad los hay que no quieren aceptar ese don
que se les quiere regalar. La condena no la origina Dios ni Cristo. Es la
consecuencia de tener el regalo en las manos y no quererlo aceptar.
A los que
crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán
lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal,
no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.» Bajo esas comparaciones Jesús manifiesta los beneficios que hay
en esa fe: expulsar –en el nombre de Jesús y por su poder- todo “demonio” o esclavitud
que impide la salud plena del alma. Las “lenguas nuevas” es todo un lenguaje
vital que se expresa en obras propias de Jesús, estilos fundamentados en el
evangelio. Es haber alcanzado un nuevo modo de vida que ha sobrepasado la
bajeza de las pasiones y de los estilos del mundo. “Coger serpientes o beber
veneno y que no haga daño” es indicar que vivimos en el mundo, enemigo de
Cristo, pero que no nos dejamos picar por sus mordeduras venenosas. La fe
sostiene en otro plano y lleva aparejada otra manera de vivir y de actuar. “Los
enfermos quedarán sanos”: fruto evidente de ese contacto con Cristo, que pasó y
pasa por el mundo curando toda enfermedad y toda dolencia. Y el bautizado,
testigo de Cristo, sana por donde pasa.
Después de
hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos
se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba
confirmando la palabra con las señales que los acompañaban. Y sigue dándonos a vivir esas “señales” con las que Jesucristo
resucitado coopera con nosotros. Sea verdad que en nuestra vida real, la de
cada día, vayamos dando señales de nuestra fe, y que así experimentemos la
constante ayuda con la que el Señor coopera para hacernos salir adelante.
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