Liturgia: Vid y sarmientos
La vid entre los judíos era un signo
de prosperidad. Las familias tenían su higuera y su vid. Por eso la comparación
que usa Jesús en este evangelio es algo que les habla muy en el lenguaje de
ellos. Jesús se compara a la vid Jn.15,1-8). El tronco principal lleva la
savia, sostiene las ramas, alimenta para que se produzca el fruto. Pero es
claro que las ramas –los sarmientos- tienen que estar unidas al tronco para
recibir la vida de él.
Los sarmientos necesitan poda para que den buen fruto, Con
lo que Jesús advierte de que la vida no puede plantearse desde lo placentero.
Requiere juntamente de ese cortar, cercenar, como cuando se despampana la vid,
en orden a que dé más y mejor fruto. Y cuando un sarmiento no sirve, cuando no
da fruto, se corta. “Mi Padre es el
labrador, y a todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca, y al que da fruto
lo poda para que dé más fruto.
Luego le dice a sus apóstoles que ellos están limpios
porque han recibido las palabras que él les ha comunicado, y les afirma que
para dar fruto tienen que estar unidos a él: permaneced en mí y yo en vosotros. Ese “permanecer EN” es la unión
que no se rompe, porque sin mí, nada
podéis hacer, porque el sarmiento no
puede dar fruto si no permanece en la vid. YO SOY LA VID, VOSOTROS LOS
SARMIENTOS. Y permaneciendo en mí, dais fruto abundante. Y el que no permanece
en mí, se seca y ya no sirve más que para ser echado al fuego y que arda. Pero si permanecéis en mí y mis palabras
permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis y se realizará.
Éste es el núcleo del mensaje de este domingo. La 1ª
lectura (Hech.9,26-31) no hace otra cosa que ratificar ese mensaje evangélico.
Saulo era un hombre separado de la vid: perseguidor de los discípulos de Jesús
y viviendo al margen de la savia de la nueva doctrina que Cristo había
predicado. Pero un día el Señor le sale al paso y lo derriba por tierra, y se
manifiesta a Saulo de manera que se convierte en Pablo, un discípulo elegido
por Dios para llevar la fe a los gentiles. En esa 1ª lectura nos está contando
en síntesis esa historia de la conversión y cómo ahora Bernabé lo presenta a
los demás apóstoles. Pablo habla ya de Cristo a los judíos y a los de lengua
griega, y llega a ser perseguido por defender y predicar la doctrina que él
antes atacaba. Es sarmiento podado para dar más fruto.
La 2ª lectura (1Jn.3,18-24) baja al concreto de que sean
las obras las que definan al verdadero discípulo; en esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra
conciencia, Y San Juan hace un breve tratado de la importancia de la
conciencia personal, que es la que tiene que dirigir las actitudes de la
persona.
La conciencia
verdadera es como un espejo que refleja a Dios, la verdad de Dios. La
“conciencia” no es lo que hoy con toda facilidad se aduce como “mi conciencia”
para expresar simplemente el parecer personal. La conciencia verdadera no es
subjetiva; no es “lo que a mí me parece” o “lo que a mí me gusta”. La
CONCIENCIA es el espejo de mi vida que está dirigido hacia Dios para que me refleje a mí la voluntad de Dios,
los caminos de Dios para mí. Es por tanto una conciencia objetiva, que no puede
manipular la verdad de Dios, sino que la aplica al caso concreto de la persona
concreta.
Cuando la conciencia es verdadera, se puede uno dirigir por
su conciencia, teniendo en Dios toda la
confianza, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que a él le agrada.
Y éste es su mandamiento: que creamos en
el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros como él nos lo
mandó. Eso es lo que encierra la verdadera conciencia.
Hacer “lo que a él le agrada” va mucho más allá de la
pregunta de muchos que lo único que les interesa para actuar es “si algo es
pecado o no”. La vida concebida desde el pecado. No es ese el planteamiento
cristiano, sino qué agrada a Dios o qué
le desagrada, lo primero para hacerlo y lo segundo para evitarlo. Es la
postura propia de un buen hijo que no se plantea solamente el no ofender a sus
padres sino tratar de agradarlos.
En la EUCARISTÍA vivimos muy de lleno el planteamiento de
este domingo: comulgar para sembrar en nosotros esa vid de la que hemos de ser
sarmientos que permanecen en la vid. Recibimos al Señor no como una devoción
sino como una incorporación a su vid, para que seamos sarmientos que pueden dar
fruto. Que necesitarán ser podados, para que den el fruto que agrada a Dios.
Pedimos a Dios que nos mantenga unidos a la vid.
-
Para que vivamos unidos a Jesús y permanezcamos siempre en él. Roguemos al Señor
-
Para que la mano amorosa y providencial de Dios nos pode para que demos
más fruto. Roguemos al Señor.
-
Para que seamos fieles y dóciles a una verdadera conciencia que refleje
en nosotros los planes de Dios. Roguemos
al Señor.
-
Para que la Comunión que recibimos dé en cada uno frutos de vida
eterna, Roguemos al Señor.
Sabemos que
sin estar unidos a Jesús no podemos hacer nada. Que siempre nos mantengamos en
gracia para que la fuerza de Dios produzca su fruto en nuestra alma.
Lo pedimos por medio de Jesucristo N.S.
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